Un discurso más guionado y mejor dicho que el que llamamos "La peor comunicación en el peor momento". Un intento de regreso al tono calmo, didáctico de los primeros discursos de la pandemia: con las “filminas”, la repetición de la idea central (“estamos en el peor momento de la pandemia”), el empleo de algunas categorías de comunicación de riesgo, como la necesidad de resistir a la naturalización de los contagios y la muerte. Un intento, también, de reparar el formidable fallido del discurso anterior (acusar de relajamiento a los servicios médicos). El momento es crítico y no hay por qué dudar de la intención del gobierno de evitar un colapso del sistema de salud y amortiguar el creciente daño ocasionado por el Covid-19.
Todo bien hasta ahí. Pero este discurso no es una cápsula aislada y el visionado de los 17 minutos de grabación en directo por televisión, con el récord de casi 50 puntos de rating, o por Internet, no es un acto de consumo sin fuertes percepciones previas por parte de la audiencia. Es la recepción del décimo cuarto anuncio del Presidente sobre el Covid-19 en el décimo quinto mes de la pandemia, que, a pesar de los siete meses de cuarentena de 2020 y de las nuevas restricciones de 2021, decretadas y prolongadas, está batiendo récords mundiales de contagios justo cuando gran parte de la población está al límite de su resistencia emocional tanto por la crisis sanitaria como por la crisis económica.
“No hay nada más convincente que los resultados” decía el psicólogo Paul Watzlawick. En cambio, no hay discurso bien pronunciado que pueda revertir la percepción de fracaso e impotencia. Por mucho que se intente derivar responsabilidades hacia la negativa de Horacio Rodríguez Larreta de cerrar las escuelas, avalada por la Corte, o a la falta de control de los gobernadores o a los grupos minoritarios que desobedecen las restricciones de circulación. Es un gesto contenido pero desesperado de un Presidente que ha perdido la autoridad que necesitaría para volver a reunir a las fuerzas políticas y sociales detrás de una estrategia verosímil. ¿De cuántas de las más de 72 mil muertes serían responsables las escuelas porteñas o la población rebelde en lugar de la máxima autoridad política y sanitaria del país?
Es que el sentido de este discurso autocontrolado de Alberto Fernández no está dentro del video que antes o después todos vimos. Está afuera, en el contexto, en las acciones y palabras previas del Presidente.
No hay discurso bien pronunciado que pueda revertir la percepción de fracaso e impotencia
El sentido hay que rastrearlo más bien en las palabras que no aparecieron en el anuncio. Dos días antes había dicho por radio que no se podía volver a Fase-1 porque la gente no resistiría (así como el mismo día que se decretó el cierre de las escuelas, el ministro de Educación había asegurado que no se iban a cerrar). Por las connotaciones de política fracasada que acarrea la palabra “cuarentena” no se podía pronunciar y no se pronunció. Decirla hubiera hecho enseguida asaltar la duda de si efectivamente la confinación total se terminará dentro de nueve días. Sólo hubo una mención de promesas de vacunas en las próximas semanas en los últimos dos minutos del discurso. Esto puede ser porque el Gobierno no puede mostrar adelantos concretos en la única estrategia que el mundo ha encontrado para combatir la pandemia, como le dijo el presidente de España, Pedro Sánchez a Alberto Fernández en Madrid: “vacunar, vacunar y vacunar”. En vez de eso gravita todavía el recuerdo negativo de la negociación infructuosa con Pfizer y de la vacunación VIP. Hoy Argentina está en el puesto 11 de infectados activos en el mundo, pero en el puesto 58 de porcentaje de la población vacunada.
De modo que el discurso, bien. El problema radica en la gestión de la pandemia.
*Director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.