El primer año de Javier Milei como presidente marcó un punto de inflexión en el panorama laboral y sindical argentino. Bajo la premisa de “modernizar” la economía, el gobierno de La Libertad Avanza impulsó reformas laborales que priorizan la flexibilización, amenazan los derechos conquistados y buscan redefinir el papel del Estado y de los sindicatos en la sociedad. Este contexto ha obligado al sindicalismo argentino a enfrentar uno de los desafíos más grandes de su historia reciente, en un terreno donde las viejas estrategias parecen no ser suficientes.
El eje de las políticas laborales del gobierno ha sido la Ley Bases, un paquete de reformas que prometió dinamizar el mercado laboral y reducir el desempleo. Entre las medidas más controvertidas destacan la posibilidad de reemplazar las indemnizaciones tradicionales por un fondo de cese laboral, la eliminación de multas por trabajo no registrado y la extensión del período de prueba hasta 12 meses en ciertos casos.
Aunque estas políticas fueron presentadas como un camino hacia la modernización, la realidad mostró lo contrario. Según datos del último año, el trabajo registrado sufrió una contracción significativa, mientras que la informalidad laboral creció. La eliminación de las multas por trabajo no registrado envió un mensaje preocupante: el incumplimiento de la ley laboral ya no tiene consecuencias graves. Esto no solo precarizó aún más a los trabajadores informales, sino que generó incentivos para la desregulación incluso en sectores formalizados.
El sueño de Fontevecchia al año de Milei
Uno de los aspectos más críticos ha sido el impacto de la inflación en los salarios de los trabajadores. Si bien la administración logró ciertos avances en la estabilización de la macroeconomía(luego de haberse duplicado los precios en dólares a fines del 2023), estos no se tradujeron en una mejora en el poder adquisitivo. Por el contrario, el salario real experimentó una nueva contracción que agudizó una tendencia de deterioro sostenida desde hace años.
Desde 2016, el salario real ha sufrido una caída acumulada superior al 70%, según datos del INDEC y organismos privados. Esta pérdida de poder adquisitivo se aceleró en 2024, con un incremento del costo de vida que, aunque más lento que en períodos anteriores, siguió superando con creces los aumentos salariales. Los sectores más vulnerables, como los trabajadores informales, se encontraron especialmente desprotegidos, enfrentando precios cada vez más altos en bienes esenciales como alimentos y servicios básicos.
Un caso emblemático es el del salario mínimo, vital y móvil (SMVM), que cerró el año muy por debajo de la línea de pobreza. Mientras que en décadas anteriores el SMVM servía como un ancla para el ingreso de millones de trabajadores, hoy no alcanza para cubrir la canasta básica. Esto refleja un retroceso significativo en términos de derechos sociales y calidad de vida.
A su vez, las negociaciones paritarias se volvieron un terreno de lucha desigual. Las reformas impulsadas por el gobierno, sumadas a la presión inflacionaria, limitaron la capacidad de los gremios para asegurar aumentos salariales que compensaran la pérdida del poder adquisitivo. Muchas organizaciones sindicales denunciaron que las políticas oficiales solo dificultan las negociaciones y están muy alejadasde otorgar “libertad” a los aumentos salariales, así como si ocurrió con los precios de bienes y servicios.
En este escenario, el ajuste no se sintió únicamente en el bolsillo de los trabajadores. También se reflejó en el consumo interno, uno de los motores históricos de la economía argentina. La caída de la capacidad de compra redujo las ventas en comercios y pequeñas empresas, generando un círculo vicioso que afectó tanto a los trabajadores como a los empleadores.
Relación conflictiva con los sindicatos
La relación entre el gobierno de Milei y los sindicatos ha sido conflictiva desde el inicio. Aunque en campaña aseguró que no interferiría en los asuntos internos de los gremios, en la práctica impulsó políticas que limitan su influencia y los colocan en el centro de una narrativa anti-sindical. Desde el oficialismo se ha instalado la idea de que los sindicatos son responsables del estancamiento económico, un mensaje que resuena especialmente en sectores jóvenes y desencantados con la política tradicional.
A pesar de las movilizaciones y paros organizados por el movimiento obrero, Milei ha demostrado que a la hora de avanzar en su agenda no le tiembla el pulso. Para algunos, el gobierno reculó en ciertos puntos de la reforma ante el descontento de trabajadores, pero otros sostienen que cada vez que el sindicalismo intentó visibilizar sus reclamos, el gobierno redobló la apuesta, consolidando una narrativa de polarización.
Este ataque al sindicalismo no es nuevo en la historia argentina, pero lo que diferencia a Milei es su capacidad para convertir la “batalla cultural” en un arma política efectiva. A través de redes sociales y discursos incendiarios, ha logrado desacreditar al sindicalismo en amplios sectores de la sociedad, especialmente entre los jóvenes trabajadores precarios que deberían ser sus principales aliados.
Primer año y el futuro
La “pelea” contra las reformas laborales no puede limitarse a movilizaciones y paros. Debe ir acompañada de una renovación profunda, tanto interna como en su discurso público. El sindicalismo debe recuperar su capacidad de representar a los sectores más golpeados por la precarización, especialmente a los jóvenes que no se sienten identificados con las estructuras tradicionales.
Además, es fundamental que los sindicatos participen activamente en la “batalla cultural”. No basta con “resistir” las políticas del gobierno; es necesario construir una narrativa alternativa que recupere el espíritu sindical y lo adapte a los desafíos del siglo XXI. Esto implica no solo defender los derechos laborales, sino también proponer un modelo de desarrollo inclusivo que conecte con las aspiraciones de los trabajadores jóvenes.
El desafío no es menor. Adaptarse a un contexto político hostil, superar las divisiones internas y construir una narrativa renovada requiere tiempo y voluntad. Sin embargo, la historia del sindicalismo argentino demuestra que tiene una capacidad única para reinventarse en los momentos más difíciles. Hoy, esa capacidad es más necesaria que nunca.
El primer año de Milei no solo ha sido un desafío para los trabajadores y el sindicalismo; ha sido una oportunidad para reflexionar sobre su rol en una Argentina que enfrenta cambios profundos. Si el movimiento obrero logra adaptarse, renovar su discurso y reconectar con los sectores que hoy están desencantados, no solo podrá enfrentar con éxito las reformas de Milei, sino también construir un futuro donde el trabajo digno sea la base del desarrollo económico y social.