OPINIóN
Todo mal

El laberinto de la seguridad en Argentina

“En lugar de trabajar en conjunto, las provincias, la Nación y los municipios parecen librar una batalla política mientras la inseguridad sigue en aumento” dice el autor. Las provincias están desbordadas por el aumento del crimen y el narcotráfico. Parálisis, menos investigaciones y más impunidad.

Detenidos Cárceles
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La seguridad pública en Argentina es un problema cada vez más grave y complejo. La responsabilidad principal recae en las provincias, ya que el país tiene un sistema federal en el que cada jurisdicción administra sus propias fuerzas policiales y su sistema de justicia. Sin embargo, la falta de coordinación con el gobierno nacional, sumada a la ausencia de herramientas legales para los municipios, ha generado un escenario desordenado donde el delito avanza más rápido que las respuestas del Estado.

En muchas provincias, las fuerzas de seguridad se ven desbordadas por el crecimiento del crimen organizado y el narcotráfico, mientras que la relación con la Nación, en lugar de ser de cooperación, muchas veces entorpece debido a las diferencias políticas. Esto deja a los municipios en una situación delicada: aunque no tienen competencias formales en seguridad, la presión social los obliga a tomar medidas.

El laberinto de la seguridad

Así, han comenzado a desarrollar iniciativas propias, como patrullas urbanas, sistemas de video vigilancia y programas de prevención del delito, pero sin un marco normativo que les brinde respaldo y sin recursos suficientes para hacer una diferencia real.

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El resultado es un sistema fragmentado, donde las distintas instancias del Estado operan de manera descoordinada y muchas veces en conflicto. En lugar de trabajar en conjunto, las provincias, la Nación y los municipios parecen librar una batalla política mientras la inseguridad sigue en aumento. Es fundamental ordenar este esquema, clarificar las responsabilidades y mejorar la cooperación entre los distintos niveles de gobierno si queremos recuperar el control sobre la seguridad en el país.

Seguridad, Consejo de la Magistratura y justicia ineficiente

El Consejo, concebido para asegurar que jueces y fiscales sean idóneos e independientes, se ha transformado en un campo de batalla política. Este órgano, encargado de la selección, evaluación y sanción, debería ser una garantía para la ciudadanía de que la justicia actúa con celeridad y eficacia.

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Sin embargo, su integración—que varía según la provincia o la Nación pero siempre incluye representantes del Poder Judicial, Ejecutivo, Legislativo y de los colegios de abogados—ha derivado en una puja constante por el control.

El problema más grave surge cuando el Consejo tiene la potestad de sancionar: esa herramienta, en manos de una mayoría circunstancial, se convierte en un arma de presión política. Los distintos sectores buscan dominar el Consejo no para mejorar la justicia, sino para disciplinarla. Así, fiscales que investigan causas de corrupción política o jueces que enfrentan al crimen organizado quedan bajo amenaza, sabiendo que una sanción puede significar el fin de su carrera.

La falta de coordinación con el gobierno nacional, sumada a la ausencia de herramientas legales para los municipios, ha generado un escenario desordenado"

A esto se suma otra consecuencia crítica: la parálisis en la designación de nuevos jueces y fiscales. La disputa permanente bloquea los concursos y deja gran parte de los juzgados y fiscalías en manos de subrogantes, es decir, funcionarios que ya tienen un cargo y deben hacerse cargo, además, de otro. Esto no solo agota a los magistrados, sino que congestiona el sistema judicial y ralentiza la persecución penal.

El resultado es directo: menos investigaciones, más impunidad y una creciente inseguridad que golpea todos los días a los ciudadanos.

A su vez, la Ley de Seguridad Pública establece el marco normativo para el funcionamiento de las fuerzas policiales y de seguridad en cada provincia.

Patronatos de Liberados: un eslabón olvidado

Son organismos clave para garantizar el seguimiento y la reinserción social de personas que recuperan la libertad, ya sea por cumplimiento de pena, por salidas transitorias o por prisiones domiciliarias. Su función es brindar acompañamiento y control, asegurando que quienes están bajo estos regímenes no reincidan y cumplan con las condiciones impuestas por la justicia. Sin embargo, en muchas provincias ni siquiera existen, y a nivel nacional no hay una política clara que los articule o los fortalezca.

Los fiscales que investigan causas de corrupción política o jueces que enfrentan al crimen organizado quedan bajo amenaza"

La situación es alarmante: cientos de personas acceden a salidas transitorias o domiciliarias sin ningún tipo de supervisión real. El caso de la provincia de Buenos Aires es paradigmático. Allí, el Patronato de Liberados no solo está desbordado, sino que ni siquiera logra licitar tobilleras electrónicas para monitorear a los que tienen el beneficio de estos regímenes. El resultado es previsible: personas condenadas por delitos graves que vuelven a delinquir mientras deberían estar bajo control estatal.

Sin patronatos funcionando como corresponde, la justicia queda sin capacidad real de controlar a quienes aún no cumplieron completamente su condena. Esto no solo pone en riesgo la seguridad de la población, sino que profundiza la desconfianza social hacia el sistema penal.

Servicio Penitenciario: el precio de las contradicciones

Por otro lado el sistema penitenciario enfrenta una crisis estructural que muchas provincias prefieren ignorar. Por falta de recursos, desidia o directamente por una visión ideológica equivocada, no se construyen cárceles nuevas ni se amplía la capacidad del Servicio Penitenciario. El resultado es gravísimo: las comisarías, que deberían ser lugares de detención transitoria por pocas horas, se transforman en cárceles permanentes.

Cientos de personas acceden a salidas transitorias o domiciliarias sin ningún tipo de supervisión real"

Este uso inadecuado de las comisarías genera una distorsión profunda en el sistema de seguridad. Policías que deberían estar patrullando las calles terminan custodiando detenidos, sin la formación ni los recursos adecuados para esa tarea. Mientras tanto, el Servicio Penitenciario, que sí cuenta con personal capacitado para la custodia y el tratamiento de personas privadas de libertad, no tiene infraestructura ni lugar para recibirlos.

Esto no solo satura a las fuerzas policiales y debilita la prevención del delito, sino que también aumenta los riesgos de fugas, como ha ocurrido en múltiples oportunidades en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La falta de cárceles no es un problema administrativo: es un agujero en la política de seguridad"

La falta de cárceles no es un problema administrativo: es un agujero en la política de seguridad. Si no se invierte en infraestructura penitenciaria y en fortalecer al Servicio Penitenciario, se seguirá improvisando con consecuencias cada vez más graves para la seguridad de todos.

Por su parte, el Servicio Penitenciario se encarga de la custodia de quienes cumplen condenas, pero también debería trabajar en su rehabilitación. Sin embargo, la falta de recursos y de políticas efectivas muchas veces convierten a las cárceles en escuelas del delito en lugar de instituciones de recuperación.

Seguridad privada: un actor clave sin integración

La seguridad privada en Argentina está regulada por las leyes de seguridad pública de cada provincia, a partir de las cuales se establece su normativa particular. Sin embargo, a pesar de su importancia, no existen estadísticas nacionales sistematizadas que permitan dimensionar con claridad el peso de esta industria. Tampoco hay una vinculación estratégica entre el sistema de seguridad pública y las empresas privadas que permita aunar esfuerzos o planificar acciones conjuntas.

Para tener una idea de su magnitud: A nivel nacional, se estima que hay entre 120.000 y 150.000 vigiladores privados. Esta cifra no es menor si se la compara con el sistema público: sumando todas las policías provinciales y las fuerzas federales, se estima un total aproximado de 240.000 efectivos en todo el país.

Policías que deberían estar patrullando las calles terminan custodiando detenidos, sin la formación ni los recursos adecuados"

Es decir, el sector privado representa una fuerza paralela casi equivalente en número al sistema público de seguridad, pero sin integración operativa ni planificación coordinada. Repensar esa relación es clave para mejorar la prevención del delito y construir una política de seguridad más inteligente.

La inseguridad no es solo consecuencia del delito, sino del entretejido político e institucional que debería prevenirlo y contenerlo.

Cuando los distintos niveles del Estado se enfrentan entre sí, en lugar de coordinarse, y cuando organismos claves como el Consejo de la Magistratura, entre otros, fallan o son directamente ignorados, el sistema se descompone. El resultado es un problema estructural que se agrava con el tiempo, porque ninguna política aislada puede resolver lo que requiere visión, planificación y funcionamiento articulado. Sin instituciones sólidas, no hay seguridad posible.

*Presidente de la Fundacion República, Alumni del William J. Perry Center for Hemispheric Defense Studies

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