En la biografía colectiva de quinientos grandes pensadores del mundo occidental entre el siglo XV y el actual (El polímata. Una historia cultural desde Leonardo da Vinci a Susan Sontag. Alianza editorial. 2022), el gran historiador cultural inglés Peter Burke incluye a tres argentinos: Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo y, como no podía ser de otra manera, Domingo Faustino Sarmiento.
Pero, ¿qué es un polímata? ¿En qué universo conceptual más significativo inscribe Burke su exploración? Y finalmente: ¿por qué Sarmiento puede ser considerado un polímata?
Enmarcado en su preocupación más amplia por una historia cultural y social del saber, en este estudio el autor advierte de entrada que se concentrará específicamente en “el saber académico, antiguamente denominado ‘erudición,’ y “…en los eruditos con unos intereses “enciclopédicos” en el sentido original de que se movían por todo el “recorrido” o “currículo intelectual” o, en cualquier caso, por un importante segmento de dicho currículo”.
Sarmiento, también el bibliotecario
Sabedor de estar navegando en una cultura de la hiper-especialización disciplinaria, Burke invita a los lectores a repasar qué fue de esa figura que, por el contrario, se asocia con el “generalista”, porque “… el saber en general, o por lo menos el conocimiento de muchas disciplinas, es su especialidad”. Por lo que su contribución a la historia del conocimiento “… consiste en ver las conexiones entre los distintos campos que han sido separados, y advertir lo que los especialistas de una determinada disciplina, los entendidos, no han sido capaces de ver” (p. 27).
Pero el estudio de Burke es más que una indagación en torno a una figura que sin lugar a dudas fue predominante durante algunos siglos, como una herencia de la llamada “cultura humanísitica”. Por un lado, sus reflexiones avanzan en la interrogación acerca de los casos que podrían dar cuenta de la supervivencia del polímata en nuestros tiempos, los de la revolución digital. Casos como los de Steiner, Habermas o Siziek parecen llevar a Burkea reafirmar no solo su supervivencia sino incluso también su necesidad.
Sin prejuicios respecto de lo que los tiempos digitales trajeron aparejado, sin embargo, el investigador inglés no se inclina por una posición nostalgiosa respecto de aquella forma de generar y posicionarse frente al saber. Por el contrario, “… seguimos necesitando generalistas, es decir, personas capaces de percibir, como ha afirmarlo Leibniz, que “… lo que necesitamos son hombres universales, porque alguien que es capaz de conectar todas las cosas puede hacer más que diez personas” (p. 287).
Es así entonces que Burke construye un corpus de quinientas figuras que responden a estas características y, trabajando sobre ese corpus, postula una caracterización que permite que cada una de esas especies que analiza, den una cierta forma a ese universo que da cuenta de un modo particular de aproximarse al saber.
Sarmiento, entre los grandes polímatas
A medida que el autor avanza en el abordaje cronológico de la figura del polímata, ejemplificando toda vez con las figuras y trayectorias más emblemáticas de cada período, al llegar a lo que denomina la “era del ‘hombre de letras’ (1700-1850), el lector argentino está esperando la ejemplificación con el nombre de Sarmiento. Si bien no lo hace y el sanjuanino –a diferencia de Borges- aparece recién en el elenco que el autor incorpora de sus quinientos polímatas, resulta ineludible sentir la presencia de Sarmiento.
Situando la plena instalación de este tipo de profesional del saber entre principios del siglo XVIII y finales del siguiente, Burke afirma que se trató de “(…) un individuo que (además de escribir poemas, obras de teatro o novelas) hacía aportaciones a las humanidades y mostraba interés por las ciencias naturales”.
A la hora de abordar sus principales expresiones en el Nuevo Mundo, la tendencia eurocéntrica todavía fuertemente presente en muchos académicos del Viejo Continente, llega a los Estados Unidos, pero ahí, para quienes conocen la obra de Sarmiento, la mención de Jefferson y sobre todo de Franklin, resulta tranquilizadora.
Mucho más cuando se asocia a estas y otras tantas trayectorias con el hecho de haber sido verdaderos “constructores de sistemas” y, fundamentalmente, cuando al explorar la marcha hacia el final del siglo XIX, bajo la categoría de “hombre de letras de amplio espectro”, emerge como una cualidad excluyente el componente crítico, “no solo en el sentido de alguien que evalúa obras de arte y literatura, sino de un individuo que señala lo que está mal en la cultura y la sociedad contemporánea”.
Sarmiento, el más grande entre los grandes polímatas de la Argentina moderna en gestación, parecía golpear a esa altura a la puerta entreabierta por Burke.
Pero más allá de la evolución de los polímatas en especialistas (producto de la progresiva instalación de la demarcación de los saberes), ¿cuáles son las características distintivas que componen el retrato que Burke diseña en esta lúcida mirada a un modo tan único de ver y “leer” el mundo?
Y más estrictamente, ¿en qué medida la versatilidad que todavía hoy nos sorprende al aproximarnos a su obra (compuesta de ensayos, diarios de viaje, autobiografías y biografías, discursos, críticas de arte, etc.) hicieron que Sarmiento ingresara, sin miramientos, como “miembro de número” de la galería burkeana de los polímatas?
En primer lugar, la curiosidad, que es siempre “omnívora”, “apasionada”, “obsesiva” e, incluso, “implacable” (¿es que hay un adjetivo que mejor describa la impronta del autor del Facundo?).
También, su “capacidad de concentración”, esa que muchas veces nos hace preguntarnos, sin duda retóricamente, cuándo tuvo Sarmiento tanto tiempo para escribir sobre todo lo que escribió… Le sigue una terna cuyos componentes van de la mano: la memoria, la velocidad y la imaginación.
Y desde luego, una energía que aparece como “infatigable”; una “inquietud de trotamundos” o de “nómada intelectual”, es decir, ese sujeto que “viajaba de un lado a otro, y de un campo a otro, sin instalarse en la seguridad de un nicho”, precisa Burke citando primero a George Steiner y a Gregory Bateson, polímatas emblemáticos del siglo pasado.
Sobre el final de su ejercicio, Burke ahonda en los tiempos actuales como aquellos de la especialización y, desde la era digital en particular, podría hablarse de una nueva crisis en los modos de conocer, ya que las actuales “turbulencias entorpecen nuestra visión de los cambios en los modos de saber”.
Sin embargo, sobre el final de su obra, el inglés afirma con firmeza que todavía “es pronto para escribir una elegía del polímata” y ve como una buena noticia que “en el seno de la actual división del trabajo intelectual sigamos necesitando generalistas, es decir, personajes que sean capaces de percibir (…) la conexión de las cosas y la interdependencia de los conceptos”.
Allí está Sarmiento, el polímata, no solo en la lista que construye Burke. Está, sobre todo, confirmándonos aquel aserto parapetado detrás de cada uno de los cincuenta y tres tomos de sus siempre sorprendentes y fascinantes “Obras completas”.