OPINIóN
Reapropiación

Elogio de la disidencia

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Éric Sadin. Llama a recuperar el protagonismo personal. | Pablo Cuarterolo

En una de sus últimas obras traducidas al español, Hacer disidencia, continuación de La era del individuo tirano, el prolífico y siempre controvertido pensador francés Éric Sadin realiza una apasionada y conmovedora llamada a recuperar el protagonismo personal, una convocatoria a “una política de nosotros mismos” frente a los sistemas expertos que pretenden imponer a cualquier precio un orden de las cosas y de los discursos, al estilo de una poderosa maquinaria retórica, muy en particular la política, la economía y la técnica todopoderosa y omnisciente.

En efecto, parecemos haber perdido la plena soberanía personal, como si hubiéramos cedido a un peso tan sistémico como invisible que nos impide ser actores y autores de la propia existencia, a un régimen de heteronomía en tiempo real cuya primera consecuencia es una poderosa despersonalización del yo y de todos sus vínculos intersubjetivos.

Si bien el título original en francés de la obra de Sadin lleva la propuesta a una cierta forma de extremismo, Faire sécession, tal vez baste con la disidencia vital para recuperar ese protagonismo ya señalado, un disentir frente al consentir todo tipo de atropellos e imposiciones, una suerte de “espíritu de resistencia”, aquel al que se refiere Vladimir Jankélévitch en un libro memorable.

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Necesitamos una amistad civil que esté más allá del compromiso con los políticos

Así, ser hoy un disidente frente a una realidad sistémica en buena medida opresiva significa, e implica, no tanto una emancipación del yo como su reapropiación, y no una sublevación o una insurrección, que suelen ser mitificadas románticamente por la misma sociedad a la que se dirigen y cuestionan, en una suerte de gran proceso de neutralización semiótica profundamente efectivo, sino una recuperación solidaria de los bienes comunes.

De hecho, esa reapropiación no puede cumplirse individualmente, sino comunitariamente, y aquí conviene recordar lo que señala Roberto Esposito con respecto a la comunidad, término que procede del “cum munus” latino, es decir, “con deuda”. Ser parte de una comunidad, incluso de una comunidad de disidentes, exige hacerse cargo de la alteridad y asumir que, como en Lévinas, el rostro de cada otro humano nos interpela.

Tal vez por todo esto, y muy significativamente, Sadin termina su libro con una Conclusión titulada “De la amistad como forma de vida”, en la que sin ninguna duda –aun sin nombrarlo–, resuena el Aristóteles de la Ética a Nicómaco, aquel que afirma que “un hombre en soledad puede razonablemente aspirar a ser virtuoso, pero si lo que desea es la felicidad necesita amigos”.

Necesitamos una amistad civil que esté más allá del compromiso con los políticos y sus maquinarias partidarias, su partidocracia, y a favor del compromiso con lo político, en el sentido más genuino y profundo de la expresión, la búsqueda de esa polis en la que las personas se reconocen y tratan por medio de la palabra, y en la que el disenso sigue siendo, como señala Julián Marías, “concordia sin acuerdo”, pero concordia al fin.

*Profesor de Ética de la Comunicación Universidad Austral.