OPINIóN
INTELIGENCIA ARTIFICIAL

¿Hacia dónde va la humanidad?

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Supervivencia. La IA expone al hombre y su fragilidad. | shutterstock

Hoy está de moda hablar de inteligencia artificial (IA). Lo que no está de moda es comprender las implicancias para los humanos.

Ningún artefacto en el transcurso de la historia fue pensado para reproducir de forma idéntica nuestras aptitudes sino que se buscó paliar límites corporales con la finalidad de elaborar dispositivos dotados de mayor potencia física que la humana.

Desde la estructura del cerebro hecho de neuronas, conductores eléctricos hasta redes de transmisión, en la búsqueda de emular, replicar, y más aún, duplicar la contextura mental. Más allá de esta empeñativa labor, detrás flota la osada meta cuasi vocacional de enunciar la verdad. Un asistente digital personalizado que estaría calificado para planificar un régimen alimentario a medida para cada sujeto; un diagnóstico y tratamiento médico que detecta un síntoma; una evaluación virtual que califica la aptitud o ausencia de la misma para la obtención de un contrato laboral.

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Cada parámetro preconfigurado en el sistema es la valla, el filtro que fijó el asistente virtual al personalizar un perfil laboral. La decisión de no someterse a la evaluación digital es quedar fuera. La de someterse es aceptar una radiografía del carácter humano que ni siquiera la misma persona podría detectar por sí misma. He aquí la mayor perturbación: la búsqueda de la verdad.

La verdad, del griego alétheia, hace referencia filosóficamente a la sinceridad de los hechos y la realidad. Ese “desocultamiento del ser” reviste la calidad de evidente y en sí mismo verdadero. El sincericidio al que se somete el hombre con la asistencia digital devenida en IA convoca a la fragilidad almática más profunda con el consecuente nivel exponencial de exposición manipuladora. Alimentamos la IA y ahora nos excluye. Paso a paso avanzó sobre la singularidad humana y ahora nos despoja, determinando quiénes quedan fuera y quiénes dentro.

Lo digital oficia de perito. Evalúa en “modo certero y más fiable” la develación oculta de la conciencia humana. Ahí, en esa escala, nace un nuevo poder: el reemplazo del humano a través de la IA.

El filósofo francés Éric Sadin, en La inteligencia artificial o el desafío del siglo, modela una serie de características peculiares para tipificar la morfología técnica. En primer lugar, un antropomorfismo aumentado que, si bien se posiciona desde las capacidades cognitivas humanas, las mismas apenas constituyen una base referencial apuntando hacia virtudes más rápidas, eficaces y fiables. En segundo lugar, un antropomorfismo parcelario ya que no aborda la totalidad de nuestras capacidades cognitivas con infinitud de asuntos como sí lo hace un humano, sino que se subsume a garantizar tareas específicas. En tercero y último lugar, un antropomorfismo emprendedor pues no presenta disposiciones interpretativas sino más bien emprende acciones de forma automatizada en función de conclusiones delimitadas.

Lo digital se erige como una potencia aletheica cimentada en el nuevo capitalismo que ya está entre nosotros: el capitalismo de la vigilancia, con su consecuente veta económica. ¿El objetivo? Modificación de las conductas humanas a partir de la mutación de los regímenes de obediencia. Ya no sigo mi voz interior, ya no defino mi horizonte de verdad, lo hace la IA. El nuevo poder instrumentario apunta al derrocamiento de la soberanía del pueblo.

Los ladrones no avisan para cometer un atraco. Simplemente actúan. “Si el dueño de una casa supiera la hora a la que va a llegar el ladrón, estaría atento para no dejarlo entrar”. (Lucas 12:39). Así debemos estar velando con el alma activa.

La IA vino para quedarse y la salvaguarda es nuestro discernimiento espiritual libre, no cautivo. Conocer la verdad nos hace libres (Juan 8:32).

*Socióloga (@GretelLedo).