OPINIóN
Análisis

Hemos crecido en el odio

Ni liberales, ni militares, ni peronistas, ni radicales pusieron en práctica la integración y el desarrollo argentino. A partir de los 90 el país se bañó del neoliberalismo de “los zorros libres en gallineros libres”, cuando se necesitaría un acuerdo entre el Estado y la multitud para que los argentinos trabajen no por su esclavitud, sino por su liberación.

¿Cuál es el límite para los discursos de odio que se multiplican en los medios de Argentina?
¿Cuál es el límite para los discursos de odio que se multiplican en los medios de Argentina? | Pablo Temes

La frase pertenece a Joaquín V González, el político de la generación del 80 que ocupara todos los cargos electivos posibles, menos el de Presidente de la República. Y como sutil contraste, su casa en La Rioja natal se denomina “Samay Huasi”, que en el idioma quechua significa “Morada de Paz”.

Como ministro de Roca, había presentado dos proyectos, uno fue ley de Divorcio y otro, el Código del Trabajo, tan avanzados para su época, que nunca fueron tratados por el Congreso.

Pero ¿a qué se refería el ilustre riojano con su frase: “Hemos crecido en el odio”?…

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A la muy cruenta guerra civil que asoló el territorio patrio desde los días posteriores a la Revolución de mayo de 1810, hasta prácticamente 1880. A toda ella invoca Eduardo Sacheri, que, como historiador, luego de haber publicado un primer tomo del origen de la Argentina, entre 1806 hasta 1820, abarca en su segunda entrega el lapso entre 1820 y 1852 y la titula Los días de la violencia.

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Y en palabras de Sacheri, “los fusilamientos, el degüello de prisioneros, la ejecución de opositores, las exhibiciones de cadáveres se vuelven asiduos y se naturalizan como parte de la lucha política. Como si la violencia desatada por el ciclo revolucionario, descendiera ahora unos cuantos peldaños hacia lo más oscuro de la brutalidad humana” …

Si esto ocurría en el siglo XIX, en el Cambalache del siglo XX, no parecía algo menor…

Repasemos algunos episodios: los fusilamientos de la Patagonia Trágica en el momento yrigoyenista, los progroms del barrio de Once en la década del 20 y, en la llamada década infame del 30, los fusilamientos de los anarquistas y la prisión de los radicales, como Ricardo Rojas, famoso autor literario, en Ushuaia.

A ello habría que agregar haber puesto preso al que fuera diputado, Ricardo Balbín, en el período peronista; el terrorífico bombardeo de la Plaza de Mayo el 16 de junio del 55, por la aviación naval; los fusilamientos de la llamada Revolución Libertadora y los de Trelew en la llamada Revolución Argentina; los asesinatos de la guerrilla y de la autodenominada Triple A, en los años de plomo de la década del 70.

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Y como siniestra frutilla del postre, la desaparición de personas, bebés y bienes en el catastrófico Proceso de Reorganización Nacional, que culminara con las muertes de la tragedia de Malvinas.

Sin dejar de añadir los dos atentados terroristas, a la Embajada y a la AMIA, todavía irresueltos por la justicia; el caso Nisman, con dos pericias contrapuestas con respecto a su muerte; y el intento reciente de magnicidio a Cristina Fernández. 

Desde ya que hubo argentinos que en el siglo XX intentaron una conversación, como lo sugería permanentemente ese ilustre autor chileno que era Humberto Maturana.

Uno de ellos fue el doctor Aldo Ferrer. En su notable biografía, que Marcelo Rougier titula El enigma del desarrollo argentino, el autor señala que sus ideas, “no fueron concebidas como meras elucubraciones teóricas, sino siempre como contribuciones al logro del desarrollo” argentino, siempre postergado.

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El derrotero de Ferrer fue impactante, desde sus comienzos en Naciones Unidas, como asesor de Arturo Frondizi, luego Ministro de Hacienda de Oscar Allende en la provincia de Buenos Aires y finalmente organizador del Instituto de Desarrollo Económico y Social y del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Posteriormente Ministro de Obras Publicas y de Economía de la Nación, Presidente del Banco de la Provincia de Bs. As y de la CNEA.

Culminando su larga y fructosa vida como Embajador Argentino en Francia y hay que señalar, el logro que más estimaba, Profesor Emérito, el más alto cargo de la UBA y una Cátedra que lleva su nombre en la Facultad de Ciencias Económicas.

Con su querido amigo Jorge A. Sábato, el creador de Atucha, trató siempre de hacer realidad el triángulo del físico nuclear, donde Estado, Empresas y Ciencia contribuían a un desarrollo tecnológico virtuoso, novedoso y nacional.

Para ese complejo desarrollo nacional , conversado con tantos actores a lo largo de su vida, sacó la conclusión de que eran necesarias “la cohesión social, la impronta nacional de los liderazgos, la estabilidad institucional y el pensamiento crítico”. A esos cuatro factores sustanciales los denominó la necesaria “densidad nacional”.

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Excepto la estabilidad institucional trabajosamente lograda a partir del 83, no hay duda de que los otros tres componentes de la densidad nacional están en falta.

Porque Ferrer como Sábato y anteriormente Frondizi, fueron profetas en el desierto del desarrollo argentino, que nunca floreció ni se incrementó la densidad nacional.

Porque ni liberales, ni militares, ni peronistas, ni radicales en sus pasos por el poder pusieron en práctica las ideas de la integración y el desarrollo argentino. En realidad predominó en el país a partir de los 90 el neoliberalismo, que definiera el Nobel norteamericano J. Paul Samuelson como: “zorros libres en gallineros libres”.

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Sus resultados a nivel global pueden ser graficados a través del reportaje que Jorge Fontevecchia realizó a Martin Schultz, el ex presidente del Parlamento Europeo, donde éste muestra las dificultades económicas de una familia tipo con empleo formal en Alemania, cómo a nivel local  aparecen 25 millones de argentinos en la pobreza y 8 millones y medio, en la indigencia.

Todo esto colabora con lo que Eduardo Fidanza en el Diario Perfil describiera como “democracia agonizante”, poniendo como ejemplo el tétrico debate presidencial ocurrido en EEUU entre el decaído Joe Biden y el agresivo Donald Trump.

En esta confusión generalizada, donde se siguen escuchando tambores de muerte y prosiguen la guerra de Ucrania, la de Gaza y la africana de Sudán, con el consiguiente riesgo nuclear; ha pasado a segundo plano la consideración de las catástrofes climáticas producidas incesantemente por el calentamiento global.

Cabe recordar entonces a Krishnamurti, el pensador indio del siglo XX, que ante una pregunta sobre el resumen de su enseñanza, expresara solamente: “Escuchar”.

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Es entonces imprescindible escuchar y poder conversar. Los profetas del odio no pueden tener lugar privilegiado en nuestra civilización del siglo XXI, no solamente porque se trata de una pasión triste, que rebaja nuestra Potencia como aclarara en el siglo XVII Baruch Spinoza, sino porque es necesario transmutar el mundo de la tristeza y el resentimiento en un mundo de alegría, amor y generosidad

Para ello como el mismo Spinoza lo escribiera, es necesaria la concordancia del Estado con la multitud, con una multitud que trabaje no por su esclavitud, sino por su liberación y como señaló Aldo Ferrer restablecer la cohesión social, la impronta nacional de nuestro postergado desarrollo y agradecer el pensamiento crítico que hace a la imprescindible densidad de mentes y cuerpos que nos constituye.

Y es necesario reparar la educación y la salud pública, descartar el miedo y reflotar la esperanza, acabar con la guerra y con el hambre, restablecer la seguridad de la vida y del trabajo y sobre todo una política afectiva que se atreva a llenarnos de pasiones alegres.