OPINIóN
Reacción irascible

La democracia irritada

Vivimos tiempos de grandes indignaciones y los ciudadanos eligen las plazas públicas para manifestarse. Sin embargo, también hay rabias individuales, corporativas, digitales que se vuelven frustración y resentimiento. ¿Contra qué, contra quiénes?

Congreso protestas veto a la reforma jubilatoria 10240828
Congreso protestas veto a la reforma jubilatoria. | Captura de pantalla

Es una epidemia. Se propaga e infecta el espacio público. Es el virus de estos días: el aire de época. La reacción irascible es una respuesta emocional que se manifiesta en la ira descontrolada que descargamos contra el otro. Explicar su fundamento, requiere de cierta reflexión incómoda.

El ser humano tiene la capacidad de indignarse. Es un buen síntoma, puesto que la indignación, como fenómeno colectivo -sustentado en la solidaridad- moviliza políticamente: los ciudadanos, alterados por la situación común, pero sin estar necesariamente afectados por ella, se movilizan para hacer sentir al poder político su sentir. Argentina, diciembre de 2001. España, mayo de 2011. Son las plazas públicas el escenario principal de los ciudadanos que hacen sentir su indignación.   

Pero… la relación individualizante que tenemos con nuestro smartphone, nos escinde de la vida social: la indignación se vive de forma personal y nos conduce a militar digitalmente nuestras propias emociones. Parafraseando a Eric Sadin, nos congregamos en torno a un hashtag para enunciar nuestra rabia, sin implicación directa alguna, sin poner un pie en las plazas. Es la queja continua. 

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De ciudadanos, pasamos a ser individuos contabilizados en una publicación de redes sociales. En el espacio virtual, y sin la esperanza de poder realizar cambios significativos, la indignación se hace frustración.

En el espacio virtual, y sin la esperanza de poder realizar cambios significativos, la indignación se hace frustración"

Esa frustración tiene su origen en la tensión que crece entre la aspiración individual y la imposibilidad de su realización. En esa situación, tendemos a compararnos con quienes nos rodean, y las más mínimas desigualdades cobran mayor relevancia para nosotros.

François Dubet, en La época de las pasiones tristes, dirá que la desigualdad pasó a ser una experiencia personal, no social. La desigualdad nos atraviesa verticalmente, no ya horizontalmente. Hay desigualdades entre trabajadores de una misma empresa, médicos de un mismo hospital, alumnos de una misma aula. Las desigualdades se viven individualmente: ya no es una cuestión de clase social. Las pequeñas desigualdades son más importantes que las grandes desigualdades. 

Del asco a la ira, cómo se tambalea la democracia

Dubet agrega que esta situación ha dado lugar a la crítica odiosa, descuidada y sin sentido contra el otro, por la injusticia que cada uno de nosotros vive a partir de la desigualdad experimentada de forma individual. La reacción irascible es la manifestación de esa frustración que se descarga en el otro, el igual a nosotros. Somos hipersensibles en percibir la desigualdad y la injusticia propia en la comparación que hacemos con quien tenemos al lado. 

Así, la frustración y el sentimiento de injusticia se transforman en resentimiento porque no tienen eco en ningún relato político que le dé sentido positivo y razones de un porvenir mejor. Es la “democracia irritada”, caracterización propuesta por el filósofo Daniel Innerarity, en la cual hay más frustración que aspiración, y donde las agitaciones sociales no logran modificar la realidad que vivimos.

La reacción irascible es la manifestación de esa frustración que se descarga en el otro, el igual a nosotros"

Las “alt rights” explotan ese resentimiento individual, esa reacción irascible, en su beneficio. Las extremas derechas confeccionan una narrativa política que se articula en el contrarrelato, la campaña política negativa, la acusación, la burla y el desprecio. Este mensaje se viraliza por las redes sociales, nos mantienen en nuestro resentimiento, nos intoxica (los trolls presidenciales trabajan de esto, así lo reconoce el propio Jefe de Gabinete). Estos discursos nos inducen a sentirnos víctimas, y por ello, caemos en la necesidad de señalar a nuestro victimario: aquel que es igual a nosotros, el que está a nuestro lado. Es la sociedad del “victimismo”: unos culpando a otros, y otros culpando a los primeros, y todos sintiéndose víctimas. 

La ira que entusiasma

La proyección de la responsabilidad en un tercero, vinculada a la prescripción de valores conservadores por parte de las “alt-rights”, encuadran el espacio público en una moral punitiva. Creamos así una asociación irracional entre el derecho del otro y la frustración que vivimos nosotros. Y, con el estandarte de la moral punitiva en alto, los hombres argumentan su misoginia y homofobia. Las palabras del ministro Cuneo Libarona, y la posterior defensa que el gobierno hizo de las mismas, son más que elocuentes en esto. 

Buenismo vs. malismo: de Facebook a X

El psiquiatra español Pablo Malo revela que reducir el espacio público a una cuestión de moral absoluta, de “bueno o malo”, propicia la violencia social, por el deseo de imponer por la fuerza la moral propia al otro. Desde la ciencia política, este fenómeno es analizado desde la idea de “polarización afectiva negativa”, es decir, la creación de una identidad política sustentada en las emociones negativas que convierten al adversario político en enemigo social. Ello bloquea la posibilidad del dialogo y el consenso en las democracias contemporáneas.  

Es la reacción irascible lo común a todos. Es la falta de resistencia lo que nos separa. El filósofo Emmanuel Levinas emplea la metáfora de “mirar la sensibilidad del rostro del otro" para sentir cómo nos interpela como persona. Hoy es un buen momento para quitar la mirada de la pantalla del smartphone y dejarnos interpelar por la mirada de la otra persona, por sus necesidades, por sus injusticias, por sus desigualdades, por su humanidad.  

*Profesor Superior Universitario – UCA; Licenciado en Ciencia Política – UNR; Diplomado en Gestión Pública – UCC. Analista político y Docente