La tragedia que golpeó a Bahía Blanca dejó al descubierto, una vez más, la desconexión de la dirigencia política con la realidad del pueblo. En momentos de emergencia, cuando la gente pierde todo, lo mínimo que se espera de sus gobernantes es que estén ahí, en el barro, en el agua, en el sufrimiento. No alcanzan las fotos, no basta con desplegar mapas en una sala de reuniones ni sobrevolar la zona en helicóptero.
El gobernador Axel Kicillof recorrió el Hospital Interzonal Dr. José Penna y sobrevoló la ciudad, constatando desde el aire que en algunas zonas el agua había drenado. Mientras tanto, en otras como Cerri e Ingeniero White, el agua seguía arrasando y los operativos con lanchas continuaban para evacuar a los damnificados
Pero la gente esperaba más. Esperaba verlos embarrados, quedándose en el lugar, coordinando la ayuda de primera mano. En cambio, los vieron llegar, sacarse la foto y marcharse sin siquiera ponerse las botas de goma. Parece mentira, pero muchos sintieron más compañía de los medios de comunicación que de sus propios gobernantes. La lupa de un país entero mira de reojo estas actitudes de los políticos.

En el temporal de 2023, ahí sí fueron todos y con ropa de combate. Eran otros tiempos, necesitaban fortalecer su imagen. Aunque tampoco se quedaron mucho tiempo, el impacto golpeó a todos los sectores de Bahía, sin distinción. Hace décadas que existen informes serios alertando sobre el tema, incluso en varias oportunidades se planteó claramente. Hace 13 años, un estudio del Conicet anticipaba un posible desastre climático en Bahía Blanca.
El informe de 2012 se refirió a la ubicación de la ciudad en la cuenca baja del canal Maldonado y del arroyo Napostá. El trabajo del Conicet, basado en un análisis del sistema de drenaje local, identificaba la geografía del terreno, especialmente en sectores de baja pendiente, como un factor agravante. En estas áreas, el escurrimiento proveniente de zonas más altas erosiona las calles sin pavimentar, transportando sedimentos que terminan por bloquear los sistemas de drenaje existentes en las partes bajas de la ciudad.
El aporte económico también parece corto: 10 mil millones de pesos anunciados por el ministro de Economía, Luis Caputo. ¿Es suficiente? ¿Es todo lo que pueden hacer los Estados nacional y provincial para una ciudad devastada? El intendente de Bahía Blanca, Federico Susbielles, advirtió este domingo que la reconstrucción de la ciudad demandará "más de $400.000 millones", una cifra que refleja la magnitud de los terribles daños dejados por el temporal. La falta de infraestructura adecuada no sólo exacerbó el impacto del desastre, sino que también pone en evidencia la desconexión entre la dirigencia política y las necesidades reales de las ciudades. Mientras la ciudad enfrenta la devastación, las respuestas del Gobierno nacional han sido tardías y marcadas por el cálculo político más que por la acción concreta.
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Y, si de ausencias se trata, el presidente Javier Milei ni siquiera se hizo presente. Suspendió su viaje a Mendoza y prefirió “quedarse en la residencia oficial, evaluando los riesgos”. Ni siquiera un gesto simbólico de acompañamiento en un momento en el que la población se siente abandonada.
No se puede ir a una inundación con saco o elegante sport. No se puede recorrer una tragedia sin meterse en ella. La política no debería ser una puesta en escena, sino un servicio real a la gente. A nuestros dirigentes, nuevamente ausentes, los encontró lejos del pueblo. La tragedia de Bahía Blanca fue también la confirmación de una triste realidad: la política está demasiado lejos de la gente que dice representar.
"La política no es un pasatiempo, no es una profesión para vivir de ella, es una pasión con el sueño de intentar construir un futuro social mejor; a los que les gusta la plata, bien lejos de la política" - Pepe Mujica.