OPINIóN
“Una imagen vale más que mil palabras”

El que a hierro mata…

El partido gobernante, que encerró los recursos democráticos en la lógica de las redes sociales y mide en “likes” el éxito de su gestión, prueba el sinsabor de su propia medicina. Quienes reemplazaron la razón y el diálogo con falacias ad hominem, ahora quisieran ser escuchados.

Milei
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El entrevistador más oficialista ubicado explícitamente en su lugar de prestador de un servicio espurio, siendo interrumpido por el asesor presidencial en plena faena, asumiendo explícitamente su rol de lacayo y de cómplice. ¿Puede alguien sorprenderse? El presidente más narcisista aceptando y agradeciendo la interrupción salvadora, disponiéndose luego –con total naturalidad– a retomar el guion de la parodia, la impostura, el simulacro de discurso público. ¿Puede alguien extrañarse?

La escena a la que asistimos no tiene nada de inimaginable. Por el contrario, cualquier narración que la describiera tal como sucedió hubiera resultado por demás verosímil. Sin embargo, hay algo en esta situación que marca un diferencial. Y eso no es otra cosa que el poder de la imagen: el Rey está desnudo, no porque lo supongamos ni porque nos hagamos ecos de rumores o habladurías, sino porque lo hemos visto.

Nadie nos contó qué es lo que se esconde detrás del velo. Tampoco hizo falta suponerlo, por más que resultara obvio. Simplemente el telón se corrió, y allí estaban: los parodiadores en paños menores y a medio maquillar, justo antes de calzarse uno su máscara de periodista serio y el otro, su disfraz de presidente interviniendo en la esfera del discurso público.

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Una imagen vale más que mil palabras, que diez mil demostraciones, que cien mil argumentos. Bien lo saben los cuadros de LLA. Esa es la máxima que han asumido, que han reforzado y que han procurado repetir, aspirando a transformarla en una suerte de ley universal. Ellos, que convirtieron las falacias ad hominem en moneda corriente, que reemplazaron las razones por las burlas y los diálogos por las amenazas, que simplificaron hasta el ridículo las justificaciones de su accionar.

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Ellos, que apostaron a la reproducción de un público apático y holgazán que sólo desea ser alimentado con ideas de fácil digestión. Ellos, que se valieron de las ilustraciones mesiánicas producidas con IA para marcar tendencias. Ellos, que redujeron los sentidos de la democracia a la lógica de las redes sociales e hicieron de la acumulación de likes el criterio que permite distinguir lo falso de lo verdadero. Ellos son los que ahora ven con pavor cómo esos recursos de los que tanto se valieron muestran su doble filo y se les vuelven en contra, empujándolos a una zona de incomodidad mayúscula de la que no podrán salir utilizando esas mismas herramientas.

Más quisieran ahora poder ser escuchados con detalle, poder expresarse extensamente, poder dar “sus explicaciones” (aunque antes, por supuesto, tendrían que alcanzar a inventarlas). Pero el juez de la imagen emite sus veredictos de manera express y no necesita –ni quiere– escuchar el alegato de la defensa.

Ellos, que potenciaron el dispositivo y se valieron de él para consolidar su poder, deberían haberlo comprendido mejor que nadie, deberían haberlo tenido presente. El que a hierro mata, a hierro muere.

*Profesor en Filosofía y Doctor en Ciencias Sociales. Docente en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Investigador del Centro de Estudios sobre el Mundo Contemporáneo UNTreF