OPINIóN
Sin moral

El Sarmiento, Filo y los cipayos apropiándose de lo ajeno

Es un atropello rebautizar al ex CCK, "Palacio Libertad. Centro Cultural D.F. Sarmiento", por una simple razón: lo mentan quienes no creen en la educación pública, laica y gratuita que trajo al país el presidente que, en 1874, se retiró la Casa Rosada habiéndose propuesto –y logrado-“dejar por herencia millones en mejores condiciones intelectuales”.

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Palacio CCK y Sarmiento. | Collage CEDOC

Me presento. Soy un "zurdo de mierda". Sin necesidad de que se me conozca en particular, sé que cualquier comparación me favorecerá, dado el esperpento público que se tiene a la vista. Fui uno de los que "adoctrinaron". Sí, "me adoctrinaron", tuve esa suerte, y eso que es arduo tener suerte, de la buena, ya que también hay de la otra, como tener que decidir en un ballottage un voto decisivo entre dos caminos sin salida; uno, de monstruos –de Disneylandia, pero monstruos–, y el otro, de muerte en cuentagotas, que es el de todo "progresismo". Tener suerte, decimos, en un planeta como éste, inhóspito, de gritos, terror, hambrunas, guerras, pestes, pero repleto de bellezas. 

Esto de existir en la horda, entre animales, que eso es la raza humana en sociedades como ésta. Un gran poeta peruano, César Vallejo –Guevara lo llevaba en su morral, junto al fusil–, lo expresó con cierta ingenuidad, pero verdad suprema: "¿Cómo ser, y estar, sin darle cólera al vecino?". Yo, sin embargo, tuve suerte, caí en una facultad de la UBA en 1968 y "me adoctrinaron". 

Llegué a lo público, por fin, luego de once años de colegio privado. En una facultad la gente piensa, no importa de qué lado, porque los hay de todos, pero piensa, eso ya es un avance, más allá de hacia dónde su pensamiento se dispara.

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A mí me sucedió en Filosofía y Letras, luego de deambular por Abogacía e Ingeniería un par de meses no por vocación, sino por mandatos familiares, de gente que cree en títulos y estatus y no en el conocimiento por sí mismo, y en "Filo" tuve la única revelación divina que experimenté en mi vida. No, ¡ma' qué Dios!, fue la del segundo terceto del célebre soneto de uno de los hermanos Argensola, en boca de un profesor, Delfín Leocadio Garasa, en un teórico de literatura en el Aula Mayor: "Porque este cielo azul que todos vemos / ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande / que no sea verdad tanta belleza!". 

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Vaya uno a explicárselo a un economista, mientras lo vemos desplazando en algún medio las cuentas de un ábaco creyendo que desentraña el mundo. Y tuve suerte porque la facultad, en esos años, era un hervidero de comunistas, socialistas, trotskistas, marxistas de esto o de lo otro y, si me apuran, hasta de hinchas de Independiente que diría, por tanto trapo rojo, lo único que podría rescatar, de un "diablo", un racinguista tipo Martín Granovsky, si se lo soplasen Pablo Caruso u otro compañero de equipo. 

La facultad que estaba entonces en Independencia 3065, donde hoy está Psicología, y en la que no se podía ni caminar de los carteles que colgaban, lo que horrorizaría a las chicas libertarias de haber andado el ancestro fantasmal de alguna de ellas por ahí, no creo, no eran tiempos de chicas bobas ni modelos de cremas humectantes, sino de Rosa Luxemburgo, la "Pasionaria", Evita, y día a día se aguardaban, como un poema de Gelman lo recuerda, "buenas noticias de la guerra en Vietnam". 

El engendro quedó: 'Palacio Libertad. Centro Cultural Domingo Faustino Sarmiento'. La primera parte de la frase es un símil del menemista "Síganme, no los voy a defraudar" y la segunda, un insulto"

Ese "adoctrinamiento" vino a redondear algo que ya venía intuyendo desde mis dos últimos años de primaria y secundaria en un colegio de curas al que llegué en primero superior, lo que hoy ha de ser segundo grado, y fue eso que decía, que Dios no existe, que es un invento humano, para disciplinar la sociedad y, de propina, o "daño colateral", dicho en inglés, consolarla del desamparo que representa el Universo desde un planeta perdidito en el brazo inferior de una galaxia entre billones de galaxias. Encontrar un papá, diría un psicólogo y un católico diría encontrar un Papa, y un tótem, un chamán, y un libro que plagiar, un libertario. 

Venía presintiendo esa inexistencia por inquietudes propias de la pubertad y adolescencia y, ya en cuarto año, gracias a un profesor de Francés, Elías Jorge Casmuz, que sí, daba francés, lo que nos tocaba en la secundaria en cuarto y quinto, pero, antes que francés, enseñaba a pensar, llegamos a esta primera parada del Sarmiento, que, si alguien lo pensó un ferrocarril, se equivocó, es el Centro Cultural Kirchner (CCK) que, para vergüenza de Sarmiento, lo rebautizaron con su nombre unos que no creen en la educación pública ni laica ni gratuita, unos primates de la fauna prehistórica que usurparon su nombre para colocarlo a continuación de otra palabra que vienen usurpando hace rato, "libertad".

El engendro quedó: "Palacio Libertad. Centro Cultural Domingo Faustino Sarmiento". La primera parte de la frase es un símil del menemista "Síganme, no los voy a defraudar" y la segunda, un insulto a quien escribió: “Es la enseñanza la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. Son las escuelas la base de la civilización” Al que escribió, de puño y letra, en una carta a José Posse fechada en Santiago de Chile en 1844, durante su largo exilio, esta máxima sin par:”El maestro que logra hacer pensar a sus alumnos tiene ya el secreto de la enseñanza”.

De estar vivo hoy, en carne y hueso, porque en espíritu lo está, en cada aula, en cada claustro, en las facultades y calles ocupadas, hubiese ido ayer, en un ayer genérico, al ex Palacio de Correos rebautizado por el "troll" presidencial o panelista "troll" que hace de presidente, a retirar ese cartel ridículo y volver a ponerle "Centro Cultural Kirchner", no porque se volviera kirchnerista, sino porque no era un pelotudo. Tenía huevos, no de utilería, y dos hijos que no ladraban, Faustina y Dominguito, el que murió a los 21 años en la batalla de Curupaytí, año 1866, como podía haber muerto a los 18, año 1982, en las Malvinas, y dejó escrito a su madre en una carta de ese mismo día, 22 de septiembre: "morir por la patria es darle a nuestro nombre un brillo que nada borrará", y sus palabras brillan, como brillaban en el aire lo otro que le dijo: "las balas de grueso calibre estallan sobre el batallón". Los imbéciles deberían saber de qué se habla cuando se habla de héroes y de próceres.

'Es la enseñanza la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. Son las escuelas la base de la civilización', escribió Domingo F. Sarmiento"

En un esbozo autobiográfico, dijo de sí Sarmiento: “Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia, más que mía de mi patria, endurecido a todas las fatigas, acometiendo todo lo que creí bueno, y coronada la perseverancia con el éxito, he recorrido todo lo que hay de civilizado en la tierra y toda la escala de los honores humanos, en la modesta proporción de mi país y de mi tiempo; he sido favorecido con la estimación de muchos de los grandes hombres de la Tierra; he escrito algo bueno entre mucho indiferente; y sin fortuna que nunca codicié, porque era bagaje pesado para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que yo esperé y no deseé mejor que dejar por herencia millones en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubierto de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, de que yo gocé sólo a hurtadillas”. 

No deseé mejor que dejar por herencia millones en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubierto de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida' (Domingo F. Sarmiento)"

Eso que los que nacen de un repollo no lo pueden decir porque, de sólo verlos, ni el vegetal se lo creería, y que se criaron en el pedorreo de los mercados, que no tienen patria por más bandita que se crucen al pecho y confunden el bastón de caminar con el bastón de mando, que no conocen más fatiga que la de despeinarse con una licuadora fingiéndose un peinado, que perseveran en la ridiculez de "buenos" contra "malos" por mucho Hollywood visto con su cucurucho de pochoclos, que traen una segunda "civilización" luego de que Colón desembarcó con la "primera" sin escuchar ni uno ni otro la clase abierta y magistral que dio Claudia Sheinbaum en México sobre los pueblos originarios, y recorren el "shopping" de Occidente creídos de que es un estudio de tevé, y recibieron la estimación de grandes personalidades de la Tierra, como Elon Musk, Susana Giménez, el Tuerto Nicomedes, y un día, apostando a la quiniela, de chiripa les salió el 56, que, casualmente, también es "la caída" y recuerda la película de Oliver Hirschbiegel, Der Untergang, sobre el final del Tercer Reich y Hitler con la entrada en Berlín de los soviéticos para sellar el destino de la Segunda Guerra, mientras los yanquis aún estaban decidiendo a quién cagar o no cagar para desembarcar en Normandía, así que, cuando caigan, habrán dejado por herencia a millones en paupérrimas condiciones materiales, devastado el país y destruidas sus instituciones, sin que se extendieran por el territorio las vías férreas ni las aerolíneas argentinas expandieran los cielos ni los vapores desbordaran los ríos "para que todos participen del festín de la vida", al decir de Sarmiento, y, en cambio, "ochenta y siete crápulas participasen del asado del verdugo en Olivos", al decir de un jubilado de una multitudinaria manifestación de siete más reprimida en el Congreso al día siguiente, miércoles, por las tropas de la Mujer Ministra Maravilla.

No sólo dijo Sarmiento lo que dijo, dijo eso y mucho más, también barbaridades, como en su carta de 1861 a Mitre cuando le recomendó "no trate de economizar sangre de gauchos". Pero a los grandes hay que entenderlos en contexto, con sus pros y sus contras, incluido lo que en la memoria los condene, y hoy lo que está en juego es la educación, "pública, gratuita y laica", y eso no se discute.

“Es la enseñanza la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. Son las escuelas la base de la civilización», escribió. Una bandera siempre izándose, a la mañana en los colegios, en las universidades a toda hora y a la noche en los sueños. Y para tanto cipayo de la pluma, dijo también del periodismo: “El periodista no tiene que recibir los mendrugos del poder, que a veces contienen veneno. Para ser periodista es preciso haber ceñido la espada del guerrero, conservar toda la vida la vestimenta de un monje y no aspirar sino a comer el pan seco del soldado". 


M.M.