El uso masivo de la tecnología, en especial de los teléfonos celulares, ha cambiado drásticamente la forma en que los jóvenes interactúan entre sí y se relacionan con el entorno educativo. En este escenario, la escuela desde el mismísimo jardín de infantes, lejos de ser un simple regulador del acceso a dispositivos, debe posicionarse como un contexto privilegiado para mitigar los efectos adversos de la tecnología en los alumnos.
Es urgente que las instituciones educativas replanteen su rol. No se trata de prohibir los celulares, sino de reconceptualizar los vínculos que se generan entre los estudiantes, sus docentes y el contenido educativo. Las nuevas generaciones están expuestas a un exceso de información fragmentada y superficial, que a menudo carece de interacción humana real.
En lugar de competir con la tecnología, debemos potenciar a la escuela como un espacio de socialización efectiva. Allí es donde los alumnos pueden aprender a convivir, comprender sus emociones y fortalecer sus recursos psicológicos, intelectuales y sociales para mitigar los efectos adversos de su entorno. La clave está en intensificar las habilidades comunicacionales, estimulando el vínculo entre pares y promoviendo el conocimiento de las particularidades de cada integrante del grupo.
Más colegios restringen el uso del celular en el aula
La función de la escuela no es solo enseñar contenidos académicos, sino también educar en la convivencia, la naturalización de la diversidad y el desarrollo de habilidades sociales. Inspirar comportamientos cooperativos y prosociales es esencial para que los jóvenes aprendan a navegar un mundo hiperconectado sin perder la capacidad de interactuar cara a cara. Además, es fundamental fomentar la empatía y la simpatía, valores indispensables para fortalecer los lazos sociales y construir comunidades más integradas.
Asimismo, es necesario agudizar la mirada sobre lo cotidiano y articular los saberes con la realidad del día a día. Cada encuentro en el aula debe convertirse en una oportunidad para compartir, dialogar y reflexionar sobre el mundo que los rodea.
La educación no solo debe transmitir información, sino también generar pensamiento crítico, promover emociones positivas y brindar herramientas para la resolución de conflictos.
El cambio debe ser profundo. Las instituciones deben repensar su rol como espacios donde no solo se acumula información, sino donde se construyen relaciones humanas significativas que fortalezcan la grupalidad, estimulen la cooperación, amplíen los vínculos e incrementen el repertorio de pensamientos. La tecnología, aunque útil, no puede sustituir la experiencia de convivir ni el aprendizaje que surge del intercambio real.
Al final, la escuela es mucho más que un espacio de aprendizaje cognitivo. Es un lugar donde se aprende a ser parte de una comunidad, a vivir en sociedad y a relacionarse de manera responsable. Este reto se basa en no posibilitarle ni una chance a la tecnología y debe ser asumido por la educación en su sentido más amplio.