Eran días confusos. El mundo empezaba a mostrar signos de nuevas decadencias. Yo era apenas un profesional universitario, harto de pagar impuestos y ver cómo se los robaban "los políticos". En los canales de TV, brotaban homosexuales promoviendo sus gustos. Los travestis se habían naturalizado, se los incorporaba a la vida social cómo si se tratara de normales. Nos cansamos de aceptar que un grupo de minorías extranjeras y religiosas invadieran nuestras calles. En algún momento había que frenar ese delirio, y por suerte, seguramente por obra de la protección divina, llegaron ellos.
Era difícil ordenar. Entonces, las sociedades occidentales habían sacralizado a la democracia. Un disparate: votaban todos y todos los votos tenían el mismo valor. Daba lo mismo haber estudiado que no, tener dinero o no, incluso podían votar los presos. La cosa parecía fuera de control, y los Estados se habían preocupado más por el bienestar de estos invasores, que por la suerte de los que ostentábamos la condición de ciudadanos nacionales.
Pasaba en Europa, pasaba en Estados Unidos, y claro, pasaba en nuestro país.
Por eso me hice Nazi. No estaba dentro de mi ideario caer en la tentación del desprecio por el otro, mucho menos me creía capaz de aplaudir masacres, éxodos forzados y la supresión de derechos para los que no se parecían a mi.
Pero lo hice. La violencia de los pobres pidiendo en la calle, la patética imagen de quienes dormían en las veredas céntricas, la exageración de las expresiones homosexuales, la vagancia de los miles que por no tener trabajo se alimentaban a base de nuestros impuestos, exigiendo que le pagáramos la comida, la salud y la educación.
Por eso me hice Nazi, sin darme cuenta.
Elon Musk festejó en la asunción de Donald Trump con un polémico gesto, similar al saludo nazi
Empecé ignorando las señales inequívocas: me acuerdo de mis burlas a los que interpretaban como nazi a un saludo de Elon Musk, en las celebraciones de la asunción de Donald Trump en 2025. Ignoraba que esas serían las últimas elecciones libres en los Estados Unidos.
Me reí con fuerzas, cuando los gobiernos de Italia, Francia y España, al fin gobernada por la alianza PP-VOX, lanzó al mar a miles y miles de africanos y musulmanes.
Me dio lo mismo cuando el Canciller argentino, Javier Milei, juraba por una constitución que eliminaba los derechos sociales.
Yo me había convertido en nazi, porque en ese momento, lo que me ganaba era el odio. La sensación de que estábamos en una guerra contra los diferentes.
Empecé a darme cuenta, cuando asesinaron al hijo de un gran amigo que era solamente homosexual.
Cuando empezaron a prohibir películas y obras teatrales. Cuando prohibieron la publicación de libros.
Cuando las hordas motorizadas de los barrios, salían "a cazar putos", cuando los pobres que trabajaban para el gobierno, salían a matar a los pobres que "sobraban".
Empecé a darme cuenta de la situación, cuando los jubilados empezaron a morir de inanición, o de enfermedades que se podían curar con medicamentos a los que ellos no podían acceder, porque "aumentaban el gasto".
Me di cuenta de mi error, cuando comprendí que en lugar de pacificar al país, «los libertarios» habían iniciado una guerra que no tendría salida. Que iniciaría otra serie de venganzas. Que obligaría a algunos sectores de la política, inhibidos de participar en las organizaciones sociales que reunían y representaban a los que se oponían a las decisiones del gobierno, a escaparse del país, como ratas, para no ser alcanzados por las hordas dirigidas por el Ministro del Pensamiento único, General Dann.
Javier Milei salió desaforado a defender a Elon Musk: "Nazi, las pelotas"
Me di cuenta tarde. Cuando el Canciller, su hermana y el resto de canallas que envilecieron y vaciaron al país, se fugaban.
Hoy, en enero de 2035, soy acusado por un tribunal por complicidad con el régimen.
Sólo puedo decirles, en mi defensa, que creí en ello. Que honestamente pensé que allí estaba la salida.
Nunca quise delatar a mis compañeros que exhibían comportamientos comunistas. Pensé que se trataba solamente de identificarlos.
Nunca quise matar a los dos menores que insistían tocando timbre en la puerta de casa pidiendo comida. Lo permitía la ley. Creí que se trataba de defender mi derecho a tener una vida privada en paz.
Nunca, jamás, creí que estuviera haciendo daño.
Cuando me hice nazi, no sabía que lo era.
Ahora es tarde. La democracia ha vuelto. Y tendré que asumir mis responsabilidades.
Lo hice por «la patria». Para salvar al mundo occidental. Para evitar que los homosexuales, contagiaran a nuestros hijos y nietos.
Lo hice porque creí que estaba haciendo el bien, enfrentando al mal.
Lo hice. A pesar de muchos amigos que me lo advertían.
Y no me importó.
(*) Autor de Conicherep.com