Nosotros los muy limitados mandriles ilustrados (adscríbanos el animalito que más les plazca), logramos con bastante esfuerzo estudiar, (y quizás algo aprender) sobre Economía y algunas pocas cosas más sobre otras ciencias vinculadas al conocimiento.
De modo consistente con nuestro compromiso profesional, insistimos siempre que nuestra obligación es estudiar, investigar y enseñar, difundiendo lo poco que aprendimos, de modo que las personas sepan exigir, seleccionado políticas aptas (además de honestas) para conducir estos tan complejos equipos con ruedas cuadradas que representan nuestras sociedades humanas.
Entre estos objetivos, cabe aclarar que entender e identificar los elementos generadores de la inflación nunca fue un objetivo trivial o simple, tanto en investigaciones académicas, como en la más compleja tarea de desarrollar políticas económicas.
Una vez más sobre la inflación
En anteriores notas ya aclaramos la importante diferencia entre el hecho de que la inflación se manifiesta siempre y en todo lugar, como fenómeno monetario (pérdida del poder adquisitivo del dinero), respecto a las múltiples razones reales de aparición y/o perpetuación.
La emisión monetaria como medio de financiar déficits públicos no es la única, recordando la noción matemática puede ser condición necesaria pero no suficiente para que esto suceda.
Las expectativas racionales y adaptativas (Cagan, Lucas y otros) han planteado cómo las personas forman sus expectativas sobre el futuro, montados sobre una lógica con decisiones racionales, adaptando información disponible y tomando también en consideración sus experiencias pasadas.
Desde luego la Economía conductual o del comportamiento (Kahneman, Tverski, Rabin y muchos otros) discutieron esto, presentando los factores limitantes (disonancias y sesgos cognitivos), involucrados en las decisiones de los individuos y por consiguiente de las instituciones.
Toda su sólida investigación demostró y aún demuestra, lo que nosotros denominamos expectativas irracionales, que difieren radicalmente de la abrogada “racionalidad económica”, con decisiones que se encuadran más en una racionalidad estrecha y restringida (Herbert Simon) antes que en el pleno uso de estas capacidades.
Tanto las expectativas racionales como las irracionales, juegan un rol preponderante en explicar fenómenos inflacionarios; cuando diferentes actores anticipan devaluaciones monetarias; ya sea extrapolando mentalmente ocurrencias pasadas, o aun queriendo forzar especulativamente market sentiments y toma de ganancias.
En este contexto, las empresas aumentan proactivamente sus precios como modo de asegurar ganancias o cobertura por una “esperada” y futura diferencia de precios en productos, insumos o equipamiento importado. Las presiones inflacionarias se extienden así a toda la economía, esperando la pérdida del poder adquisitivo del dinero y un tipo de cambio más alto.
Suponemos que el señor ministro quiso referirse a esta última circunstancia, cuando comunicó que “no es que el tipo de cambio esta atrasado, sino que los precios se han adelantado”. Ciertamente alguna razón tiene, el problema es que el gobierno adoptó autísticamente varias medidas absolutamente indispensables cuando asumió (devaluación, equilibrio fiscal y disminución del déficit cuasi fiscal), pero no lo hizo en el marco de un plan económico que abarcativa e integralmente, contemplara todas las variables de los procesos inflacionarios en economías escasamente competitivas como la Argentina.
El tipo de cambio y el (PPP)
La teoría de paridad del poder de compra Purchasing Power Parity (PPP), propone que el tipo de cambio debe ajustarse para mantener el mismo poder de compra entre diferentes países, lo que implica que aquellas economías que experimentan inflación, deben depreciar su tipo de cambio para mantener una paridad de precios.
Los argumentos detrás de este histórico voluntarismo implican que, si el tipo de cambio se retrasa, entonces aumentarán las importaciones complicando la producción local, disminuirán las exportaciones y habrá mas gasto por servicios en el exterior, en conclusión, déficit de la balanza de pagos. Si bien esto no es del todo falso, no ayuda a explicar la totalidad del problema de un caso como el argentino.
La teoría modificada del poder de compra relativo (RPPP) propone además que aquellos países con mayores tasas de inflación (ergo Argentina), deben devaluar su moneda en mayor medida; el carry trade de colocaciones por diferenciales de tasas de interés externas e internas, también afecta las expectativas devaluatorias e inflacionarias.
Estas teorías involucran supuestos inválidos: a) suponen “competencia perfecta” cuando esto no existe en el mundo real, existen barreras arancelarias, distorsiones, subsidios y “dumping” que implican una competencia imperfecta; b) suposición de “bienes y servicios uniformes” cosa que tampoco es realista, ya que no todos son “commodities” o “transables”; y por último c) no toman en consideración los costos de transporte y otras barreras al comercio internacional (además de las arancelarias).
Ante todo, ambas teorías también tienden a ignorar el exhaustivo trabajo de Michael Porter en Las ventajas competitivas de las Naciones quien afirma acertadamente, que la prosperidad de las Naciones no se hereda, se crea y depende de la capacidad de todas las industrias y servicios para innovar y mejorar continuamente.
“La ventaja competitiva se define como el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país”. Obviamente esto no se consigue con un tipo de cambio favorable ni tampoco devaluando, requiere de formación, trabajo e investigación constantes, innovación y compromiso comunitario, características absolutamente inexistentes de modo abarcativo en nuestros últimos 100 años de historia.
Un modelo para armar
Nuestro país ha quedado siempre en la “etapa de armado” con la “substitución de importaciones” como modelo impulsor de desarrollo (que solo fue una necesidad real durante la II Guerra mundial).
Sin embargo, esto se transformó en una terrible trampa corporativista (apoderamiento de las exportaciones, IAPI, retenciones y otros, un mercado interno cautivo, empresas protegidas de nula competitividad, sindicatos y estructuras publicas ineficientes y corrompidas, etc. etc.).
Estas ideas contaminantes calaron profundamente en el ideario popular y fueron apoyadas por sectores de todas las corrientes políticas; ninguno pareció querer prestar atención a los procesos de desarrollo económico seguidos por Australia, Canadá y Asia.
Los llamados tigres asiáticos aplicaron “substitución de importaciones” pero solo lo hicieron en alimentos, tratando de despedirse de hambrunas y /o dependencia de terceros. Toda producción industrial en esos países se desarrolló para “el mundo” con la claridad de que, con exportaciones competitivas, los mercados locales no serían problema. Nuestro país con un síndrome megalomaníaco de “potencia”, hizo siempre exactamente lo opuesto.
En nuestro sector demostramos como los medicamentos de “fabricación” nacional, se venden a un precio 300%/ 450% mayor que el más económico de Estados Unidos, la leche en sachet se vende localmente a US$ 1,38 y en Estados Unidos una de primera marca cuesta solo US$ 1,06 por litro la diferencia un 30 % más cara en Argentina.
Para quienes crean que una devaluación resuelve esto piénsenlo mejor, en Estados Unidos el salario mínimo a nivel federal es US$ 7,25 la hora (aunque muchos Estados imponen mínimos mayores); hoy en Argentina, el salario mínimo es de US$ 1,35 la hora, lo que representa una diferencia de 537%. Solo para tenerlo claro en Taiwán es de US$ 5,78, en China US$ 3,78, en Japón US$ 7,51 y en Italia US$ 8,50 la hora.
¿Entonces qué? primero abandonar nuestro generalizado síndrome del espectro autista y segundo, estudiar una vez más y en detalle, como hicieron los países para salir de alta inflación y encarar procesos de desarrollo económico sustentable (Israel 1984 un caso estudiable, pero también lo son los aciertos y fracasos de nuestra propia convertibilidad de los 90´s).