OPINIóN
Lo malo / lo bueno

El Lado Luminoso de la Fuerza

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Sófocles. Ya en la Antigüedad preferían las tragedias a las comedias. | cedoc

Comúnmente sepultadas en los escuetos espacios y tiempos de las secciones de Sociedad, Cultura e incluso Espectáculos, al menos en los medios de comunicación más tradicionales en la organización de sus contenidos, las humildes y trémulas buenas noticias casi nunca son noticia, afirmación que tampoco lo es. Ya los griegos antiguos, que nos han precedido y presagiado en esto como en casi todo, preferían las tragedias de Sófocles, Esquilo y Eurípides antes que las comedias de Aristófanes, Menandro y Cratino, como si la oscura infelicidad diese cuenta de la frágil condición humana más y antes que su reverso luminoso.

También en Star Wars parece seducirnos menos el joven jedi Anakin Skywalker que Darth Vader, el tenebroso personaje en el que se convierte merced a las insidias del malvado Canciller Palpatine, quien en realidad es el siniestro Sith Darth Sidious. Lo trágico nos interpela, nos conmueve, nos excita incluso, nos arroja y arrastra a esa dimensión de la existencia a la que no solemos ser capaces de mirar de frente y de una vez, y que –ante lo trágico– no podemos no mirar, una fascinación en la que de alguna manera se mezclan casi a partes iguales lo bello y lo siniestro, tal y como señalaba lúcidamente el ensayista español Eugenio Trías hace ya tantos años.

En el fondo, casi todas las grandes malas noticias son grandes noticias trágicas, relatos de lo ignominioso, de lo oculto que de pronto se nos revela en tinieblas, en y con toda su brutalidad pertinaz, en su irredimible tristeza, en su insuperable monstruosidad, en la presencia de lo ominoso, en su alegría ausente con silencioso y mudo estruendo; y tal vez por todas estas razones, o al menos en virtud de alguna de ellas, en ciertos momentos dejamos de leer, de mirar, de escuchar, aturdidos por esas tempestades del mal y lo malo, estupefactos y sin capacidad de hacer nada por remediar lo que nos parece fruto de un destino aciago de inexorable cumplimiento o, como mucho, creemos hacer cuando, en realidad, tan solo nos conmueven –tal vez hasta las lágrimas– las desgracias de las que somos pasivos e indemnes espectadores y terminamos por confundir una emoción pasajera con un compromiso.

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Sin embargo, hasta lo trágico, lo más funesto, guarda en sus entrañas más profundas algo de luz, por mínima que esta sea; alberga un poco de esperanza en que lo en apariencia irredimible puede ser salvado; contiene la fe inquebrantable, aunque tan quebradiza, de que lo mejor aún es posible si finalmente alguien es capaz de amar y dejarse amar; si alguien sabe intuir detrás de la negrura y la voz metálica de Dart Vader la posibilidad siempre nueva del Lado Luminoso de la Fuerza, que es, como decía Dante en La divina comedia, el que, tenga o no tenga audiencia, en verdad “mueve el sol y las estrellas”.

*Profesor de Ética de la Comunicación. Escuela de Posgrados en Comunicación Universidad Austral.