Un rato en el que ni siquiera se acordó de la existencia de la carpeta de cartulina en donde guardaba los varios capítulos de la novela.
Luego puse las milanesas en el horno y, quince minutos más tarde, cuando las saqué para darles vuelta y así cocinarlas del otro lado agregándoles la salsa de tomate, el queso y el jamón, se paró junto a mí con ganas de ayudarme. Pero no la dejé. La fuente estaba muy caliente y me dio miedo de que se quemara.
No le gustó mi negativa.
No le gustó nada.
Y la forma que tomó su enojo fue la de buscar esa carpeta de cartulina olvidada y ponerse a leer. En el piso y con las piernas en cruz. Evidentemente, leer no solo la hacía feliz, también resultaba una suerte de trinchera que la ayudaba a defenderse de aquellas reacciones de los demás que no alcanzaba a comprender.
Un recurso, la lectura.
O una drástica solución contra lo que para ella constituían las fealdades o las injusticias del mundo.
Me había olvidado de consignar que Paloma todavía no volvió de sus vacaciones. Que no haya vuelto habla de ella, que haya olvidado anotar lo que me informó mi secretaria hace tantas horas habla de mí. Pero ahí voy a detener mis reflexiones al respecto. No quiero ir más allá. Necesito invertir las últimas migajas de lucidez que me quedan en la edición del capítulo para mañana. L ya no señala con el dedo al terminar una oración ni traza una corta línea horizontal desde sus labios cuando comienza una frase. Tampoco mueve su brazo derecho de arriba hacia abajo cuando intuye que debe hacer un mínimo alto antes de proseguir con sus dichos. El método Delibes está dando resultados positivos. Y bastante más rápido de lo que imaginaba. Esta noche debo preparar otro cambio profundo en el texto. Justo el paso necesario y previo al intento final.
Allá voy.
Volvimos Al Delta Dos Semanas Más Tarde El Tiempo Que La Tía Un Par De Miércoles Seguidos Y Vía Telefónica Había Juzgado Conveniente Para Que Los Nenúfares Alcanzaran La Edad Adulta Y Efectivamente La Tía No Se Equivocaba Las Plantas Habían Madurado Un Montón Por Eso Quiero Decir Por Culpa De La Exagerada Adultez Que Habían Alcanzado Los Nenúfares Tuvimos Que Amarrar La Canoa En El Tronco Del Primero De Los Pinos Calvos Junto A La Soga De La Que Pendía Prácticamente Todo El Plástico Que Había Podido Juntar Mi Infancia
Buenos Días
Nos Salió A Recibir Emilio Con La Sonrisa Enorme De Siempre Después Se Acercó Paula Y Se Encargó De Informarnos Aquello Que Era Una Obviedad Que El Canal Se Había Transformado En Una Alfombra Verde Oscura
Sí
Afirmó La Tía Secamente
Como Ellos No Agregaron Nada A La Seca Afirmación De La Tía Tanto Silencio Me Hizo Sospechar Que Los Abuelos Se Sentían Un Poco Enojados Porque La Tía Les Había Cambiado El Canal Marrón Por Una Alfombra Verde Oscura Entonces Me Apuré A Llenar El Hueco Comunicativo Con Una Tontería
Queda Lindo
Sí
Respondió Emilio Me Pasó La Mano Por La Cabeza Y Recién Ahí Me Quedé Bastante Más Tranquila Tan Tranquila Que Enseguida Agarré La Caña Y Me Fui A Pescar Cerca De La Soga Volví A La Casa Cuando Me Llamaron A Comer
Hay Menos Mosquitos
Reconoció La Abuela Con La Única Finalidad De Charlar Un Rato Sobre Su Tema Favorito Y Entonces La Tía Le Explicó Que El Hecho De Cubrir Totalmente La Superficie Del Agua Con Las Hojas De Los Nenúfares Impedía Que Nacieran Los Mosquitos Y Como La Mayoría De Los Mosquitos Que La Atacaban Provenían De Las Larvas Estacionadas En El Canal La Diferencia Era Significativa
Claro
Aceptó La Abuela
Y El Abuelo Creyó Necesario Ampliar Esa Aceptación Diciendo Que La Diferencia Era Muy Significativa
Calculo Que Ahora Hay Un Cuarenta Y Tres Por Ciento Menos De Mosquitos Que Antes
La Exactitud De La Tía Me Impresionó Y También Supo Impresionar A Los Abuelos
Cuarenta Y Tres Por Ciento Menos
Repreguntó Paula Conmocionada No Sé Muy Bien Si Por Lo Aparentemente Arbitrario Del Número O Quizá Tan Solo Por La Manera En Que La Tía Lo Había Afirmado
De Cada Cien Mosquitos Que Te Picaban Antes Ahora Solamente Te Van A Picar Cincuenta Y Siete
Y Me Parece Que Este Segundo Comentario Matemático De La Tía Solo Me Impresionó A Mí En Paula Creo Que Produjo Cierta Desazón Y En Emilio Algo De Solidaridad Con La Desazón De Su Mujer
Después De Todo Este Lío Con Los Nenúfares Van A Seguir Picándome Cincuenta Y Siete
Preguntó La Abuela Desilusionada Y Casi De Inmediato Emilio Expresó Su Acuerdo Con Ella En Forma De Pregunta
Igual Son Muchos No
Entonces La Tía Se Vio En La Obligación De Explicarles Que Así Era La Ciencia Un Comentario Que Me Hizo Comprender Por Qué Aunque Parecieran Tan Diferentes Esa Enigmática Mujer Que Había Llegado Un Miércoles Desde El Sur Del África Era La Hija De Mi Abuela
La Ciencia Inventa Caminos Que Llevan A La Solución De Algunos Problemas Humanos Pero No Siempre Los Soluciona Muchas Veces Se Equivoca Y Produce Todavía Mayores Problemas De Aquellos Que Pretendía Arreglar Pero Para La Ciencia El Error Es Tan Fecundo Como El Acierto O Incluso Más Porque Genera Nuevos Problemas Que Luego Habrá Que Intentar Solucionar
Espero Que Este No Sea El Caso
Dijo Entonces Paula Ya No Solo Desanimada Me Dio La Impresión Sino Francamente Molesta Con La Exacta Inseguridad De La Ciencia Y Yo Sentí La Urgencia De Apoyar A La Ciencia O A La Tía No Sé Muy Bien Afirmé Riéndome Y Haciéndome La Científica Que Cincuenta Y Siete Picaduras Eran Puntualmente Cuarenta Y Tres Menos Que Antes De La Llegada De La Ciencia Al Delta Del Río Paraná
Eso Es Verdad
Aceptó Emilio También Riéndose Y Su Risa Contagió A Los Demás Entonces Decidí Que Ya Había Comido Y Escuchado Lo Suficiente Sobre El Tema Y Me Volví A Pescar Cerca De La Soga Hasta El Momento En Que La Tía Se Subió A La Canoa Y Me Pidió Que Yo Hiciera Lo Mismo Que Ya Era Tarde Que Volveríamos Otro Día
Dentro De Dos Semanas Seguramente Tía
Seguramente Dentro De Dos Semanas L
Ya está. Sé que son cambios muy profundos en la edición. Hasta me dio cierto vértigo, anoche, mientras lo hacía. No aparecen los signos de interrogación, los últimos que me faltaba suprimir. ¿Podrá entender, a partir de su ausencia, que no necesita acompañar cada pregunta con esa suerte de parábola que realiza con su brazo? ¿Podrá entender que en el habla la interrogación es solo una cuestión de entonación?
Y lo segundo, claro.
¿Cómo le caerá que todas las palabras del texto comiencen con mayúsculas?
Ahora se está bañando. Y he decidido que esta vez no esperaré a que lleguemos al consultorio, le entregaré el nuevo capítulo apenas termine de tomar la leche y de comer su tostada con mermelada. Decidí, también, que voy a pedirle a Carla que no le invente ninguna distracción durante el día de hoy. La dejaré que se aboque a la lectura. Veremos cómo la niña responde a las modificaciones.
Un día fundamental.
El final tan próximo del tratamiento dependerá en gran medida de su reacción ante la lectura de las páginas que le entregaré en unos minutos.
Pedí pizza. Otra vez. Sé que no es lo correcto, pero juro que la cabeza no me daba para cocinar. Me costó montón el día. Se hizo demasiado largo. Interminable. Por fortuna mis pacientes jamás leerán estas páginas, porque, la verdad, casi no pude seguir nada de lo que me comentaban sobre sus vidas. Creo que una sola de las pacientes se dio cuenta. Al despedirse, me preguntó si tenía algún problema, si podía ayudarme en algo, que me había notado muy distante. Por supuesto le respondí que no, que estaba perfectamente bien, que sus dichos durante la sesión me habían hecho reflexionar y que, quizá, tanta profundidad me había provocado cierto ensimismamiento.
En realidad, lo único que me importaba era lo que le estaba ocurriendo a L con la lectura del capítulo que le había entregado luego de desayunar.
Aún sigo esperando.
No hablamos durante el trayecto hacia acá. Y, cuando llegamos, la niña fue a esconderse dentro de su habitación. Entonces me hice un café. Para detener de algún modo tanta ansiedad o para entretenerme con algo hasta que llegue la pizza. Ahí tendré una buena excusa para llamarla y no podrá más que acercarse hasta la cocina.
Cenamos en la luna. Me lo solicitó la niña. Casi me lo exigió. Me informó que tenía que pedirme algo muy importante, tan importante que en esta oportunidad necesitaba hacerlo allí, que sería más sencillo para ella poder explicarme algunos asuntos de la novela que no le entusiasmaban en ese lugar más oscuro.
Subimos.
Imposible describir los nervios con los que subí la escalera. Quizás había ido demasiado rápido o demasiado lejos con las modificaciones en la edición del texto y L ya no querría seguir adelante con la lectura.
Pero no.
Por fortuna, no.
Apenas terminamos de comer y nos acostamos a observar cuánto más había menguado la luna, me comunicó que estaba harta de la tía, que ella no tenía tías, que lo que tenía era una abuela, que deseaba que la novela hablara de Paula y de L, que incluso también aceptaba lo de Emilio, aunque estuviese muerto, que no me costaba tanto, y que, así como había escrito lo que había escrito, a partir de ahora bien podría escribir lo que ella me pedía.
Tuve que contestarle que sí, que lo haría.
Sin embargo, mis nervios no disminuyeron, sino que se incrementaron: una cosa era editar una novela y hacerle algunas modificaciones. Otra muy distinta era escribirla.
Aunque eso no fue nada.
Lo más difícil vino inmediatamente a continuación. Levantando el torso del piso y mirándome a los ojos, me preguntó si no podría, también, hacer que los personajes construyeran una nave y viajaran a la luna.
Una buena, al menos:
Muerta de miedo por la inminente necesidad de convertirme en escritora a pedido, tuve un mínimo espacio de cordura para reconocer que el tratamiento estaba bien encaminado. Lo cierto es que en medio de la completa perplejidad que me provocaron sus exigencias literarias, pude descubrir que no había acompañado su última pregunta con la acostumbrada parábola de su brazo.
Algo es algo.
Extrañamente El Miércoles Siguiente Al Sábado De La Plaga De Nenúfares La Tía No Llamó Por Teléfono Me Pareció Tan Extraño Que El Jueves Por La Mañana Mientras Desayunábamos Se Lo Comenté A Mi Mamá Le Dije Que Quizá Le Había Ocurrido Algo Que No Podía Ser Que La Tía No Hubiera Llamado Que Siempre Llamaba Los Miércoles Entonces Mi Madre Se Largó A Reír No Podía Parar De Reírse Al Rato Cuando Por Fin Se Calmó Me Pidió Disculpas Se Había Olvidado De Contarme Que La Abuela Paula Había Hablado Con Ella Que Quería Invitarme A Pasar Dos Semanas En La Isla Que La Tía No Podría Llevarme Que Estaba Muy Ocupada Tenía Que Trabajar Que Mil Y Una Disculpas Que Se Le Había Olvidado Contarme Que Me Llevaría Ella En La Lancha Colectiva
Tenés Ganas De Ir
Síííííííí
Bueno Después Preparamos Un Bolso Con Suficiente Ropa Dos Semanas Son Muchos Días
Catorce
Dije Y Mamá Apenas Me Escuchó Otra Vez No Pudo Detener La Risa Yo Me Enojé Tanto Que Fui A Encerrarme En Mi Habitación Y Todavía Furiosa Comencé A Separar La Ropa Que Iba A Llevar
Cosas que ocurren en la noche. Mientras escribía el capítulo, no me di cuenta de lo que estaba haciendo. Nerviosa, solo intentaba que la historia no desbarrancara, que L tuviese ganas de leerla. Tampoco reflexioné sobre el asunto cuando, un rato más tarde, la pasé al cuaderno.
Pero las mañanas son distintas.
Aclaran algunas oscuridades.
Acabo de recordar que a mediados de 1614 se publicó una segunda parte apócrifa del Quijote. La firmaba un tal Avellaneda. Y Cervantes se encontró ante la disyuntiva de no saber si Juan de la Cuesta, su editor, iba a querer publicarle la que él escribía. Estaba molesto. Muy angustiado. No obstante, a pesar del malestar y de la angustia, decidió seguir adelante y, entre otras cosas, transformó el viaje a las justas de Zaragoza que tenía planeado para su héroe en un viaje a Barcelona.
Cervantes cambió sobre la marcha el destino de su novela.
Anoche, a mí me tocó cambiar el futuro del libro de otra persona, del libro de Abela Guerrico para ser del todo exacta. Y ahora me siento bastante más cerca de Avellaneda que de Cervantes. Una usurpadora. Una ladrona. Una traidora. Artífice de una transformación para la que no creo estar capacitada. Bajo estas circunstancias, no me extraña que el novedoso capítulo sea tan corto. Me llevó horas, la tarea. Quitar del medio a la tía, conseguir intercalar una pregunta sin signos y multiplicar las íes del sí para no utilizar los signos de admiración, por ejemplo.
¿Le gustará?
¿Los cambios le parecerán verosímiles?
¿Querrá continuar con la lectura?
Encima tendré que esperar hasta la tarde para enterarme de cómo mis pocas palabras fueron recibidas por la niña.
¿La necesidad tiene cara de hereje?
L ya está vistiéndose. Luego desayunaremos, le entregaré el capítulo y a mí se me caerá encima otro día tan largo, tan pesado y tan repleto de nervios como el de ayer.
Pobre Cervantes y pobre Abela.
¿El amor autoriza cualquier infamia?
Continúa la 12a parte
Sábado 16 de noviembre