OPINIóN
Partición de 1947

Israel y Palestina: “ucronías” posibles

”La verdadera tragedia no es que israelíes y palestinos estén condenados a un conflicto eterno por alguna incompatibilidad esencial, sino que cada generación ha heredado los costos acumulados de oportunidades perdidas” dice el autor y nos invita a reflexionar sobre el pasado y el presente de ambas sociedades.

Guerra en Medio Oriente: 11.500 muertos en Gaza.
Guerra en Medio Oriente: 11.500 muertos en Gaza. | Reperfilar

"Two roads diverged in a wood, and I—
I took the one less traveled by,
And that has made all the difference."
— Robert Frost, "The Road Not Taken"

La "ucronía" es un género de literatura especulativa que explora realidades alternativas surgidas de la modificación de acontecimientos del pasado. A diferencia de la utopía, que imagina un lugar ideal inexistente, la ucronía se adentra en un tiempo que no fue pero que podría haber sido, iluminando la contingencia de nuestro presente.

Este ejercicio trasciende el entretenimiento literario para convertirse en herramienta filosófica que cuestiona el determinismo histórico. La ucronía nos invita a considerar lo que Hans Vaihinger denominaba el "como si" (als ob) filosófico: pensar el pasado con rumbos alternativos nos permite comprender mejor las encrucijadas que enfrentaron los actores históricos y las que nosotros mismos enfrentamos hoy.

En Historia del cerco de Lisboa, José Saramago plantea: ¿qué habría ocurrido si los cruzados se hubieran negado a ayudar a los portugueses a conquistar Lisboa? A través de un corrector que inserta un "no" en un texto histórico, explora cómo un pequeño cambio textual puede desencadenar realidades alternativas, cuestionando nuestras narrativas establecidas.

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Phillip K. Dick en El hombre en el castillo y Phillip Roth en La conjura contra América exploraron realidades alternativas donde las fuerzas del fascismo triunfaron, creando distopías que reflejan inquietantes paralelos con nuestra propia historia. Estas obras nos recuerdan cómo pequeños giros en momentos decisivos pueden transformar radicalmente el curso de sociedades enteras.

La historia judía parece particularmente fértil para estas exploraciones ucrónicas. En "Herzl dijo" de Yoav Avni (2011), se plantea una provocativa realidad donde el movimiento sionista acepta la propuesta británica de establecer un Estado judío en Uganda, rechazada históricamente en el Congreso Sionista de 1903. Por su parte, El Sindicato de Policía Yiddish de Michael Chabon imagina un asentamiento temporal judío en Alaska que se convierte en el principal refugio tras la destrucción temprana de Israel, explorando magistralmente la persistencia de la condición diaspórica.

En ningún caso esta reflexión resulta más relevante que en el contexto del conflicto árabe-israelí, donde cada encrucijada histórica ha generado consecuencias de largo alcance. La historia judía parece particularmente rica en estos "caminos no tomados". Quizás porque, como pueblo diaspórico, la existencia judía ha estado marcada por encrucijadas constantes, momentos de decisión forzada y posibilidades abruptamente truncadas.

En el contexto del conflicto árabe-israelí, la pregunta ucrónica adquiere especial relevancia. La masacre del 7 de Octubre del 2023 y la subsiguiente guerra entre Israel y Hamas rehabilitaron una abrumadora oposición al Sionismo. El cuestionamiento contemporáneo sobre la legitimidad del Estado de Israel frecuentemente retorna a la Nakba, la tragedia del desplazamiento palestino, como pecado "original" de Israel en un contexto histórico que retrotrae a 1947, al Plan de Partición propuesto por la ONU, como si los ochenta años subsiguientes de conflicto respondieran a una teleología inevitable.

Esta negación de legitimidad constituye una excepcionalidad internacional. Mientras otros estados surgidos de la descolonización —como India, Pakistán o las naciones africanas— ven reconocida incuestionablemente su existencia, Israel permanece como el único país cuyo derecho fundamental a existir es sistemáticamente cuestionado, como el único país cuya legitimidad depende de sus políticas contingentes y no de un derecho a-priori, como si solo en Israel estuvieran al desnudo las marcas de su violencia fundacional y lo volvieran en consecuencia ilegítimo.

Este cuestionamiento ignora o distorsiona deliberadamente los antecedentes jurídicos e históricos de su fundación, reinterpretándolos como una mera manipulación colonialista, obviando hechos como el respaldo soviético al Plan de Partición, difícilmente explicable desde una perspectiva puramente colonialista.

Estas líneas buscan desafiar esta narrativa determinista, explorando los posibles escenarios alternativos que podrían haberse desarrollado si el liderazgo palestino y los estados árabes hubieran tomado la decisión de aceptar el plan de Partición de 1947.

Partición de 1947

Para noviembre de 1947 Gran Bretaña llevaba ya treinta años de ocupación colonial de Palestina, y veinticinco desde que esta fuera legitimada con por un Mandato de la Liga de las Naciones. La secuencia de acontecimientos que llevó al Plan de Partición comenzó con un giro radical en la política británica. En mayo de 1939, el gobierno británico publicó el llamado Libro Blanco, que abandonaba el apoyo previo a las aspiraciones sionistas establecido en la Declaración Balfour. Este documento impuso severas restricciones a la inmigración judía, limitándola a 75,000 personas durante los siguientes cinco años, tras lo cual cualquier inmigración adicional requeriría aprobación árabe. También estableció la intención de crear un estado de mayoría árabe en Palestina.

Estas restricciones se implementaron precisamente cuando comenzaba la persecución nazi en Europa, cerrando vías de escape para los judíos que huían del genocidio.

"Como acertadamente señalara Amos Oz, en aquellos días los muros de Europa reclamaban: '¡Judíos a Palestina!', mientras que Palestina estaba clausurada."

La Segunda Guerra Mundial transformó el panorama geopolítico. El movimiento nacional palestino había quedado gravemente debilitado. La Gran Revuelta Árabe de 1936-1939 había sido brutalmente reprimida por los británicos, eliminando gran parte del liderazgo nacionalista. Adicionalmente, la alianza del Muftí Haj Amin al-Husseini con las potencias del Eje durante la guerra comprometió la posición palestina en la posguerra, fragmentando aún más un liderazgo cuya representatividad ya era cuestionada internamente por las rivalidades entre clanes tradicionales.

La historia judía parece particularmente rica en estos "caminos no tomados". Quizás porque, como pueblo diaspórico, la existencia judía ha estado marcada por encrucijadas constantes"

En febrero de 1947, la situación se tornó insostenible para Gran Bretaña, económicamente frágil, presionada por Estados Unidos y por su propia opinión pública y enfrentando una doble resistencia en Palestina. El gobierno laborista de Clement Attlee, que en campaña había prometido "achicar el Imperio", tomó la decisión de renunciar al Mandato y transferir la cuestión a las Naciones Unidas.

Como respuesta, en abril de 1947, la Asamblea General de la ONU estableció el Comité Especial de las Naciones Unidas para Palestina (UNSCOP), integrado por representantes de once países considerados neutrales.

Cuando el UNSCOP llegó a Palestina en mayo de 1947, el Alto Comité Árabe decidió boicotearlo completamente. Desde la perspectiva del liderazgo árabe, la creación del comité legitimaba implícitamente la partición del territorio. Esta decisión resultó contraproducente: sin interlocutores palestinos directos, el UNSCOP escuchó principalmente la narrativa sionista, mientras la perspectiva palestina quedó marginada en el informe final.

También en mayo de 1947, el movimiento sionista recibió un apoyo internacional sin precedentes cuando el embajador soviético Gromyko expresó en la ONU una inesperada simpatía por las aspiraciones judías, en un giro radical respecto a la tradicional oposición comunista al sionismo. Paralelamente, el presidente Truman, influenciado tanto por consideraciones humanitarias tras el Holocausto como por cálculos electorales, presionó a favor de la partición.

Finalmente, el 29 de noviembre de 1947, basándose en las recomendaciones del UNSCOP, la Resolución 181 de la Asamblea General propuso dividir el Mandato Británico de Palestina en dos estados independientes, con Jerusalén bajo administración internacional. El liderazgo sionista aceptó pragmáticamente la propuesta a pesar de que esta fijaba la creación de dos estados fragmentados, sin continuidad territorial y con severas limitaciones para un desarrollo autónomo. El Alto Comité Árabe y los Estados de la Liga Árabe la rechazaron categóricamente, considerando que violaba los derechos de la mayoría árabe que constituía aproximadamente dos tercios de la población y controlaba, al menos nominalmente, más del 90% de la tierra. Este rechazo de plano significó en la práctica el inicio de una guerra civil entre judíos y árabes, muchos meses antes de la invasión de los ejércitos árabes y de la declaración de la Independencia de Israel.
La ucronía: ¿Qué hubiera pasado si los árabes decían que sí al Plan de Partición?

Imaginemos el escenario contrafactual: el liderazgo palestino acepta el Plan de Partición como un compromiso imperfecto pero necesario. Las consecuencias de esta decisión alternativa habrían reconfigurado profundamente la historia de Medio Oriente .

Contrario a la narrativa que presenta el antagonismo árabe-judío como irreconciliable, esta posibilidad no era históricamente inverosímil. El acuerdo firmado en 1919 entre Chaim Weizmann y el Emir Faisal bin Hussein durante la Conferencia de Paz de París constituye un precedente de cooperación, que aunque limitado por sus condicionamientos y posteriormente abandonado, demuestra que existieron momentos de reconocimiento mutuo que fueron frustrados principalmente por la intervención de las potencias coloniales, no por incompatibilidades intrínsecas entre ambos proyectos nacionales.

Según la investigación del profesor Dimitri Chomsky de la Universidad de Jerusalén, durante gran parte del Mandato Británico, la mayoría del movimiento sionista no consideraba al estado nacional judío como la única alternativa para su proyecto autonómico, existiendo corrientes significativas que contemplaban soluciones binacionales o federativas. Las posiciones que cristalizaron en 1947 no eran inevitables sino decisiones pragmáticas resultantes del desarrollo histórico y los ciclos de violencia interétnica que habían cerrado progresivamente otras alternativas contempladas en momentos anteriores.

Al mismo tiempo, es crucial considerar que hasta 1947 la identidad nacional palestina estaba aún en proceso de consolidación frente a identidades regionales más amplias, un proceso típico en territorios post-coloniales donde las fronteras habían sido trazadas artificialmente por potencias extranjeras apenas unas décadas antes. La "causa palestina" difícilmente podía ser vista en 1947 como un irredentismo territorial claramente definido, siendo más bien una identidad en proceso de formación y consolidación, lo que no resta legitimidad a sus aspiraciones nacionales pero contextualiza la complejidad de aquel momento histórico.

Debemos reconocer que la historia de las particiones territoriales en el siglo XX advierte contra el optimismo ingenuo. La partición de India-Pakistán en 1947 —con sus violencias masivas y desplazamientos— o el caso de Irlanda del Norte, nos recuerdan que los obstáculos a la convivencia pacífica habrían sido formidables incluso con la aceptación formal. Sin embargo, es razonable suponer que sin una guerra abierta entre cinco estados árabes e Israel, el desplazamiento masivo de aproximadamente 750.000 palestinos (la Nakba) no habría ocurrido en la escala conocida. La existencia de un estado palestino reconocido internacionalmente habría proporcionado un marco político-legal para la protección de su población.

La causa palestina no se habría convertido en el elemento unificador crucial para el nacionalismo árabe que emergió con fuerza durante la era de Gamal Abdel Nasser en Egipto y el movimiento panarabista de mediados del siglo XX. Los regímenes árabes habrían perdido una causa movilizadora que, paradójicamente, les permitió desviar la atención de problemas internos y justificar estados de emergencia permanentes.

La reducción del conflicto militar habría permitido canalizar recursos hacia el desarrollo económico y social en ambos estados. Sin la Nakba, la cuestión de los refugiados sería marginal o inexistente. Más aún, eventos determinantes como la Guerra de los Seis Días en 1967, con la subsiguiente ocupación de Judea, Samaria y Gaza, jamás habrían ocurrido, eliminando así el combustible principal que alimentó décadas de radicalismo irredentista en ambos bandos.

Es cierto que las corrientes ideológicas subyacentes —el maximalismo mesiánico y territorial de ciertos sectores sionistas o el islamismo político radical— probablemente habrían existido de todas formas, pero como expresiones marginales sin la justificación histórica y el poder movilizador que les confirió el conflicto continuo. La política israelí podría haber evolucionado con menor militarización, mientras un Estado palestino habría desarrollado instituciones sin la interferencia externa y ocupación que han marcado su historia.
Desde la perspectiva israelí, esta historia alternativa está llena de paradojas. La integración temprana en la región habría eliminado el aislamiento característico de Israel, pero cabe preguntarse si habría afectado su excepcional desarrollo económico y tecnológico, impulsado en parte por la necesidad de superar amenazas existenciales.

También resulta compleja la cuestión de las comunidades judías en países árabes. Aproximadamente 850.000 judíos fueron expulsados o huyeron de sus países tras la creación de Israel. En un escenario de aceptación mutua, ¿habrían permanecido estas comunidades en sus patrias ancestrales, alterando significativamente la demografía israelí? ¿O habría ocurrido una inmigración más gradual y menos traumática? La integración de estas comunidades milenarias en la sociedad israelí transformó profundamente su composición cultural y política. En nuestra ucronía, ¿habría Israel desarrollado una identidad tan marcadamente occidental sin esta migración masiva desde países árabes? ¿O habría surgido naturalmente una sociedad con mayor integración regional desde sus inicios?

Quizás la pregunta más profunda concierne a la identidad política de Israel. Sin el conflicto permanente que ha justificado estructuras de seguridad excepcionales, ¿habría Israel consolidado más firmemente su carácter democrático? La actual deriva hacia una autocracia nacionalista surge en gran medida del contexto de conflicto prolongado. Sin este conflicto, ¿habría evitado Israel la polarización extrema que amenaza hoy sus instituciones democráticas? O por el contrario, ¿habría evolucionado más rápido hacia un régimen autoritario y acaso fundamentalista?

Israel y Palestina: historia y contingencia

Afirmaba Sartre que "el hubiera no existe", y más cercano a nosotros canta Serrat que "no hay otro tiempo que el que nos ha tocado". Lejos de pretender reemplazar la realidad histórica con fantasías más amigables, este ejercicio ucrónico busca precisamente subrayar el rol decisivo de los agentes en la historia. No propone una evasión de lo acontecido, sino una comprensión más profunda de cómo la historia no sigue un camino predeterminado y cómo las decisiones tomadas en momentos críticos pueden alterar fundamentalmente el curso de los acontecimientos. No se trata de asignar culpas simplistas, sino de recuperar la noción de contingencia histórica frente a visiones deterministas que naturalizan lo ocurrido como inevitable.

Debemos confrontar la paradoja de un pensamiento que simultáneamente niega agencia histórica a los palestinos —tratándolos como meros objetos pasivos de fuerzas externas— mientras romantiza actos de violencia extrema como si fueran la única expresión posible de su subjetividad política. Esta perspectiva infantilizante se complementa frecuentemente con una romantización del terrorismo como "resistencia desesperada del Sur Global", despojándolo de su dimensión ética y minimizando o justificando su carácter criminal. Paradójicamente, este mismo pensamiento que niega agencia a los palestinos atribuye a Israel una hipertrofia de responsabilidad histórica, como si fuera el único actor con capacidad de decisión en el conflicto.

La aceptación hipotética del Plan de Partición en 1947 no habría creado un paraíso instantáneo, pero habría establecido un marco fundamentalmente diferente para la resolución de conflictos futuros. Esta reflexión contrafactual tiene relevancia contemporánea: nos recuerda que tanto el cuestionamiento de la legitimidad básica del Estado de Israel como la negación del derecho palestino a la autodeterminación ignoran las múltiples oportunidades históricas para una solución que fuera más allá de la disputa entre derechos excluyentes.

Si aceptamos que el pasado no era inevitable, debemos concluir que el futuro tampoco está predeterminado. La verdadera tragedia no es que israelíes y palestinos estén condenados a un conflicto eterno por alguna incompatibilidad esencial, sino que cada generación ha heredado los costos acumulados de oportunidades perdidas, solidificando narrativas de victimización mutua que dificultan imaginar futuros compartidos. Todas las víctimas de este largo conflicto —tanto israelíes como palestinas— son el resultado de decisiones humanas concretas, no de fuerzas históricas abstractas e inmutables.

Reconocer esta contingencia histórica es vital para romper el ciclo de tragedias que ha marcado a tantas generaciones. Solo así podremos ampliar nuestro horizonte de posibilidades y construir un futuro que escape al destino de sangre y dolor que hoy parece inevitable.

* Historiador y Docente, Conferencista del Instituto de Enseñanza del Holocausto de Yad Vashem