Las crisis que ha venido sufriendo el mundo a lo largo de la historia ponen en evidencia el estado en el que se encuentran los Estados y las sociedades que los integran.
El siglo XX estuvo signado por el surgimiento de los totalitarismos, por dos guerras mundiales, por guerras civiles, persecuciones raciales, holocaustos, la bomba atómica, la guerra fría, la caída del muro de Berlín, etc.
El común denominador de esos cien años de historia, fue la presencia de líderes y personalidades, que supieron enfrentar las adversidades, que estuvieron a la altura de las circunstancias, por más difíciles y crueles que fueron.
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En este siglo que estamos transitando, parece ser que los sucesos, si bien no son tan extremos como los vividos en el anterior, nos sitúan frente a nuevas adversidades, algunas remozadas, otras novedosas como la cuestión climática, y en cuanto a los conflictos armados, estamos viviendo -como refirió el Papa Francisco- una tercera guerra mundial por etapas.
De lo que estamos seguros, es que la crisis que domina al mundo es moral. La desigualdad es el común denominador. Del conflicto moral se desprenden las injusticias sociales, el hambre, la pobreza, la miseria y los refugiados; la gran ausente en el mundo globalizado es la dignidad humana.
Esta situación de decadencia, se debe en gran medida a la escasez de líderes para saber enfrentar las adversidades. Es que la política es un acto de servicio, no un trabajo o empleo donde progresar.
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¿Dónde están los líderes naturales, los dirigentes y los políticos? El jesuita español José María Rodríguez Olaizola, escribió hace unos días un twitter donde describió en pocas palabras la situación reinante: “Callar demasiado, agachar la cabeza ante lo arbitrario, sumergirse en la inercia y el conformismo o disfrazar la cobardía de prudencia es una forma prematura de empezar a morir”.
Esta triste realidad la retrató genialmente el sociólogo Zygmunt Bauman, cuando definió el mundo contemporáneo como una sociedad líquida donde los grandes recipientes sólidos -instituciones, partidos políticos, clubes, cuerpos intermedios, valores compartidos, creencias, maneras de entender la sociedad- se han licuado, de modo que ahora mucha de la vida social se nos escurre entre los dedos. Nada dura, y nada se mantiene. Todo es efímero. Para ello en estos tiempos líquidos, se necesita de gente sólida, que resista y que sea valiente.
El caso más concreto lo tenemos con las consecuencias que ha desatado la pandemia del Covid-19, y la falta de eficacia para repelerlo. Hace casi un año que el virus llegó a nuestros frágiles cuerpos, y todo indica que lo hizo para quedarse más tiempo de lo pensado.
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Si hacemos un simple análisis de cómo los responsables de gobernar sus países enfrentaron la pandemia, veremos que en la mayoría de los casos perdieron contra el virus, que está siempre un paso más adelante. Es cierto que en muchos estados poderosos, si bien fallaron en los controles y en la prevención, la situación económica no fue tan gravosa, tan terrible como sucede con los países más pobres.
En el caso de la Argentina, la situación es complicada. Tengamos en cuenta que la pandemia llegó a los tres meses que el nuevo gobierno asumió. Esta situación atípica, obligó al presidente Alberto Fernández a encarar una situación incierta, y dispuso una extensa cuarentena.
Lo que le faltó es un plan integrador, no sólo para la pandemia que se cobró hasta el momento casi 50 mil víctimas, sino también para la economía, que fue el sector más afectado.
Si apelamos a la enseñanza de la historia, Perón en 1944 creó el Consejo Nacional de Posguerra, precisamente previendo las consecuencias que depararía el fin de la Segunda Guerra Mundial, que necesariamente impactarían en nuestra economía. Convocó abiertamente sin distinción a la unión nacional, o sea a todo el espectro político, empresarial, económico y social.
Las medidas que adoptó el CNP fueron muy acertadas, tanto en el orden económico, industrial, como en el político. Este plan se plasmó en un informe titulado “Ordenamiento Económico Social”, y fue la base del futuro Primer Plan Quinquenal del gobierno peronista. El Peronismo, con todos los defectos que se le pueden achacar, si de algo entiende, es de cómo enfrentar los conflictos.
Estos hechos históricos, son los que el gobierno debería tener más en cuenta para darle franca batalla a la pandemia y el día después, que aún no ha llegado. Estamos a tiempo de buscar soluciones integradoras, recursos tenemos. Lo que se necesita son gestos concretos, confianza y grandeza. De esta forma evitaríamos caer en el laberinto de los enfrentamientos, sectarismos y antagonismos, que nos llevarán a las peores frustraciones de nuestra historia.
* Ignacio Cloppet. Miembro de la Academia Argentina de la Historia.