Hace poco más de un año, a la vieja y conocida grieta se le sumó otro frente de batalla: “zurdos empobrecedores” contra “ciudadanos de bien”. Este discurso no parecía ser algo exclusivamente argentino, sino que formaba parte de una tendencia global.
Ahora bien, el gobierno que llegó al poder bajo la promesa de "liberalismo", repitiendo que era el "respeto irrestricto por el proyecto de vida del prójimo", parece haber abandonado rápidamente su discurso inicial. En lugar de cumplir con el fin de la casta y la dolarización, ha abrazado una agenda conservadora que contradice sus compromisos de campaña.
En un momento como el actual, donde los argentinos nos enfrentamos a desafíos económicos y sociales profundos, la política decide librar una batalla social anacrónica. El mandatario más importante de nuestro país sube al cuadrilátero a quienes no piensan como él y a los colectivos más vulnerados de la sociedad, dejando muy en claro cuáles son sus prioridades.
La ‘batalla conservadora’ parece haber comenzado a resonar fuerte en el Foro Económico Mundial de Davos, un espacio clave para atraer inversiones y destacar el potencial de un país. Sin embargo, en lugar de aprovechar la oportunidad, el presidente dedicó gran parte de su intervención a atacar los derechos de las mujeres y las diversidades.
La peligrosa nueva fase de Milei
Ratificó este discurso en su entrevista con Esteban Trebucq, menospreciando la convocatoria espontánea a la multitudinaria marcha del 1 de febrero y manteniendo una persecución discursiva constante contra los artistas y los opositores.
Muchas de estas cosas ya las vimos a lo largo de la historia contemporánea —y no, no es solo el saludo nazi de Elon Musk—. Vale la pena prestar atención y reconocerlas para frenarlas a tiempo. Primero, está el “fantasma del comunismo”, el odio al progresismo y, en general, a las izquierdas.
El discurso oficial parece adoptar una peligrosa lógica: quien piense diferente debe ser eliminado.
Súper amigos: Milei volvió a defender a Elon Musk de "los imbéciles de izquierda"
Pero el ataque no se detiene allí. Ha comenzado a instalarse una visión reduccionista y biologicista de la sociedad, promoviendo, por ejemplo, una concepción binaria de los géneros que confunde deliberadamente sexo biológico con identidad de género. Peor aún, estas ideas retrógradas van acompañadas de comparaciones ofensivas que asocian la diversidad con enfermedades o parafilias.
También reproduce posiciones ultraconservadoras que arremeten contra mujeres y diversidades, retrocediendo en derechos y negando cuestiones comprobables, como la desigualdad en la distribución de las tareas de cuidado y entrometiéndose en la orientación sexual e identidad de las personas. Algo muy lejano a lo que plantea el liberalismo.
Por último, estas políticas se traducen en una mayor desigualdad económica, justificada bajo la bandera del “mérito”. Este discurso dificulta el acceso a bienes y servicios básicos para los sectores históricamente relegados. No es casual que esto venga acompañado del desfinanciamiento de instituciones públicas, especialmente educativas, en un intento por debilitar el pensamiento crítico y la búsqueda de equidad.
El panorama no es alentador, ya que todo indica que esta situación solo se profundizará. A esto se suma la reciente prohibición de traslados en cárceles por razones de cambio de género y la imposibilidad de que menores de 18 años accedan a tratamientos hormonales según su identidad autopercibida. Además, para la apertura de sesiones ordinarias del 1° de marzo, se espera el anuncio de medidas como la eliminación de la figura de femicidio y la derogación de la Ley Micaela.
Frente a este contexto, este martes se reunieron en el Congreso Diputados de todos los bloques -menos La Libertad Avanza- y referentes LGBTIQ+ para coordinar una estrategia de lucha ante el avance de las políticas de odio y exclusión. Este encuentro no solo es una respuesta a los recientes ataques, sino otra muestra de que la resistencia y la organización social siguen más vivas que nunca.
Estamos a un paso de que las ideas de odio, exclusión y desigualdad se conviertan en el nuevo sentido común, pero aún estamos a tiempo de evitarlo. Cuidar la democracia no se reduce a votar; exige movilizarnos, participar y defender los derechos que tanto costó conquistar.
En vísperas al 8 y al 24 de marzo, reforzar la independencia de poderes, garantizar un Congreso autónomo, una justicia imparcial y alzar la voz como sociedad son claves para frenar el avance del facho moderno. La historia ya nos mostró las consecuencias de callar frente al autoritarismo. Hoy es el momento de actuar y construir un futuro donde los derechos humanos —y no los “izquierdos inhumanos”— sean el pilar de una sociedad equitativa.