OPINIóN
Sentido temporal

Elogio del presente

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Convocados. Hemos perdido casi por completo el sentido festivo de la vida y el de celebrar. | shutterstock

“Panta rhei”, “todo fluye”: con esas dos sencillas y profundas palabras definía Heráclito de Éfeso en el siglo V a.C. el que juzgaba como desordenado y móvil orden del cosmos. Y no le faltaba razón. Tal vez por eso muchas centurias más tarde clamaba Goethe con su intensa pasión romántica aquello de “detente, instante, no seas tan fugaz”. Y quizá por esas mismas razones buena parte de la humanidad se ha empeñado a lo largo de la historia en hacerse con un presente que se nos escapa a todos como arena entre los dedos, inasible, inhallable, imperceptible.

De hecho, en sentido temporal estricto, ni el pasado ni el futuro existen, allí donde el primero se limita a ser el futuro que nos queda por detrás, el segundo terminará por cumplirse inexorablemente como el pasado que nos queda por delante: solo existe el presente, y solo existimos en y por medio del presente, aun teniendo tanto de proyectiva la existencia humana como merece tenerse.

Sin embargo, y en contra de lo exigido por Goethe, el presente no se atesora al solicitar la pausa del instante, una prolongación que conculque su inevitable fugacidad, sino al adentrarse en esa temporalidad para hacerla propia e íntima, para darle plenitud y cumplimiento, más un asunto de profundidad que de extensión, algo que solo ocurre al descubrir que “presente” significa al mismo tiempo una presencia real y actual como un “regalo”.

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Así, hacerse presente al otro es convertirse para él tanto en una asistencia como en un regalo, y “asistir” también en el doble sentido de “presenciar” y “auxiliar”: quien regala y, sobre todo, se regala da de sí lo que es y no primariamente lo que tiene, y da de un modo que presencia el desvelamiento del otro al tiempo que procura que suceda, lo asiste.

El objeto del presente es, entonces, manifestar un compromiso con lo que es y permitir que sea, hacer todo lo posible a favor del rendimiento vital del yo, el tú y el poderoso mundo que se construye entre ellos cuando el regalo se convierte en la mediación existencial privilegiada.

Lamentablemente, como bien señalaba Theodor W. Adorno, “los hombres hemos olvidado lo que es regalar”, hemos perdido de vista casi por completo el sentido festivo de la vida y a muy duras penas recordamos lo que es celebrar, lo que en buena medida equivale a decir que también hemos perdido el sentido del presente en cuanto que “tiempo actual”, no a causa de su secuestro, sino merced a su sobreexposición. Cuando todo es presente e instante, la épica del clic, tal y como acontece en el frenesí sin límite de las redes sociales, en esa invitación planetaria a la euforia perpetua, nada lo es verdaderamente.

Necesitamos volver a una nueva poética del tiempo, a modos de habitar el mundo similares a los de En busca del tiempo perdido, la obra cumbre de Marcel Proust, y en los que se vinculan la memoria y el amor como ámbitos en los que se nos desvela nuestra identidad más profunda, donde recordar es reconocer, pues no en vano re-cordar significa “volver a pasar por el corazón”, allí donde somos y estamos más presentes que nunca, más presentes que nadie, más presentes que siempre.

*Profesor de Ética de la Comunicación. Escuela de Posgrados en Comunicación Universidad Austral.