Extremo calor y velocidad sin sentido, es un combo explosivo en la ciudad de la furia cuando se acercan las Fiestas de Fin de Año. Tanto apuro por llegar, la gente que se apura para caminar, un círculo vicioso porque nadie sabe dónde va, diría casi como un grito Celeste, la del rock y el tango.
Dan la vida por comprar un regalo pero la economía en sequía acrecienta la neurosis colectiva de que quizás nada podrá ser como el mandato social impone. Se llegará a la Nochebuena con algo menos que otros años y eso podrá cruzar el ideal con las potenciales miradas ajenas que reclaman más.
Las Fiestas que se aproximan son como un punto de llegada de una maratón de todo el año donde de algún modo muchos solo quieren llegar sin poder disfrutar el presente, el aquí y ahora, las semanas que aún quedan, no pudiendo optar por escanear el sentir de lo que quieren y dejándose llevar por la ola masiva del deber ser.
Arribar a diciembre es ingresar al malestar de la gran ciudad, a la infelicidad del hombre que vive en sociedad, porque mayormente hay angustia, bronca acumulada, impotencia y una sumatoria de emociones que contrastan con lo que el marketing y la publicidad da cuenta de estas fechas: alegría, felicidad, armonía y sobre todo, brindis, obsequios y el color del dinero.
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Ese mandato social impone que para las Fiestas hay que juntarse, estar en familia, pasarla bien, comer muy rico, charlar con todos, abrazarse, traer muchos regalos y por supuesto, vestir y perfumarse bien. Pero la contracara es también otra: discusiones por no querer viajar a la casa de un familiar, enemistades declaradas que impiden el encuentro, simular que todos estamos bien y la desazón se acrecienta.
El estrés se incrementa al querer evitar trasladar esas crisis en los más pequeños.
A todo esto hay que agregar la idea colectiva (consciente o inconsciente) de que hay que hacer balances de lo que fue el año. Aunque no sean escritos, no se verbalicen, eso opera en nuestra psiquis y ánimo.
¿Y si la conclusión es que el año no fue bueno? ¿Qué no alcanzó para poder viajar en vacaciones? ¿O para cambiar el celular? ¿O acaso para poder pagar todas las cuentas de los servicios, dándose de baja de algunos? ¿Quién impone en cada cual esta necesidad imperiosa de hacer un debe y haber del año?
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Toda esta secuencia de lo que supuestamente hay que hacer, genera para esta época más ansiedad y angustia y se acude más a las guardias médicas como si allí pudieran dar respuesta al dolor existencial.
Emergen más personas que deciden pasar solos estos eventos, quizás tomando una elección más congruente que tragarse simbólicamente lo que no quieren ver. Porque alimento es mucho más que la comida, es todo lo que ingresa por nuestros sentidos.
Además habrá que añadir cómo viven estas fechas las personas con consumos problemáticos, con adicciones, donde son dos semanas regadas casi de pólvora en estado activo para ellos.
Se sienten estimulados por el entorno, porque son los momentos donde más se bebe, come, se ingesta, se acerca a la sustancia (no la substancia del ser, de la esencia), se des-controla todo porque para muchos es mejor perder el control que estar lúcido y observarse. Es el tiempo de los excesos porque acaso nadie pondrá la mirada sobre ellos para estas fechas.
Sumemos a estas luces intermitentes, a la ciudad iluminada de ficción por unos días, a la publicidad del todo bien y felicidad, las pérdidas, los duelos por aquellos que no podrán estar en esa mesa o celebración. Cómo procesa cada cual esa ausencia, que a lo mejor lleva solo meses, como para sumarse a un festejo, un brindis, a ese “dale, por la vida, por el futuro”, como un codazo para un despierte y un esfuerzo por compartir.
Y no, el duelo tiene su tiempo, su elaboración, tiene sus etapas y no todas las personas estarán disponibles para estos días de celebración.
Ante todo este panorama, es recomendable desacelerar, conectarse con el mundo interno, preguntarse de verdad qué quiero para estos momentos, no buscar “lucir bien” si no es auténtico y poder expresar a las personas más cercanas el sentir sin palabras edulcoradas ni distorsiones para acomodar lo que otros quieren escuchar.
Tampoco es bueno forzarse a realizar balances de fin de año, siempre son mejores ir haciéndolos sobre la marcha del año y no al final, que puede ser un autocastigo y una síntesis que lleve a más frustración.
Como piensan los japoneses, cada uno tiene un “ikigai”, un motivo para existir, algunos lo han encontrado pero para eso requiere durante todo el año, y no al final, realizar actividades que nos hagan felices y no tanto aquellas del placer inmediato como el hacer en exceso.
Es importante recordar que cada quien es un ser único y valioso en este mundo, que no siempre puede estar, pensar, sentir igual que otro, aunque sea familia o un gran amigo. Al calendario hay que dejarlo a un lado, el fin de un año y el comienzo de otro puede ser relevante para uno pero intrascendente para otro. Los proyectos y deseos son vitales, necesarios pero no por mandatos ajenos. Porque sino, como decía Celeste, que aturdan con bocinas y haya tanto apuro para llegar, al final es un círculo vicioso porque nadie sabe dónde va.