OPINIóN
FOMO

La dictadura de la opinión constante

Los usuarios de redes sociales se transforman en opinadores seriales. Como si todos tuviéramos un contrato no escrito con X, Instagram, o LinkedIn, hay que hablar sobre cualquier cosa para ser parte de la ola–un protagonismo efímero, que sólo dura hasta el siguiente trending topic.

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Redes Sociales | Cedoc

Todos tenemos algo que decir. Todo el tiempo. Sobre absolutamente todo. No importa si es sobre la caída de un banco en Silicon Valley, el vestido que usó una famosa o, por supuesto, el nuevo conflicto bélico en alguna parte del mundo. Si no opinás, no existís. Porque, claro, en este maravilloso y conectado siglo, guardar silencio parece ser una anomalía. ¿No decís nada? Sos raro, muy raro.¿No opinás sobre el último trending topic? Vivís en una cueva. Y, entre nosotros, vivir en una cueva tampoco es tan mala idea a estas alturas.

La verdad es que, en este brillante teatro de las redes, opinar se ha vuelto el nuevo respirar. Lo hacés porque sí, porque toca, porque es lo que hacen los demás. Como si todos tuviéramos un contrato no escrito con X, Instagram, o LinkedIn, que nos obliga a hablar sobre cualquier cosa. ¿Opinás que el tráfico de tu ciudad está peor que nunca? Aplausos. ¿Decís que la política es un desastre? Bravo. Pero Dios te libre de no decir nada. Eso sí sería imperdonable. El silencio, en este escenario, es visto como una forma de censura autoimpuesta. Un crimen.

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Lo más inquietante es que, en esta dictadura de la opinión, no importa si tenés idea de lo que estás hablando. Solo importa que hables. Porque, claro, no hay nada más aterrador que el vacío. Entonces llenamos ese espacio con frases, reacciones, likes, y comentarios apresurados. Total, es gratis, ¿no? Excepto que no lo es. Cuesta tiempo. Cuesta energía. Cuesta profundidad.

¿Quién tiene tiempo de reflexionar cuando la conversación avanza a la velocidad de un trending topic? Si pestañeás, te lo perdiste. Y acá aparece el FOMO, que no solo aplica a eventos o fiestas, sino también a las discusiones. ¿Cómo vas a dejar pasar esa gran oportunidad de sumar tu granito de arena en una conversación global sobre el cambio climático, el último episodio de una serie, y las cripto, todo al mismo tiempo? Porque sí, en esta era de la multitarea opinativa, no solo tenés que opinar, sino que tenés que hacerlo sobre todo y rápido.

Solo importa que hables. Porque, claro, no hay nada más aterrador que el vacío"

Pero seamos honestos: la mayoría de las veces, ¿cuánto valor tiene lo que decimos? ¿Cuántas de esas opiniones son profundas, sinceras, o al menos coherentes? Nos hemos vuelto opinólogos profesionales, pero amateur en lo que respecta a sostener una conversación de verdad. Al final del día, pareciera que ya no importa el contenido de nuestras opiniones, sino el simple hecho de lanzarlas al aire como si fueran confeti en una fiesta que nadie se quiere perder. Confeti que se deshace en el aire antes de llegar al suelo.

Y es en ese aire saturado de palabras, comentarios y reacciones donde el silencio se convierte en el verdadero acto de rebeldía. Porque, claro, la revolución silenciosa está reservada para los valientes. En un mundo donde todo se mide por la cantidad de "me gusta", el número de retweets o el impacto de un comentario, quedarse callado es casi un escándalo. Pero, ¿acaso el silencio no tiene su propio valor? Es más, ¿no será que el silencio es el espacio donde realmente se puede pensar?

La opinión se ha convertido en un bien de consumo. Si no opinás, no existís. Y si opinás, te premiamos con likes y seguidores, con una dosis de dopamina rápida que te recuerda que, por un momento, alguien escuchó tu voz, aunque sea por unos segundos. ¡Qué felicidad! Pero, ¿qué pasa después? ¿Cuánto dura esa sensación? Exacto: lo que tarda en aparecer el próximo trending topic.

¿Acaso el silencio no tiene su propio valor? Es más, ¿no será que el silencio es el espacio donde realmente se puede pensar?"

Y así seguimos, corriendo detrás de una conversación que nunca termina, una carrera de opiniones que se renuevan a diario, como un buffet infinito de noticias y temas a los que no podemos resistirnos. Nos volvemos consumidores insaciables de contenido y, peor aún, productores insaciables de opiniones. Una producción en masa de pensamientos vacíos, listos para ser consumidos en microsegundos.
Lo irónico es que, en este frenesí por opinar, la calidad ha sido sacrificada en favor de la cantidad. No importa si tu comentario es profundo o superficial, si has investigado o simplemente estás repitiendo algo que escuchaste en la tele. Lo único que importa es que lo dijiste. Lo pusiste ahí. Te sumaste al ruido. Pero, ¿y si, por una vez, eligiéramos el silencio? ¿Y si, en lugar de participar en cada discusión, nos permitiéramos observar, escuchar, aprender? El silencio, en este contexto, es la verdadera subversión.

Porque, y aquí viene la ironía más grande, opinar constantemente es una forma de conformidad. Nos hemos convencido de que, al hablar, estamos siendo independientes, cuando en realidad estamos siguiendo el guion. El guion que nos dice que debemos hablar, debemos reaccionar, debemos existir a través de nuestras palabras. La revolución no está en hablar más fuerte. La revolución está en elegir cuándo hablar. Y, sobre todo, cuándo no hacerlo.

En este mundo ruidoso, la pausa, el silencio, el "no tengo nada que agregar" puede ser el acto más radical que podamos hacer.