OPINIóN
Feria del libro

Desde el barro de la política se pierden de vista los lectores

Cerró la 48º edición del evento literario más importante del país, que se inauguró con diatribas a la pasteurizada política oficial, sin stand de la Subsecretaría de Cultura, perfil político y poca renovación para el único y verdadero capital que está en juego: el vínculo con los lectores.

Juan Luis González en la Feria del Libro 20240505
Juan Luis González presentó "‘El loco" en la Feria del Libro 2024 | X/@juanelegonzalez

En uno de sus libros más destacados, Emile Durkheim, uno de los más conspicuos padres fundadores de la sociología, recomendaba aproximarse a los hechos sociales en tanto cosas, es decir, invistiéndolos de cierta objetividad.

El hecho de que hayan pasado algunos días desde que cerrara sus puertas la 48º edición de la Feria del Libro de Buenos Aires acaso permita cumplir con el desideratum de Durkheim. Entonces, será tal vez posible analizar, de un modo más sereno y fecundo, las importantes novedades que trajo esta versión de una de las “fiestas del libro” más importantes de América latina. Y mucho más que eso: echar luz sobre la significación de los acalorados debates que esas novedades suscitaron antes y durante los días de Feria.

Repasemos rápidamente en qué consistieron aquellas novedades y algunos de los términos en los que se expresaron las fuertes polémicas a que dieron lugar.

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La primera de ellas fue la decisión del actual gobierno nacional de retirar el siempre imponente stand que desde hacía años el Ministerio (hoy Secretaría) de Cultura regenteaba en uno de los pabellones y que, más allá del número real de sus costos (uno de los ejes de la polémica), implicó siempre cifras millonarias.

La segunda tiene que ver con lo ocurrido en el acto inaugural. Si bien desde hace tiempo la ceremonia de apertura viene asumiendo un carácter fuertemente político, el de este año tuvo, al menos, tres ingredientes inéditos: por un lado, la advertencia que las autoridades de la Fundación organizadora de la Feria realizaron al Secretario de Cultura respecto de que su presencia en el acto sería reprobada por los asistentes por tratarse de un “gobierno hostil a la cultura”; por otro, la decisión final del alto funcionario de Cultura de no asistir al mismo y dejar vacía la representación del gobierno nacional.

Finalmente, la virulencia con la que esta vez la dirección de la Feria atacó en su discurso la política cultural del gobierno, una intervención que debe ser leída –y allí reside su carácter inédito- mucho más en términos de lucha político-ideológica que de una pieza destinada estrictamente a la defensa de los intereses corporativos o sectoriales de la industria del libro. 

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Otra de las grandes polémicas que protagonizaron el gobierno y las autoridades de la Fundación El Libro, estuvo centrada en lo que habría sido otro hecho inédito aunque, finalmente, no terminó prosperando: la presencia en el recinto por primera vez en la historia, de un presidente-autor (o de un autor-presidente), quien llegó a manifestar la intención de hacer el lanzamiento de su más reciente libro en la pista misma la Sociedad Rural, un ámbito jamás incluido entre los utilizados por la Feria.

Más allá de los motivos que llevaron al gobierno a cancelar la idea, lo cierto es que su sola posibilidad de realización volvió a reavivar el fuego que parecía haberse atenuado luego del fogoso acto inaugural y en el que las palabras de la escritora Liliana Hecker no hicieron sino atizar el fuego encendido previamente con la diatriba de su presidente.

Como si estos hechos no hubieran sido suficientes para que esta Feria –una de las más pobres en dividendos desde hace décadas- sumara un novedoso capítulo a su siempre interesante historia, a pocos días de cerrar sus puertas los editores debieron enfrentarse a la decisión de plegarse o no al segundo paro general contra el gobierno del presidente Milei llevado adelante por la Confederación General del Trabajo.

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Ahora bien, ingresada ya esta edición en el historial del más importante evento cultural de la Argentina, lo ocurrido vuelve a imponer –tal vez de un modo mucho más crucial que en otras oportunidades- una reflexión en torno a la significación y al status de la Feria –una vez más con Durkheim- en tanto hecho social. Y mucho más aún: en tanto “vidriera” en la cual siempre se vieron reflejados otros aspectos de la vida política y social de los argentinos.

El barro de la política y los lectores

La Feria de este año, aún con el conjunto de componentes inéditos que tuvo, no hizo sino ratificarla en sus características distintivas respecto de otras Ferias del libro del mundo, incluso de aquellas abiertas al público.

En efecto y sobre todo su acto inaugural, no es solo un acontecimiento cultural de gran relevancia, sino también uno de inocultable voltaje político. Como tal vez ninguna otra expresión de la cultura argentina, la Feria del libro de Buenos Aires, se ha convertido en una verdadera pantalla en la que visualizar el estado de la discusión pública en la Argentina.

La inocultable afinidad ideológica de los últimos tiempos de la conducción de la entidad organizadora con el kirchnerismo, no solo potenció esa marcada politización del evento. Además, produjo un fenómeno sorprendente para aquellos que siempre hicieron referencia a la impronta corporativa de la sociedad argentina: la subordinación -si no licuación- de la defensa de los intereses de los diferentes actores que componen el ecosistema del libro, a aquel debate ideológico en torno al cual se embanderó la dirección ferial.

En este sentido, podría afirmarse que el proceso de plena identificación de la conducción de la Feria con una corriente política determinada pero, sobre todo, la inédita virulencia con la que esa identificación fue puesta en escena esta vez, resulta inversamente proporcional a aquella licuación de la defensa de los intereses sectoriales de la industria editorial que, se supone, está llamada a representar.

El reciente discurso del presidente de la Fundación –en el que la preocupación por condenar la política cultural del gobierno o, más puntualmente, el retiro de la presencia del Estado en la vida cultural en general y editorial en particular- ocupó mucho más espacio, por ejemplo, que la queja por los efectos devastadores de la inflación sobre la producción y el consumo de libros.

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Instalada desde hace mucho más que de los últimos cuatro meses en los hogares de las clases medias y altas argentinas consumidoras de libros, la inflación es un flagelo que siempre colocó a los consumos culturales entre las primeras y más sensibles variables de ajuste.

Revisar ese discurso y constatar la escasa aparición del término “editores” en el mismo, no es sino el botón de muestra de aquella virtual opción por la lucha política en detrimento de la corporativa. Lo que en este proceso sorprende más es, en todo caso, la escasa percepción que los representados tienen de dicho fenómeno.

¿O, acaso, la defensa de los intereses sectoriales de la industria editorial ha quedado reducida al solo reclamo de un “Estado presente”? ¿Los editores –en definitiva al frente de emprendimientos empresariales de carácter privado- conciben viable su tarea solo con aquella presencia estatal? O aún más: el funcionamiento mismo de la Feria, ¿puede llegar a ponerse en tela de juicio si el Estado reduce o retira su presencia? Si así fuera, la Feria del libro argentino estaría sumando un componente más a los que ya le otorgan un carácter excepcional.

Pero los varios hechos inéditos que trajo esta 48º edición no pueden no instalar otras lecturas en torno a lo que hasta ahora vino siendo la Feria. Luego de la vigencia por décadas de la plena identificación entre los gobiernos kirchneristas y la conducción de la Feria, las determinaciones del gobierno nacional asumido hace apenas cinco meses no hicieron sino “patear el tablero” de un juego que había llevado a la Feria a parecerse, año tras año, cada vez más a sí misma.

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En efecto y siguiendo ahora al sociólogo Pierre Bourdieu, durante varias décadas la identidad y dinámica del campo editorial argentino se caracterizó por sus propiedades específicas, pero, también, por sus vínculos y zonas de intersección con otros campos (como, por ejemplo, el político/estatal). De allí entonces que, para analizar las propiedades de un campo, no haya que reparar solo en las propias lógicas de este, sino focalizar en qué medida un cambio en las relaciones de un campo con campos afines, produce una alteración de la lógica histórica de funcionamiento de aquel.

Dentro de este verdadero “juego” entre política y edición, entonces, las medidas impuestas por el nuevo gobierno –condensadas material, pero también simbólicamente en la discusión en torno a los costos del stand que dejó de solventar- no podía no imponer cambios en las propiedades de la segunda.

Al exponer su teoría de los campos, Bourdieu afirma: “La estructura del campo es un estado de la relación de fuerzas entre los agentes o las instituciones que intervienen en la lucha o, si ustedes prefieren, en la distribución del capital específico que ha sido acumulado durante luchas anteriores y que orienta las estrategias ulteriores”.

En definitiva, leído desde los dos actores principales aquí en cuestión –el campo político y el campo editorial-, lo ocurrido en la edición de la Feria que acaba de cerrarse permite extraer, al menos, dos conclusiones que no son sino las dos caras de una misma moneda.

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De un lado, tanto las medidas del gobierno como la reacción de los feriantes, no hicieron sino ratificar a la Feria como una arena en la que lo que parece estar en juego es un capital de carácter político. Por el otro, que por primera vez en décadas, un cambio en el modo de funcionamiento del campo estatal parece estar provocando un cimbronazo en el modo en que se articularon hasta hoy y durante varias décadas, las relaciones del mundo editorial con el político.

Las próximas ediciones de la Feria dirán si esta inédita alteración traerá aparejado también un cambio en el formato mismo de la Feria. Porque no por aquello de que “el público se renueva”, la Feria debe seguir siendo la misma. Tal vez sea la oportunidad para que, junto con aquella permanente renovación del público lector, se renueve también el modo en que se hacen, circulan y se exhiben los libros. Y también las siempre necesarias discusiones en torno a ellos.

Será cuestión de estar atentos en el futuro a confirmar si estos cambios vinieron para quedarse y al modo en que, tal vez, comience a delinearse una nueva configuración del campo editorial. En ese caso, tal vez sea un tiempo de comenzar a pensar e imaginar un formato de Feria también diferente. Uno que sin desconocer lo que de política tiene la edición, no olvide aquello que la define: ser una práctica cultural y profesional. En ese caso, nadie dudará de que el único y verdadero capital que está en juego, son los lectores.

*Sociólogo (UBA) especializado en temas culturales. Doctorando en Ciencias Humanas (UNSAM).