“Los desiertos poseen una magia particular, ya que han agotado su propio futuro y por eso están libres de tiempo. Todo lo que se construye ahí, una ciudad, una pirámide, un motel, está fuera del tiempo. No es casualidad que los líderes religiosos surjan del desierto. Los shoppings tienen prácticamente la misma función. Un futuro Rimbaud, Van Gogh o Adolf Hitler surgirán de sus desiertos atemporales”.
J.G. Ballard, La exhibición de atrocidades (Versión expandida), 1970/1990.
1. Preparar el desierto republicano para la desfiguración de la Nación.
Una Constitución sin autoridad dará paso a una autoridad sin Constitución. Una democracia traicionada, una sociedad desbordada por las pasiones oscuras y una nación con el alma paralizada, oscurecida, fragmentada, pueden permitir muchas, una de ellas, que se dicte una nueva Constitución. Una constitución escrita en la arena de ese desierto político no será una Constitución.
Violar la Constitución parece no tener consecuencias y a ningún actor político le parece importante que las reglas de juego se estén redefiniendo indiferentemente de la letra de la misma Constitución y del juego que los jugadores solían jugar, de su práctica constitucional sostenida en el pasado. No es tensión, es ruptura. No se dobla, se rompe. Los jugadores parecen aceptar ese cambio sin anunciar que van a poner freno inteligentemente a decisiones que son prólogo de otras reformas más intensas. Después del primer año de gobierno lo sabemos: no van a poner freno y menos de forma inteligente.
Nadie tiene la intención de defender la Constitución ni a la sociedad que se empobrece. Ningún espacio político, líder ni actor institucional.
La cultura autoritaria en nuestro país no es exclusiva de ningún sector político o movimiento social. Las condiciones sociales por sí mismas -pobreza, polarización, violencia, economías informales, segregaciones urbanas y de clase- harán imposible una cultura que no tenga tendencias y prácticas autoritarias, donde la libertad y la democracia serán contraculturales. La democracia quedará vaciada como una práctica performativa para la clase alta, que junto a los cínicos e hipócritas que los legitiman, quedarán en el 20 por ciento de la población de una sociedad transformada y empobrecida sin posibilidad de ascenso social alguno.
Sin estatus y sin futuro: esperanza inclusiva para la nación humillada
Argentina tiene una cultura autoritaria más fuerte que la cultura democrática y carece de una cultura antiautoritaria disciplinada, constructiva y pacífica. Los movimientos de derechos humanos niegan derechos humanos y garantías constitucionales en procesos judiciales y construyen jurisdicciones internacionales que niegan la soberanía nacional. Los movimientos antipatriarcales acumularon poder con pánico, miedo y violencias patriarcales, y también violan derechos humanos, garantías constitucionales y expandieron la posibilidad de un Estado penal totalitario y una cultura popular punitivista llena de esas pasiones oscuras. La generación de la democracia de los ochenta es la que está diseñando, hoy como empresarios y miembros de la elite, la transición democrática hacia el autoritarismo.
En nuestro País la cultura antiautoritaria suele ser autoritaria y por ende incentiva ciclos de violencia que retroalimenta la misma cultura autoritaria que dice combatir. Las instituciones, sus líderes y la cultura política tienen una incapacidad para licuar la violencia, la niegan y la ocultan, y por ende en el largo plazo tiende a explotar la bomba de resentimiento acallado.
El diálogo a gritos de las víctimas y sus traumas reproducen los traumas y por ende en el horizonte puede venir más dolor y pobreza, violencia y confusión. Las víctimas del autoritarismo apoyaron autoritarismos y las víctimas de esos nuevos autoritarismos otros autoritarismos y así. Los círculos no se cierran, se profundizan como un abismo. En un nuevo rulo de ese espiral histórico, la sociedad actualmente es invitada a autodestruirse mientras se empobrece.
Los traumas constituyen la nueva política. Esas son las políticas del resentimiento y todavía ni se esbozan sus contracaras, las políticas de la reconstrucción.
De hecho, las fuerzas del cielo son las que pensaron la destrucción creativa y la refundación libertaria que es otra forma de reconstrucción reaccionaria. El futuro puede traer una nueva Constitución nacida de traumas históricos y recientes.
Representar fielmente la traición: la oposición política a Milei es su socia estratégica
Históricamente se decía que la Constitución de 1853 parecía pertenecer a un partido político, el radicalismo, y que el peronismo añoraba su Constitución de 1949. De alguna manera, el radicalismo -antes de ser un partido oligárquico concentrado en los contactos judiciales de los estudios jurídicos que lo gobiernan- derrotó política y electoralmente a la oligarquía con la Constitución que ésta había redactado y reformado. Una victoria categórica que hoy vemos invertida a nivel histórico con un peronismo y un radicalismo cada vez más oligárquicos. En la Argentina de 1912 la oligarquía -un concepto analítico que resurgirá con Trump- decía tener ciertos principios republicanos en la teoría pero su práctica era más compleja. Hasta que se arrepintió en 1930 y parte del radicalismo se plegó a ella.
La reforma de 1994 debería haber cerrado ese debate dado que fue una Constitución pactada por los dos partidos tradicionales, el peronismo y el radicalismo. Operativamente la tercera fuerza, el Frente Grande (futuro FREPASO) también pactó la Constitución porque la usó como exitosa plataforma electoral para 1995 sin aportar ni incidir en la reforma sustancialmente. En el año 2000 Chacho Álvarez renunció a la Vicepresidencia para después gestionar la llegada de Cavallo al Gobierno de De la Rúa e iniciar el ciclo frustrado de delegación, superpoderes y caída en Diciembre del 2001.
En 2001 la oposición a Menem volvía al cánon de Menem. Hoy parece que los opositores a Milei dicen algo parecido: “Queremos derrotar a Milei con las herramientas que le dimos a Milei y que usa en nuestra contra”. Literalmente afirman: “Necesitamos tener nuestro decreto 70/2023”.
En su acción destructiva Milei es innovador y la oposición ni siquiera repite un credo constitucional básico, de republicanismo mínimo. Mucho menos crea una estrategia para defender la Constitución y así a la sociedad.
Una transición democrática hacia el autoritarismo: elites que empobrecen sin anestesia
La reforma de 1994 no tuvo apoyo unánime ni fue jurada por todos los convencionales. Dos convencionales renunciaron al mes dado que el pacto condicionaba que la reforma no se discutiera sino en los términos del pacto. Así el Pacto realizaba, de hecho, la reforma constitucional. La Convención aceptaba el marco del Pacto y hacía la reforma desde fuera de la Convención. Lo denunciaron y renunciaron. Gran mayoría no es unanimidad. Lo vemos en la pésima redacción de los Artículos 76, 82, 99 inc 3, 114, 120 y 129, entre otros, especialmente los últimos regulados de forma rápida y deficitaria para terminar la Convención por un lado. Eso permitía, por otro lado, disputar el sentido de artículos mal redactados y entonces renegociar términos del pacto en la política ordinaria fuera de la convención. Las buenas y malas intenciones no explican los pésimos resultados y los desafíos todavía abiertos.
En 1853 tuvimos una elite de la fundación de la Argentina. En nuestros días tenemos la elite de la frustración de la Argentina. Ésta última son, al menos, dos elites, una ganadora y otra que se pliega a la ganadora cogobernando y cooperando. Los “nubarrones” que se señalan en el horizonte fueron creados, incentivados, por actores institucionales que lucraron con la violación de la Constitución, con la desconstitucionalización.
El exceso autocelebratorio, las parcialidades y la desmemoria sobre la reforma constitucional de 1994 no puede sino ser otra prueba de la irresponsabilidad de la elite histórica en los acuerdos que ni siquiera ella cumple con el edificio institucional que ella construyó. Todo es cosechar ganancias de corto plazo y legar problemas de largo plazo a las nuevas generaciones.
2. Un balance de destrucciones concretas y resistencias retóricas.
El gobierno tiene un año de acciones y reformas concretas y palpables. La oposición tiene un año de discusiones infértiles e indignación boba. Parece abandonar a su electorado perdido bajo epítetos claros: “desquiciados”, “lúmpenes”, “monstruos” que están en un “arca” zoológica, un “otro ajeno” (sic) que “están entre nosotros”. La oposición no reconoce a su electorado perdido, maltratado. Un segmento del peronismo que en tiempos intensos fue llamado “fascista” llama “fascista” a sectores intensos junto a los que llamaron fascista al peronismo pero son socios de las fuerzas del cielo.
La polarización hace que el supuesto antifascismo use la retórica emocional del fascismo para luchar contra el supuesto fascismo reforzando la cultura autoritaria.
El gobierno construye con caos el orden y las condiciones sociales para que los debates sociales sean ideales para sus propuestas. Durante todo el año el falso republicanismo de la oposición no pudo vencer a un falso liberalismo del gobierno.
Aunque sea un autoritarismo competitivo, una autocracia suave, una democracia zombie, un populismo mesiánico, un republicanismo oligárquico, sea lo que sea, será un proceso de desintegración y descomposición social. Más decadencia y despojo. La desconstitucionalización y embrutecimiento de las elites y sus ganancias por el saqueo tendrán la descomposición social y canibalización de las clases bajas y medias como correlato.
Milei y su equipo hicieron ejercicio de un populismo innovador durante sus años mediáticos y en especial durante el primer año de gestión. El populismo oxidado, de múltiples colores, estaba tocando sus clásicos de la grieta mientras la nueva música se estaba gestando y entrando en ritmo con las mayorías policlasistas.
El mismo aspecto innovador aparece en el Estado de Derecho y en la débil democracia con el constitucionalismo libertario. Un constitucionalismo que tiene mucho de inconstitucional y de las peores prácticas de los partidos tradicionales y sus operadores para conseguir excepciones judiciales a la Constitución. Milei está transformando la práctica constitucional mientras las fuerzas tradicionales ni siquiera se apegan a defender la letra de una Constitución que ellos reformaron.
El gobierno de Milei va en camino a hacer su reforma constitucional primero en el sistema económico, segundo en el sistema político -boleta, paso, financiamiento, ley de presupuesto, tensión por posibles jueces por decreto, etc- y tercero en el propio texto constitucional. Giorgia Meloni marca el horizonte.
La Constitución imaginaria de la sociedad: la estabilidad de lo inconstitucional
Los fuegos de artificios judiciales de fin de año permiten ver que hay posibilidad de usar la guerra judicial contra actores y la guerra presupuestaria contra las provincias para negociar posibles acuerdos constitucionales. El posible crecimiento electoral también será clave. La guerra definitiva será contra la sociedad que deberá (deberemos) empobrecerse más y prepararse para nuevos e intensos juegos del hambre.
Los pactos judiciales son pactos constitucionales. La mera posibilidad de que el Gobierno nombre dos jueces supremos en comisión por decreto es un acto de sinceramiento que grafica la bancarrota institucional del sistema. Lo que sucede con “el paquete” de 150 nombramientos judiciales y tuvo prólogos en el Consejo de la Magistratura otro tanto. Los “nubarrones” fueron creados por los convencionales constituyentes del 94 en un diálogo de décadas con la clase política federal con la que muchos de ellos hicieron transacciones en lugares supremos sin pensar en un plan a futuro ni en la propia Constitución. Esa bancarrota es la que le da crédito popular al Gobierno que tiene todo para crecer con sus iniciativas de corto plazo y sus destrucciones de largo plazo.
Sin líderes, sin frenos y sin alma. Vemos una sociedad abandonada por una elite clásica desleal y gobernada por otra elite sádica pero letal, que concreta y avanza con un plan de venganza. Un divorcio de alta intensidad que parece terminar como una tragedia histórica. La traición tiene traducción legal y las heridas nunca terminan de cicatrizar. Una nación desfigurada y una semilla que promete un oasis en el desierto. Una Constitución escrita en arenas movedizas no es una Constitución, es una trampa.
Lucas Arrimada da clases de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.