OPINIóN
Enigma

De Sarmiento a la IA, ¿un juego de espejos?

Mientras abrazamos a la irrefrenable inteligencia artificial, los fantasmas del pasado nos acechan: ¿qué diría el padre de las aulas argentinas sobre el aprendizaje en las escuelas actuales? El quería mentes disciplinadas en lengua y matemática, ciudadanos formados para sostener la nación. ¿Estaba lejos y equivocado?

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ESTUDIANTES. Evitar el sedentarismo cognitivo, uno de los grandes desafíos a la hora del aprendizaje. | Cedoc Perfil

La siguiente es una apelación a la realidad: la educación en nuestro país en las últimas décadas ha tenido múltiples transformaciones que, en líneas generales, mostraron poca profundidad y alcance. Cada nuevo cambio fue presentado como una receta que, por fin, solucionaría algún problema importante.

La más reciente, lanzada por la Ciudad de Buenos Aires para la Escuela Primaria, se propone también dar vuelta una página. Pero un primer análisis concluye en que esta nueva preparación huele a pasado con un toque de futurismo. Juego de espejos en el que la Argentina del siglo XXI, gloriosa era digital y flexible, observa su reflejo en los sueños rígidos de Sarmiento, ese hombre de visión feroz y reglas inquebrantables que desde su siglo XIX aún nos interpela.

La Argentina de Domingo Faustino Sarmiento era un territorio afectado por la barbarie de su geografía y su historia. En aquel escenario de caos, Sarmiento no solo pensó en la educación como un medio para crear ciudadanos, sino como la fundación misma de una Nación. La educación, en su mente, era desde una herramienta hasta la esencia de un país.

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Sarmiento y su cruzada para fortalecer la democracia con el idioma

Argentina de aulas llenas de disciplina, maestros inflexibles y un esquema rígido de lectura, escritura y aritmética, piedra angular de la civilización. Como si escribiera un manifiesto, en su libro Facundo (1845), sentenció que “el hombre de la escuela” sería el artífice de la nación que soñaba, una nación ilustrada, donde las reglas de la razón se impondrían sobre la barbarie.

Casi dos décadas después de la reforma estructural de 2006, pareciera que el escenario está listo para un choque de gigantes: lo que fue y lo que aún está por venir. ¿Es la educación moderna la última víctima de esa eterna contradicción argentina?

La revisión curricular de hoy tiene un punto de partida claro: lengua y matemática. Quizás, en tiempos en que la inteligencia artificial y los avances digitales marcan la pauta, estos pilares no despierten la misma fascinación. No obstante, siguen siendo el combustible esencial de cualquier sistema educativo, sin importar lo moderno o digitalizado que éste sea.

En esta nueva etapa, el énfasis está en que los estudiantes comprendan lo que leen y resuelvan problemas matemáticos con la misma destreza con la que un arquitecto diseña los cimientos de una sociedad sólida.

La educación se vuelve pragmática, dirigida a resolver problemas concretos, una flexibilidad de enfoques que ahora se presenta como el eje de la formación de ciudadanos activos, reflexivos y útiles.

Lengua y matemática siguen siendo el combustible esencial de cualquier sistema educativo, sin importar lo moderno o digitalizado que éste sea"

En el enfoque conviven aspectos al mismo tiempo complementarios e incompatibles con lo que Sarmiento tenía en mente. En su época, el objetivo era formar mentes ilustradas y obedientes del orden rígido de la razón. Hoy se busca mentes que no solo reflexionen, sino que se movilicen, que se enfrenten a la vida cotidiana con la energía de su pensamiento. Como si, de alguna manera, el sanjuanino hubiera abierto la puerta a un nuevo modelo educativo, que forma ciudadanos, pero también agitadores y problematizadores de su propia realidad.

Sarmiento quizás observaría las aulas de hoy un tanto contrariado, o tal vez, con su irrefrenable vehemencia, nos indicaría el camino para poner esta nueva "ciencia" al servicio del progreso humano"

La diferencia más impactante entre Sarmiento y los reformistas actuales está en la tecnología. Fervoroso defensor de la educación moderna, no alcanzó a proyectar desde la mirada del telégrafo, una de sus obsesiones, las maravillas digitales que cambiarían el mundo. Hoy, la innovación técnica es el cimiento sobre el que se construye todo el proceso educativo.

La inteligencia artificial, concepto antes reservado a las novelas de ficción científica, se incorpora en la tarea educativa como un paso hacia lo impensable. Enseñamos a los estudiantes a dominar las tablas de multiplicar y también a navegar en los algoritmos que pretenden tomar el control de la vida. La pregunta inevitable surge: ¿representa la inteligencia artificial algún componente del espíritu de la escuela que Sarmiento imaginó?

La capacidad de adaptar la enseñanza a las necesidades de cada estudiante, de facilitar el acceso a las herramientas que les permita forjar su autonomía, a ser responsables de su propio aprendizaje, nos ofrece una visión más flexible que la del siglo XIX.

Sarmiento quizás observaría las aulas de hoy un tanto contrariado, o tal vez, con su irrefrenable vehemencia, rápidamente nos indicaría el camino para poner esta nueva "ciencia" al servicio del progreso humano.

La actualización curricular es un reflejo de los cambios sociales que atravesamos. El sistema tradicional era rígido, uniforme, con la misión de construir una “escuela nacional” en la que todos los estudiantes, sin importar su origen, recibieran la misma educación. Hoy, las horas de aprendizaje se alargan, la estructura organizacional busca adaptarse a las necesidades locales y se procura que los estudiantes tengan más libertad para decidir su camino. Del mandato decimonónico de ordenar la nación a la flexibilidad para moldear a jóvenes que puedan sobrevivir en un mundo líquido.

El contexto es otro, pero las aspiraciones se mantienen: garantizar que la escuela sea un derecho colectivo que asegure la formación de ciudadanos para un país mejor. La tecnología y las metodologías activas abren nuevas posibilidades. Al mismo tiempo, la constante búsqueda de soluciones a los problemas estructurales del sistema educativo sigue pendiente.

Mientras nos lanzamos a abrazar el futuro, los fantasmas del pasado rondan y nos observan desde las aulas del tiempo. Y así, encendidos por las maravillas de la inteligencia artificial, enfrentamos nuevamente la pregunta sarmientina: ¿avanzamos realmente o solo repetimos el ciclo de grandes sueños y frustraciones?

Quizás, como diría el propio "padre del aula", "la educación es la única civilización que le queda a un pueblo". No estamos revolucionando, solo continuamos el trabajo que él comenzó. Un trabajo eterno, que no cambia con las modas ni los avances tecnológicos, sino que persiste en su esencia más profunda: educar para la vida.

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