OPINIóN
tragedias

El mismo mar de todos los veranos

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Lujo inútil. El Bayesian era inhundible, como el Titanic, pero acabó en el fondo del Mediterráneo. | cedoc

En cada giro en los que la ficción deslumbra suele aparecer Shakespeare. Cuando Toni Soprano estrangula a su sobrino y heredero de la carnicería mafiosa de Jersey, se proyecta la sombra de las tramas palaciegas. No pocos vieron los ecos de la tragedia de Lear con sus hijas en las temporadas de Succession.

Cuando la vida, no la ficción, se vuelve absurda o se enmaraña en la burocracia, decimos que es kafkiana pero cuando es trágica parece que cuesta, que hay que tomar cierta distancia para decir que es shakesperiana.

Este verano, en Sicilia, frente a la costa de Porticello, se hundió un velero con más de 50 metros de eslora, 500 toneladas y un mástil de 70 metros cuyo valor era de 30 millones de euros. El peritaje, dos semanas después, aún no ha podido explicar qué sucedió. En pocos minutos un tornado provocó que el mar se tragara el barco mientras que a solo cien metros otra embarcación soportó la tormenta sin mayor aspaviento. El fiscal siciliano que lleva el caso se mueve confuso ante la tragedia de un velero de lujo con una tripulación calificada para cualquier tipo de contingencias y con 22 pasajeros nada corrientes.

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La travesía de placer fue organizada por Mike Lynch, un empresario inglés conocido como el “Bill Gates británico”. El motivo del viaje era festejar un triunfo judicial. Lynch le había vendido en 2011 su empresa tecnológica Autonomy a Hewlett-Packard por 10 mil millones de euros. HP se sintió estafada con esa operación y lo acusó de fraude, falseamiento de cuentas y asociación ilícita para la comisión de un delito; un peregrinaje judicial que, según los especialistas, era imposible que Lynch ganara. Había sido extraditado a Estados Unidos y estaba bajo arresto domiciliario. “Si todo esto hubiera salido mal, habría supuesto el final de mi vida”, dijo Lynch después de escuchar el veredicto. La defensa le costó la misma cantidad de dinero que pagó por el barco. Su abogado, Chris Morvillo, artífice del triunfo en los tribunales, era el principal homenajeado en ese viaje. Jonathan Bloomer, presidente de Morgan Stanley International, era el otro invitado a bordo. Todos ellos murieron ahogados en mitad de la noche y también Hanna, la hija de Lynch, y las esposas de Morvillo, Neda, y de Bloomer, Judy.

El extraño caso del presidente Hyde

Los dramas de Shakespeare tienen más de un escenario. Este también. El gran ausente en el barco era Stephen Chamberlain, socio de Lynch y exvicepresidente financiero de la empresa que vendieron a HP. El día de la tragedia Chamberlain estaba practicando running por una calle de Newmarket, un pueblo al norte de Cambridge en donde vivía. Un coche lo atropelló y perdió la vida con pocas horas de diferencia con el fallecimiento de su exsocio.

Joseph Conrad escribió un pequeño ensayo, técnico y moral, en el que explica la tragedia del Titanic. Quita drama a la desmesura del iceberg y asegura que “todo el mundo a bordo viajaba con una sensación de seguridad falsa” y que las vidas de los pasajeros “fueron miserablemente desperdiciadas por nada, o por algo peor que nada: una errónea búsqueda del éxito, para satisfacer la vulgar demanda de unos pocos ricos de un banal hotel de lujo”. En la segunda parte del ensayo, escribe un informe técnico con el que avala su hipótesis señalando las negligencias, negadas por los navieros y por el poder, obviamente. El despiste empresarial, judicial y mediático con que se enfrenta el naufragio ocurrido a finales de agosto no es distinto.

La última escena de este drama, en otro lugar del Mediterráneo, es el intento de desembarco de miles y miles de emigrantes que, como un coro griego, igual a los desposeídos y a los ancianos de la tragedia clásica, van llegando en pateras cada verano. También son mercancía: tienen valor electoral. Es la libra de carne que tributan en el mismo mar de todos.

*Escritor y periodista.