OPINIóN
Historia

La Captura de Santiago de Liniers, valentía y traición

Crónica de la caída y la humillación final del virrey que defendió el Virreinato del Río de La Plata durante las dos invasiones inglesas, hasta última hora fiel a la corona española.

Liniers
Santiago Liniers. | Museo de la Reconquista.

No bien la expedición enviada por Buenos Aires pisó suelo cordobés, la deserción en las filas contrarrevolucionarias no se pudo parar. Con sus tropas demasiado menguadas, el 27 de Julio de 1810, Santiago de Liniers decidió replegarse hacia el Norte, para hacerse fuerte en Salta y el Alto Perú, a la espera de refuerzos que enviaría el Virrey de Lima.

El 31 de julio, Liniers y sus compañeros abandonaron Córdoba, con 400 hombres. El jefe del Ejército del Norte, Francisco Antonio Ortiz de Ocampo le comunicó a la Junta: “que ayer á medio día han salido de Córdoba, camino del Perú el Gobernador Concha, el Sr. Liniers, el Obispo, el coronel Santiago Allende, Don Victorino Rodríguez y el oficial Real Moreno llevando consigo nueve piezas de artillería volante del calibre 4, 6 y 8, con algunos carruajes, y tres cientos ó cuatro cientos hombres con fusil y chuza”.

En el camino, continuaron las deserciones, y casi toda la tropa se dispersó a la vista de sus jefes. En Tulumba estalló una carreta con pólvora y municiones. Al no tener cómo arrastrar su artillería, Liniers ordenó clavar los cañones y quemar sus cureñas.

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Abandonada Córdoba, Ortiz de Ocampo adelantó a su segundo, Antonio González Balcarce, con 300 húsares, para ocupar la “Docta” y perseguir a los complotados. A la madrugada del 5 de agosto, Balcarce llegó a la ciudad. Dejó a 225 soldados en custodia y partió en busca de Liniers, con otros 75 jinetes.

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En Arroyo Seco, el 4 de Agosto, los fugitivos resolvieron separarse, para facilitar su huída. Abandonaron los carruajes y relevaron a los pocos soldados fieles que les quedaban.

El Reconquistador, junto a su ayudante, su capellán y 3 esclavos, se dirigieron hacia el Oeste, a las sierras de Córdoba. El Obispo Orellana, se refugió en la propiedad de otro sacerdote, hacia el Este. Gutiérrez de la Concha y el resto, continuaron hacia el Norte. Al día siguiente, Balcarce llegó al punto de separación, y por delatores supo el rumbo que había tomado cada grupo. Entonces remitió partidas de soldados para apresarlos.

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Destacó al ayudante José María Urien con un destacamento, para dar con Liniers, quien había pasado la noche del 5 de Agosto en un puesto de la estancia denominada “Piedritas”. 

Recuerda un miembro de la partida del francés: “El 5 de agosto hizo noche el señor Liniers con los que le acompañaban en una infeliz choza y rendidos del camino y  fatiga que les causó haber caminado 20 leguas a caballo por caminos ásperos y quebrados se entregaron a un profundo sueño; a medianoche los sorprendió la partida que los perseguía mandada por el teniente José María Urien, joven que siempre se ha distinguido, por estar adornado de todos los vicios; les recordó poniéndoles las bayonetas al pecho, los precisó a vestirse y en seguida los ató con los brazos atrás, pero con tal crueldad al señor Liniers que le reventó la sangre por las yemas de los dedos. Correspondiente a este tratamiento era el que de palabra hacía Urien tuteándolo y no llamándole sino ‘pícaro sarraceno’. Sarracenos llaman los rebeldes a los que por fieles a la buena causa son opuestos a su sistema”.

'Los ató con los brazos atrás, pero con tal crueldad al señor Liniers que le reventó la sangre por las yemas de los dedos. Correspondiente a este tratamiento era el que de palabra hacía Urien tuteándolo y no llamándole sino ‘pícaro sarraceno. Sarracenos llaman los rebeldes a los que por fieles a la buena causa son opuestos a su sistema' "

Otros, afirman que, antes de la captura, hubo un forcejeo y Urién se salvó de que Liniers lo matara; ya que su escopeta no disparó. Los húsares redujeron, entonces, al Reconquistador. 

Los prisioneros fueron atados durante tres horas hasta el amanecer. Urien saqueó sus pertenencias; apropiándose del caballo y las armas del ex virrey; mientras “le puso a éste una indecentísima e incómoda montura. De este modo fue conducido en medio de soldados el Reconquistador de Buenos Aires, el libertador de la América del Sur… un general; y llegó a aquel sitio con gritería y escarnio; pero nada de esto, ni la suma incomodidad que le resultaba de ir mal montado; ni cuantos actos de humillación le hicieron sufrir, fueron bastantes para abatir su heroico ánimo, y nunca le desamparó su presencia de espíritu, con la que guardó el cordel con que fue atado, diciendo que lo apreciaría siempre como una señal gloriosa de su fidelidad a la nación española y a su rey Fernando VII”.

Al día siguiente, fueron capturados todos los demás complotados. Se les incautaron los caudales que habían sacado de Córdoba; dinero que luego desapareció.

A pesar de los maltratos y humillaciones, Liniers mantuvo, en todo momento, su espíritu inquebrantable. La historia de su caída es un recordatorio del complejo y doloroso proceso de la independencia argentina, donde la valentía y la traición coexistieron en un delicado equilibrio. La figura de Liniers, aún en su derrota, se erige como símbolo de la resistencia y fidelidad a sus ideales en los anales de la historia argentina.