OPINIóN

¿Es Milei el “fin de la historia”?

Si se mira todo el siglo XX, se observa que el punto final de la historia apareció siempre luego de un “hito”: la Gran Depresión, las dos guerras mundiales, la caída de la URSS… y en Argentina, tras los dos primeros peronismos. Qué será de las utopías.

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Hace aproximadamente siete meses escribí para este mismo sitio una columna titulada “El día después de la ‘campaña total’ que mató al pensamiento”, donde al final sostenía que “no habría que sorprenderse por sus efectos”. Uno también podría argumentar que no habría que sorprenderse de los seis meses de este gobierno.

Pero ¿por qué sorprenden los niveles de popularidad de un gobierno que, a pesar de decir otra cosa en campaña, llevó adelante el “ajuste más grande la historia”? No es mi intención hacer futurología, debo aclarar que no vengo de un “futuro postapocalíptico”. Sin embargo, pretendo plantear líneas que intenten aclarar por qué parece que no hay alternativa.

El gobierno ha logrado instalar la idea del “fin de la historia”, y uno podría caer en la inocencia de creer que ello fue producto de la capacidad comunicacional descomunal del propio gobierno. Pero, si uno atiende a lo que fue la campaña electoral, difícilmente pueda argumentar que después de ella no venga un “fin de la historia”. 

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En mi columna había puesto de ejemplo a la Gran Guerra, pero si uno aleja más la lupa y ve todo el siglo XX, observa que el “fin de la historia” apareció siempre luego de un “hito”: la Gran Depresión, las dos guerras mundiales, la caída de la URSS, por ejemplo. En el caso de Argentina, piénsese en los dos primeros peronismos.

Es cierto que la idea de “fin de la historia” se popularizó con la caída de la URSS; Francis Fukuyama es a quien se le atribuye la autoría de esta idea, recuperada de otros pensadores. Según Fukuyama, la desaparición del comunismo traería como consecuencia la muerte de las ideologías y, por lo tanto, la hegemonía de la democracia liberal. Pues, está claro que las ideologías no murieron, y las democracias liberales hoy están siendo cuestionadas aún en aquellos países donde era un dogma.Sin embargo, esto es una conclusión a posteriori de los hechos, con “el diario del lunes”.

Hoy los efectos del fin de la historia parecen gobernar las mentes de los argentinos. ¿Qué se puede esperar de una campaña electoral como la del 2023 donde dos paquetes argumentaban que aquellas elecciones resignificarían la historia de la Argentina? Pero más allá de eso, ¿qué se puede esperar de este gobierno que le debe tanto a la campaña electoral del 2023 como Napoleón a la Revolución Francesa?

Según Fukuyama, la desaparición del comunismo traería como consecuencia la muerte de las ideologías y, por lo tanto, la hegemonía de la democracia liberal"

Parece ser que no hay camino que no sea éste -si es que estamos yendo por un camino-. No importa que uno no entienda de qué camino se trata, ni sepa a ciencia cierta qué desavenencias le esperan, sólo hay un camino. ¿Y qué lo legítima? La victoria en las urnas. ¿El Pueblo? Una paliza para aquellos que creen que el pueblo tiene conciencia “nacional-popular”.

Excepto que suframos amnesia colectiva, el kirchnerismo también pensaba en el fin de la historia; algunos argumentaban, en sintonía con esto, sobre una especie de sucesión matrimonial infinita. La realidad les pasó por encima. Por cuestiones naturales, constitucionales, entre otras, el proyecto no pudo ser. 

Entonces sólo cabría pensar algo que no es ninguna genialidad: el fin de la historia no existe como tal, más bien es una proyección ilusoria que, en el mientras tanto, tiene sus frutos.

No porque un árbol dé frutos eso signifique que todo fruto es saludable para el organismo. Es decir, que esta idea del fin de la historia tenga sus resultados, no quiere decir que estos sean buenos. 

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Si hay algo que mata el fin de la historia es a la crítica; y sin crítica no hay historia que valga la pena leer ni contar. Por lo tanto, el asesinato a la crítica significa la incapacidad de atender a las demandas desde lo más objetivo posible. Todo aquello que se “aleje” del camino por desandar nos parecerá una patología, una desviación. 

Un comedor comunitario nuevo no significará pobres nuevos, sino una “operación política”. Un puesto laboral menos será alguien que no entendió las reglas del juego y el crítico un golpista.

Y para todo hay una respuesta. El camino, aunque hoy no tenga delineamientos claros, tiene un cartel: “todo lo malo es culpa del ‘Estado presente’”. Subrayo: una respuesta. La culpa no es de un gobierno anterior que utilizó en su marketing politiquero la noción de “Estado presente”, sino la mismísima idea per se de “Estado [presente]”. El responsable no es la persona, el individuo, sino el instrumento. ¡Cuánto liberalismo impregnado en estas ideas! 

Pero, así como el kirchnerismo no pudo con “su” fin de la historia, cabría esperar lo mismo del gobierno actual. Por más que apele a divinidades y argumentos fundacionales, no deja de ser ajeno a la realidad. El fin de esta historia no importa tanto cuándo se materialice, más importa qué capacidad tendremos de darnos cuenta de que no se trata de hacer el fin, ya que los conflictos no cesarán nunca. Atender a esos conflictos con la esperanza de que terminen también es una utopía, pero no por ello hay que dejar de atenderlos si pretendemos vivir en sociedad.