OPINIóN
¿Y la felicidad?

Crítica de la libertad absoluta

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Camus. El suicidio es “el único problema filosófico serio”. | cedoc

Cuando en plena Segunda Guerra Mundial, en 1944, Jean-Paul Sartre hizo decir a su personaje Garcin en la obra teatral “A puerta cerrada” que “el infierno son los otros”, en un célebre diálogo con los otros dos protagonistas, Inés y Estelle, no hizo sino ser coherente hasta el extremo con su concepción de la libertad, que no era la libertad de los antiguos (“ser libre para”), ni la de los modernos (“ser libre de”), tan lúcidamente distinguidas por Benjamin Constant en 1819, sino una mera y trágica libertad de todos contra todos.

A juicio del filósofo y dramaturgo francés, uno de los grandes padres del existencialismo junto con el Premio Nobel de Literatura Albert Camus, la libertad humana debe ser absoluta o, por el contrario, no es en absoluto libertad. Pero una libertad absoluta, como bien pone de relieve la expresión original “absolu”, ha de ser tanto una libertad irrestricta, sin cortapisas, como una libertad “absuelta” de cualquier tipo de determinación, influjo o responsabilidad con respecto a los demás, no hay para con ellos ninguna opción preferencial.

Ser libre, pues, en este contexto significa carecer de límites, ser completamente autónomo, dueño absoluto de la propia vida y de sus circunstancias, y también por eso mismo, afirmaba Albert Camus en “El mito de Sísifo” que el suicidio es “el único problema filosófico serio”. Ahora bien, dado que todos quieren ser libres de este mismo modo, cada libertad no puede sino entrar en conflicto con las otras, manifestarse en abierta competencia, disponerse en antagonismo incluso: cada otro coarta mi libertad, cada otro es un quien que la niega, cada otro es alguien que la amenaza y, por lo tanto, no cabe concluir el argumento de otro modo, los otros son el lugar del infierno.

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Sin embargo, y a pesar de que han transcurrido ocho décadas desde ese entonces, siguen existiendo esas ideas y los comportamientos que las encarnan, y no se trata aquí del conflicto político entre el libertarismo y la ideología política que presuntamente se le opone, el progresismo, en Argentina y en el resto del mundo, sino de la actitud existencial personal de quienes son incapaces de ver más allá de su mundo físico, mental, emocional y espiritual para terminar celebrando la soberanía del yo, pero de un yo que se construye a sí mismo desprovisto de toda vinculación intersubjetiva, a la que no puede verse sino como un menoscabo de la propia identidad y su potencia planetaria.

Así las cosas, tal vez, no nos quepa sino seguir pensando que la felicidad es un asunto meramente privado y en el que los demás no tienen arte ni parte, que la vida tiene más de madriguera o refugio que de hogar, o bien, por el contrario, nos urja a todos la necesidad de volver a pensar, con una luz primera, aquellas ideas tan bellamente expuestas por Martin Buber en su obra “Yo y tú” de 1923, un canto a las reciprocidad en las relaciones humanas, una toma de postura igualmente existencial frente a la cosificación del otro, a su reificación, a entenderlo como sujeto de una relación Yo-ello y no Yo-tú, que es lo que da a la persona su significado, su sentido y su propósito más profundos. En contra de lo sostenido por Sartre, los otros no son el lugar fúnebre y cenagoso del infierno, sino el luminoso del cielo.

*Profesor de Ética de la Comunicación de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.