OPINIóN
Aprender a negociar

Hacerse matar si tan sólo valiera la pena

“Los mayores dramas acontecen cuando se está convencido de que se hacen las cosas por el bien propio y/o el del otro” aunque predomine la ira y no se quiere ver, dice el autor, que analiza, en tanto psicólogo y mediador, el drama del policía jubilado que mató al colectivero por la cumbia a todo volumen.

“Se lo merecía”, dijo la esposa del ex policía que mató de un tiro a un colectivero en La Matanza
“Se lo merecía”, dijo la esposa del ex policía que mató de un tiro a un colectivero en La Matanza | Cámara de Seguridad

“Se me disparó sola” cuenta Rafael, suelto de cuerpo o de palabra. Sostenido el revolver como una extensión de su brazo, lo empuja en la panza del colectivero. De haber sido una alpargata o una medialuna hubiera sido igual, pero no. Mañana de Navidad, es bien posible que no diera más, luego toda una noche de desvelo y furia. Envió a su mujer a peticionar que bajaran el volumen de la música, pero nada. Muerto de sueño, cargado de ira y ofendido en su hombría, va al frente, enfrente.

Y todo por pasar cumbias a todo volumen – lo que con la tecno de hoy no es joda - a través de la noche y hasta el alba. Tiemblan las paredes, tiembla tu cuerpo, te vuela la tapa del cerebro. Me pregunto: ¿qué necesidad de fatigar tímpanos ajenos con su música más ajena aún? Pero esa no es la pregunta correcta. No sólo porque los demás no importan sino, que se da por cierto que les brindo algo que no pueden dejar de agradecer.

Es que esa incapacidad de aceptar el dolor o la necesidad del otro requiere algo de esfuerzo y sí, de la trillada empatía, saber de convivencia que consiste en poder resignar algo para lograr lo que a uno le importa más, o sea, saber negociar. Todo se incrementa con el perdurable dolor de la vida cotidiana y la cruel incertidumbre respecto del futuro. Esto vale en la familia, el barrio, en el trabajo y en la cama también.

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El policía retirado que mató el colectivero en Navidad dijo que se le escapó el tiro

Pero habría que aceptar que hay situaciones irresolubles en el momento en que acontecen, pues necesitan de otros tiempos. De nada sirve el aleccionador refrán, tan remanido como sonso e inaplicable: “el derecho de uno termina cuando empieza el del otro”. Nos lo predican en la escuela, hasta estar ahítos (RAE: llenos, hartos, fastidiados), pero ¿acaso lo entienden o aplican los maestros?

Si fuera cierto, en eso de andar cediendo sin ton ni son, la gente se tornaría idiota y la convivencia, una carnicería. La frase original es de Jean Jacques Rousseau allá por el S. XVIII y la aplica a la libertad. Ese temita se resolvió en la Revolución Francesa haciendo rodar no pocas cabezas. Hay países hoy día que les alcanza con la tortura, la horca o los campos de reeducación y exterminio. Saben cuáles son, pues lo conocimos de cerca.

Vinieron después los discursos de los noticieros, abundando en lugares comunes con la moralina a la crema Chantilly: que la tenencia de armas, que el gatillo fácil, que hay que tomar medidas -parecen modistas modestas. Luego te la explican la cohorte de expertos que te baten la justa, hasta la psicológica. Siempre el acento en el desvariado policía jubilado y novel asesino.

Como Ud. lector, vi más de una vez el video: de frente, de costado y hasta de arriba. No vi la sangre, pero tampoco la bala. Ojos que todo lo ven, a la Gran Hermano de George Orwell: es el reality show que te exhibe y explica el detalle más insignificante una y otra vez, como si eso agotara la verdad y la problemática de la vida cotidiana, hasta que ruegue que la corten. ¡Enough! Sí, el poli Rafael Moreno advierte: “La cosa va a terminar mal”, mientras recibe un par de puñetazos y empellones y como sin querer queriendo, le puso a Sergio Díaz un taponazo calibre 38.

Sin saber ninguno de los dos qué pasaba, el colectivero da unos pasos - como asimilando el desconcierto de a poco - y se desploma exangüe. Y sí, para uno, “homicidio agravado por el uso de arma de fuego” y para el otro, un velorio de tremendo dolor para sus queridos y los compañeros de la 103.

La pregunta es: ¿todo para qué? Veamos que pasó del lado del occiso, como gusta nombrar la jerga crímino-periodística. Su prima que dice que no es la primera vez de tener incidentes con el “gorra” de enfrente. La esposa del poli que dice que es bueno como el pan y la iraní Forugh Farrokhzaad sentencia: “…fuimos asesinos unos de los otros” (1935-1967). Se “pegaron” uno al otro y el disparo final, los unió definitivamente.

Usted que viaja en colectivo, habrá observado que los choferes, seguramente entre ellos Sergio Díaz, son muy precisos en el volante, negocian bien la calle y son calmos. No te desprecian saludo alguno.

¿Qué le pasó? También él, después de una noche en vela - pero animada, quizás con algo de alcohol, como corresponde a toda reunión festiva - no las tenía todas consigo. Sobre todo porque no quería, imagino, ser provocado y ofendido, justamente en su casa y más aún frente a la familia. Empuja con su panza, es un hombre robusto, desconociendo que tiene un revolver apuntando a su vientre que no es ni de chocolate ni de cebitas. ¿Narcicismo imprudente? ¿Hombría desacreditada?

La vida tan contemporánea nos ha llevado a ignorar la hebraica enseñanza del siglo II que, parafraseada a la porteña, enseña: “Si no te cuidás vos, ¿quién carajo lo hará? y si sólo te cuidás sólo a vos, ¿qué mierda sos?”.

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Disculpe el lector la vehemencia lunfarda, pero la hago más clara. Ninguno de los dos, ni Rafael ni Sergio se cuidaron y en consecuencia tampoco cuidaron del otro. Y esto no es excepcional, pues la vida en la metrópoli abunda de ello, de modo grosso o hilando fino, en todas las relaciones de la vida comunitaria, laboral y familiar.

Un peatón cualquiera cruza la calle y pegado a la urgencia banal de su celu, no levanta la vista. Otros, incluyendo a ciclistas, aplicando sus derechos absolutos y ausentes de toda obligación, se imponen en las bocacalles, total la culpa de cualquier accidente es del conductor, por la supremacía ortopédica de su auto frente a la inermidad del cuerpito gentil.

“¡Que me pague el daño, que me repare!”, olvidando que el daño sería en su propio cuerpo. A la vez imponen cruel e irresponsablemente a esa otra especie - los conductores - el habitar sufrimiento, además de la pena del delito penal. Esto lo saben los que habitamos ambos espacios. Así como al peatón le pueden suceder toda suerte de cosas que lo lleven a distraerse, lo mismo sucede con los conductores. Algunos hasta tienen sus propias cámaras grabando, no sea que además te planten testigos falsos.

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Pero hay algo más. Hemos descubierto al enemigo: somos nosotros es el título de un libro sobre coaching organizacional (Steve Stowell, Salt Lake City). Esa es la clave para entender por qué empresarios toman pésimas decisiones y liquidan lo que construyen y dirigentes sindicales con tal de ordeñar beneficios sin fin, hunden las empresas junto con sus afiliados. La voracidad del funcionario o legislador, cuya ambición de “retornos” o supina ignorancia para las cuestiones que debe decidir o votar, hunden los más valiosos emprendimientos. Por supuesto que ello se observa en las relaciones de pareja, en que domina la deprivación y el destrato: “no le doy gusto, justamente porque es lo que más desea”.

La falta de ternura hacia lo más querido, privar a los cercanos o ajenos de lo que más anhelan y necesitan, precisamente por ello. Pa´ pensarlo.

Es que los mayores dramas acontecen cuando se está convencido de que se hacen las cosas por el bien propio y/o el del otro, amarrados a un sabotaje rabioso que se prefiere ignorar.

A eso el maestro Freud sabía darle un nombre. Desmintiendo, forzando la ignorancia, la buena percepción de las cosas, el sentir que preanuncia y el pensamiento que está a la mano. Hay que descubrir al enemigo – que acecha impiadoso por doquier –pero que también somos nosotros mismos. El más peligroso.

Éste fue también el drama de Sergio, el poli retirado y de Rafael, el colectivero. Así como se puede dejar pasar a un peatón o ceder ante un auto, es posible habitarlo pese a la renuncia y hasta incluso con alegría, pues la gente sabe agradecer esos gestos.

Uno se podría haber bancado la noche en vela- no es todos los días – había buen motivo: víspera de Navidad. El otro podría haber bajado un tanto el volumen, joder. Pequeños gestos, negociaciones amables al fin, que pueden salvar vidas y evitar infortunios. Eso se aprende, si has tenido suerte, en el kinder, en tu familia, en la escuela y en el club. Estamos aún a tiempo.