OPINIóN
Ritmo TikTok

El hombre que llegó de la periferia

La historia argentina abunda en personajes inesperados: Yrigoyen fue comisario de Balvanera; Perón era un coronel caído en desgracia que flirteaba con una actriz; Kirchner un desconocido que venía de la fría estepa santacruceña. ¿Y Javier Milei?

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Vittorio Gassman en la pelicula "La armada Brancaleone" (Mario Monicelli, 1966): un aristócrata ingenuo y su banda de fascinerosos.. | wikipedia

Corría el año 1988. El gobierno de Raúl Alfonsín había perdido su brillo inicial y volaba en medio de turbulencias militares y un fuerte viento hiperinflacionario en contra. El peronismo, después del palazo electoral del 1983, comenzaba a levantar cabeza y enfrentaba un proceso inédito: la candidatura presidencial se decidiría en una elección interna donde Antonio Cafiero y José Manuel de La Sota se enfrentarían a la dupla Carlos Saúl Menem y Eduardo Duhalde

Cafiero y de La Sota encabezaban el Peronismo Renovador, un movimiento que, inspirado por el republicanismo alfonsinista, había refrescado las viejas estructuras partidarias y se perfilaba en la percepción general como el candidato natural a alternarse en el poder con el Partido Radical. 

Un fantasma sobrevolaba las conversaciones políticas de entonces: el riesgo de un “bipartidismo” que homologara a la Argentina a las democracias avanzadas occidentales. Para muchos militantes e intelectuales, el bipartidismo era la renuncia definitiva a la posibilidad de un cambio revolucionario en el país.

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La fórmula Menem-Duhalde era lo más parecido a L’Armata Brancaleone, la hilarante comedia de Mario Monicelli estrenada en 1966 y protagonizada por Vittorio Gassman y Gian Maria Volonté. En esta película, un puñado de bandoleros piojosos y desorganizados que tienen poco de valientes caballeros medievales se mueven al servicio de un ingenioso señor casi tan cobarde como ellos. 

Detrás del caudillo riojano y del referente del conurbano bonaerense se encolumnó una heterogénea bandada de políticos, sindicalistas y periféricos que habían quedado fuera del peronismo renovado. La Biblia, el calefón y el Soldado Chamamé.

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Los comicios internos del Partido Justicialista se realizaron el sábado 9 de julio de 1988. Un par de meses antes la socióloga Alcira Argumedo dio una conferencia en Rosario; en la sobremesa, café de por medio, advirtió a los presentes: “Ojo con Menem. No lo menosprecien. La historia argentina abunda en personajes inesperados que llegaron al poder desde la periferia del sistema político: Yrigoyen fue comisario de Balvanera, Perón era un coronel caído en desgracia que encima flirteaba con una joven actriz de radioteatro…”. 

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Menem arrasó en las elecciones internas y no pararía hasta ocupar el sillón de Rivadavia en una marcha imparable y masiva a bordo del Menemóvil. Veinticinco años más tarde otro político inesperado que venía de la fría periferia santacruceña llegaría a la presidencia. La Argentina siempre sorprende.

¿Podemos agregar a Javier Milei en esta serie histórica? Dejando de lado las obvias diferencias ideológicas y la variedad de coyunturas en que llegaron al poder, hay ciertas continuidades en la irrupción de los liderazgos carismáticos en la política argentina que se deberían indagar más a fondo. Son como marcadores genéticos inscriptos en la cultural política nacional. 

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Conviene aclararlo: por más que esté emparejado con una actriz y haya hecho una fulgurante carrera política en un par de años, Milei no es Perón, de la misma manera que Kirchner no era Menem a pesar de llegar de una lejana provincia a cientos de kilómetros de Buenos Aires. 

Pero todos ellos fueron figuras difíciles de encuadrar que irrumpieron de manera inesperada en el tablero político, cambiando las reglas del juego y obligando a los otros actores a redefinirse y reposicionarse. En este contexto, tampoco sería para descartar que el gran opositor a Javier Milei no sea ninguna de las figuras más conocidas hoy del espectro político nacional.

En este juego de continuidades y discontinuidades no deberíamos perder de vista la dimensión temporal. En la época de la política al ritmo de TikTok, resulta difícil imaginar hoy un liderazgo y una hegemonía que duren mucho tiempo por más disruptiva e inesperada que sea. 

Si los viejos liderazgos populistas eran hijos de una Modernidad líquida que fluía por años, ahora esas relaciones son más efímeras y gaseosas. Así como llegan, se pueden ir si no cumplen las expectativas de la sociedad. En el siglo XX los contratos electorales y las fidelidades políticas eran casi un matrimonio de por vida; ahora, esos amores y lealtades son más que fugaces. Como canta Shakira en Te Felicito, antes o después un desilusionado elector puede decir: “Te felicito, qué bien actúas / Esa filosofía barata no la compro / Lo siento, en esa moto ya no me monto”.


*Profesor universitario UPF-Barcelona. Autor de “La Gran Enciclopedia Argentina” y “La Guerra de las Plataformas”