Nos hemos pasado la vida escuchando que los Estados deben reducir el gasto, llevando a toda erogación pública al mismo nivel. La cultura fue una víctima permanente de ese razonamiento, como si se tratara de una cuestión menor, un pasatiempo del que se puede prescindir, un gustito de unos pocos elegidos. En estas páginas lo hemos desmentido con números e ideas, pero como los que impulsan recortes dicen una y otra vez lo mismo, voy a repetirme con un nuevo ejemplo para que la idea de que este sector vitaliza economías y comunidades compita humildemente contra quienes desean desfinanciarla.
Invertir en cultura es una estrategia inteligente que fortalece el tejido social de ciudades, provincias y naciones, y este impacto positivo lo vimos claramente en Mendoza en lo que va de 2025. Las propuestas artísticas no solo enriquecieron la vida de residentes y visitantes, sino que también se tradujeron en cifras concretas de desarrollo. Según los datos de la última temporada de verano, se generaron 12.066 empleos directos e indirectos vinculados a las actividades culturales. Esta fuerza laboral se distribuyó en diversos rubros, incluyendo un 17% en producción de eventos, un significativo 31% de artistas, un 22% en gastronomía, un pujante 16% de emprendedores creativos, un 12% de vendedores ambulantes que encontraron oportunidades y un 2% en servicios anexos.
Pero los beneficios no se detuvieron en la creación de puestos de trabajo. La inversión en cultura en Mendoza durante este período generó un retorno económico de $41.423.801.100. Este dato revela un multiplicador virtuoso: por cada peso invertido por el Estado provincial y municipal en iniciativas culturales, la economía local recibió 3,5 pesos de vuelta. Este notable retorno subraya el poder catalizador del sector, que activa la cadena de valor que beneficia a todos y todas.
Desde la producción de eventos que requiere técnicos, diseñadores y personal de logística, hasta la demanda en restaurantes y bares que se nutren del público asistente, pasando por el florecimiento de emprendimientos creativos que ofrecen productos y servicios únicos. Incluso el comercio informal se ve dinamizado por el flujo de personas que participan en las actividades culturales.
Estos datos de Mendoza son un testimonio elocuente de cómo la cultura se erige como un pilar fundamental para el desarrollo sostenible. Los gobiernos y el sector privado que apuestan por ella no solo están enriqueciendo la vida de sus ciudadanos, sino que también están sembrando las bases para un crecimiento económico sólido y una sociedad más cohesionada. La vitalidad cultural de una región es un imán para el talento, el turismo y la inversión, convirtiéndose en un factor clave para el progreso integral.
En este contexto, sería bueno que la Ciudad de Buenos Aires no abandone el camino que durante tanto tiempo transitó. Celebro la importante obra que se va a llevar a cabo en el Cultural San Martín, pero veo con preocupación que el Mecenazgo, un programa de financiamiento que permite el desarrollo de grandes proyectos independientes, aprobó un 50% menos de proyectos en 2024 que en 2023, pasando de 1.126 a 639 de un año a otro. Retroceder en las políticas culturales es también negativo para la economía porteña. Si es eso lo que más importa.
*Exdirector del Centro Cultural San Martín.