Como ocurre al finalizar cada año, The Economist, uno de los semanarios favoritos del mundo de las finanzas, postula sus predicciones para el nuevo ciclo que está por comenzar. Los pronósticos que realiza la publicación, son especialmente considerados en el mundo, debido no solo a la capacidad de acceder a información privilegiada, sino también de incidir en muchos de los procesos y acontecimientos. Cabe recordar que los propietarios de este semanario son nada menos que la dinastía banquera tricentenaria Rothschild y la familia italiana Agnelli, dueños de buena parte de la industria automovilística europea.
The Economist realiza siempre un resumen de sus predicciones en una de las últimas portadas del año. En este caso, presenta un criptograma en forma de mandala que postula un 2025 centrado en la nueva presidencia de Donald Trump, asociado en la imagen con el capitalismo industrial de EEUU y el real estate, el capital de bienes raíces, principales financistas de su campaña y quienes serán favorecidos por sus prometidas políticas de corte eminentemente proteccionista. La figura de Trump se encuentra a su vez enmarcada entre dos grandes bloques geopolíticos con modelos en pugna.
El bloque geopolítico del Occidental liberal, unipolar y liderado por la angloesfera, está representado por figuras protagónicas: Ursula von der Leyen, actualmente a cargo de la Presidencia de la Comisión Europea, con rostro de preocupación; y el líder ucraniano Vladimir Zelensky, con una clara expresión de derrota. Se suman a este bloque las imágenes de una urna de votación agrietada, símbolo de la crisis global del sistema democrático ante el triunfo de partidos nacionalistas en Europa con posicionamientos contrarios a los principios liberales que defiende la publicación; un auto eléctrico junto a una batería a media carga, simbolizando la caída en la intensidad de los esfuerzos colectivos en temáticas ambientales; y un ojo abierto cuya pupila es en realidad un símbolo del peligro nuclear, una imagen que claramente remite al contexto bélico tanto en Ucrania como en Medio Oriente.
En cuanto al bloque geopolítico de Oriente, tildado de “iliberal”, el criptograma de la portada expone como representantes principales al presidente chino Xi Jinping con una mirada apacible y contemplativa; y al presidente ruso, Vladimir Putin, con un rostro aguerrido.
Asimismo, se muestra un reloj de arena que está comenzando a marcar el tiempo: la nueva era multipolar de los BRICS, que ya superan al G7 en paridad de poder adquisitivo (PPA), al tiempo que comienzan a comercializar la producción entre sus miembros a través del intercambio de monedas nacionales, dejando de lado al dólar como divisa internacional.
El mandala de la portada muestra también los desafíos que el mundo habrá de enfrentar: un enorme misil cerca de Donald Trump, presagia que si bien la guerra podría bajar de intensidad en Ucrania, tal como ha prometido el presidente electo, la misma podría incrementarse en Medio Oriente, algo que ya se ha empezado a ver en Siria. La imagen de una jeringa que muestra el número “2”, puede interpretarse como el preludio de una futura pandemia, un pronóstico que permite entender el reciente contrato de adquisición por parte de Gran Bretaña de cinco millones de dosis de vacunas contra la gripe aviar H5N1. En la parte inferior de la portada, destaca la figura de la novelista británica Jane Austen, de cuyo natalicio se cumplirán 250 años.
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Sobre ella, la revista refiere que, habiéndose convertido en un clásico, su literatura, lejos de ser una moda, sigue vigente, lo que se conecta con un símbolo, a su lado, de un puño izquierdo rojo apuntando hacia arriba, figura arquetípica y emblemática de movimientos sociales, ambientalistas, feministas, anti-racistas, en EE.UU. usualmente ligados al Partido Demócrata. Con la conexión entre ambos símbolos, The Economist parece transmitir un claro mensaje: estos movimientos no son una moda cuya vigencia desaparecerá con el gobierno de Trump, quizás incluso todo lo contrario.
Por encima del mandala, se enseñorea una imagen del planeta Saturno. A nivel astronómico es sabido que entre marzo y noviembre de 2025, sus anillos dejarán de ser visibles desde la Tierra, dado el ángulo de inclinación de los mismos, un fenómeno que ocurre dos veces en 29 años.
Sin embargo, a nivel más esotérico, Saturno es el dios griego Chronos, el Señor del Tiempo, la deidad que devora a sus propios hijos, a la que se le realizaban todo tipo de sacrificios y que era enaltecida por los romanos en la Saturnalia. El tiempo de las agendas globales ligadas al Partido Demócrata parece haber terminado con la nueva era Trump.
Sin embargo, como los anillos de Saturno, que se ocultarán momentáneamente para luego reaparecer, y como Jane Austen, que no ha perdido vigencia a pesar de los años, The Economist transmite en este caso un mensaje similar: estas agendas podrán ponerse en pausa por un tiempo, mientras dure el proteccionismo de Trump y los nacionalismos emergentes en Europa, pero no son solo una moda, sino un ordenamiento global y un proyecto político de largo plazo.