OPINIóN
Coherencia

Convivir con el Papa Francisco

El Papa argentino decía que el tiempo es superior al espacio. Sabía que las estructuras conservadoras de la Iglesia “solo podían ser modificadas con la misma paciencia que le dio rigidez”, dice el autor. Y explica cómo su consistencia entre acciones y palabras hizo al Santo Padre que falleció confiable, popular y querible.

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El Papa Francisco en la plaza de San Pedro del Vaticano, el 20 de abril de 2025. | AFP

Allá por abril 2005, en víspera de celebrarse el conclave que elegiría al sucesor de Juan Pablo II, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, ya contaba con el beneplácito de buena parte de sus colegas. Ante tal situación, el ex presidente Néstor Kirchner dijo (palabras más, palabras menos) “Si lo nombran Papa, va a gobernar Argentina desde Roma”.

Visto como una amenaza política, el gobierno nacional, rápido de reflejos, activó una operación de prensa sustentada en una denuncia que, tiempo después, se supo malintencionada, y tuvo un fallo que confirmó la inocencia del arzobispo Bergoglio.

Apenas 8 años después, un 13 de marzo de 2013, por esas cosas que tiene la vida, Bergoglio fue nombrado Papa, y al asumir el liderazgo de la Iglesia Católica, tomó el nombre de Francisco. Aquella premonición se hizo realidad.

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De ahí en más, la clase política argentina debía convivir con Francisco. Sus palabras, sus gestos, y, sobre todo, sus silencios, serían una variable crucial en el escenario político nacional. El peregrinaje a la Santa Sede fue un trayecto obligado para aquellos que ocupaban -o querían ocupar- cargos políticos electorales. Ellos sabían que la foto de familia con él les otorgaba mayor aprobación a nivel local.

La revolución se hace con el tiempo o con la sangre del pueblo'. Francisco reformuló dicha máxima diciendo 'el tiempo es superior al espacio' ”

Francisco fue los “clavos” en las manos por las cuales se desangraba la dirigencia política nacional. Lo fue por su coherencia, esto es, por la consistencia entre sus acciones y sus palabras, un valor que la clase política argentina -siempre oportunista y acostumbrada a acomodarse a los vientos que soplan- no podía darse.

Francisco entendió que las estructuras conservadoras de la iglesia -las que se formaron desde muy temprano en la historia-, solo podían ser modificadas con la misma paciencia que le dio rigidez. Un viejo político argentino dijo alguna vez: “la revolución se hace con el tiempo o con la sangre del pueblo”. Francisco reformulara dicha máxima diciendo “el tiempo es superior al espacio”.

Tomando nota de ello, desafío dichas estructuras eclesiásticas: probó, retrocedió y volvió a intentarlo, sabiendo que era una cuestión de tiempo. "Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?", así, con palabras que destacan la virtud de la humildad, iba tanteando los humores de la ortodoxia católica y, con ello, de a poco, pero imperturbable, trató de hacer de la Iglesia una institución más inclusiva y abierta a la nueva realidad social. Gran lección para el progresismo sobreideologizado de nuestro barrio, cuyo accionar contradice la desmesura de sus discursos.

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Francisco también entendía que, por encima de todo credo político ideológico, lo que importaba eran las personas, porque “la realidad es más importante que la idea”. Por ello abogó siempre por la justicia social. El vocablo “persona” tiene su origen en el idioma griego y designaba la “mascara” que usaban los actores para encarnar sus personajes en el teatro. El termino luego fue tomado por los romanos y empleado para reconocer un cierto estatus de ciudadanía.

En la Edad Media, el cristianismo retoma este término de uso jurídico y le otorga una connotación consagratoria: cada persona es un ser único e irrepetible, cuya existencia real se desarrolla en sus propias circunstancias, y solo debe ser juzgada por Dios.

Francisco sabía y sentía eso. Por ello mantuvo su acción en la misericordia hacia las personas. Demostró ello en los distintos actos -de gran impacto simbólico- cuando lavó los pies a prisioneros y refugiados en las tradicionales ceremonias de la Cena del Señor en los Jueves Santos, al tiempo que repetía “quien soy yo para juzgarlos”.

Gran lección para los agoreros del libertarismo, que, desde la comodidad de la herencia recibida, juzgan con la vara de la meritocracia, sin concebir las condiciones reales en que cada persona vive.

Una de las acepciones de la palabra política es la “acción dirigida estratégicamente en el tiempo”.

En efecto, se puede entender a la política como una praxis intencionada que se despliega con un propósito definido. La política de Francisco fue siempre la coherencia entre la palabra y el accionar, como ejemplo a seguir. Conducta que pesaba sobre los hombros de quienes con arrogancia y desdén ostentan la representación de todos nosotros.

Hoy, el devenir natural quitó esos clavos de las manos que desangraba a la dirigencia nacional. La política local ya no tiene que convivir con ese modelo de dirigente que la opaca y la desluce. Quedará en nuestra obligación hacer pesar ese ejemplo en la conciencia de quienes manejan la cosa pública.

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