En las últimas semanas, la Educación Sexual Integral (ESI) volvió al centro del debate público en Argentina, reavivando tensiones que van más allá de las aulas. La distribución de ciertos materiales educativos y las interpretaciones sobre los contenidos de la ESI han generado una fuerte polarización: mientras algunos sectores cuestionan su implementación por considerarla influenciada por ideologías, otros defienden su importancia como herramienta clave para el desarrollo de niños, niñas y adolescentes. Este debate, que con frecuencia se desvía hacia enfrentamientos ideológicos, plantea una pregunta esencial: ¿cómo podemos diseñar una ESI que sea realmente significativa y transformadora?
Las bases sólidas para construir una ESI de calidad, incluye: el respeto por los valores individuales, familiares e institucionales, basar los contenidos en evidencia científica, adaptarlos a la etapa del desarrollo y al contexto de los estudiantes, y, sobre todo, garantizar que la ESI sea transformativa. Esto significa que no debe quedarse en enunciados abstractos, sino que debe traducirse en decisiones saludables y positivas que impacten de manera real en las vidas de los estudiantes.
La polarización suele impedir una reflexión más profunda sobre el propósito último de la ESI: más allá de los debates, es crucial reflexionar sobre el propósito último de la ESI: ¿para qué la enseñamos? ¿Es solo para que los chicos sepan más o para que ese conocimiento los ayude a construir proyectos de vida más plenos, más integrales y más felices? Esta dimensión existencial es central. Los contenidos que impactan en esta esfera no sólo permanecen en el tiempo, sino que también generan transformaciones profundas.
En una ESI de calidad los contenidos clave abarcan tres grandes áreas: prevención, atención y promoción. La prevención incluye temas esenciales como el cuidado frente al abuso, el reconocimiento de relaciones tóxicas y la eliminación de conductas perjudiciales que vulneren los derechos de niños, niñas y adolescentes. La atención implica estar presentes para los estudiantes, observar con sensibilidad y responder con empatía a situaciones que puedan requerir acompañamiento cercano. Finalmente, la promoción busca fomentar valores positivos, fortalecer la autoestima y ofrecer herramientas concretas para que cada joven pueda construir relaciones saludables y un proyecto de vida significativo.
La ESI no es simplemente un espacio para impartir conocimiento; es una oportunidad única para proporcionar a los estudiantes herramientas que les permitan tomar decisiones conscientes y responsables, en línea con sus valores y aspiraciones. Por eso, no se trata de un debate entre “ESI sí” o “ESI no”. La verdadera responsabilidad recae en todos los actores involucrados: diseñar contenidos basados en evidencia, implementarlos con respeto por la individualidad de cada estudiante y orientar su propósito hacia el desarrollo integral.
Es momento de superar las polarizaciones y de comprometernos a construir una ESI que, lejos de ser un terreno de disputa, se convierta en un espacio de esperanza.
*Dra. en Psicología.
Investigadora en temas de agenda sensible y trayectorias afectivas.
Profesora de Comportamiento Humano del IAE Business School de la Universidad Austral.