Convocaron para una entrevista laboral. Lo primero, por supuesto, es atravesar ese proceso: ver si provoca nervios, alegría, ansiedad… Luego, cuando ya se haya podido gestionar todas esas emociones, llega el momento de prepararse para incrementar las probabilidades de éxito durante el encuentro.
A continuación, una serie de consejos clave:
- Investigar a la empresa que convoca. Una visita a sus redes sociales, a su página web, a su Linkedin. Evaluar qué hace y cómo lo hace. Entender si está alineada con aquello que se busca.
- Personalizar el currículum. Seguramente, armamos la hoja de vida con un formato genérico o multitasking. Pongamos atención en cómo podemos resaltar determinados logros o algunas habilidades en particular para que “calcen” mejor con la posición a la que se apunta. Esto no significa mentir: del otro lado siempre va a haber alguien que pueda corroborar que lo que se puso es cierto. En especial cuando se trata de idiomas. Por citar un ejemplo, si alguien domina por encima ruso y decide poner que es bilingüe en ese idioma y el entrevistador resulta ser un ruso nativo, probablemente pase un momento incómodo.
- Hacer un “inventario de habilidades”. Más allá del currículum, es muy importante que nos conozcamos a nosotros mismos: cada herramienta que descubramos sobre nuestra persona nos acercará a nuestro sueño. No temamos consultar a docentes, coaches o amigos para que nos ayuden a incrementar nuestros activos de habilidades y competencias.
- Analizar las potenciales preguntas que podemos recibir. Las entrevistas tienen un formato semiestructurado. Primero, quien nos recibe chequea los datos de nuestro currículum. Luego, aparece un espacio de preguntas y respuestas y, por último, una suerte de conversación libre. Es importante estar preparados para las preguntas que nos puedan hacer. “¿Cuáles son tus fortalezas y debilidades?” es típica, es cierto. Pero debemos tener la habilidad de, en nuestras respuestas, destacar los logros alcanzados, las materias que más nos gustaron en la facultad, aquellas cosas para las que somos realmente buenos, algún objetivo académico destacado o la participación en algún proyecto en particular. ¿Lo mejor que nos puede pasar? Responder siempre con seguridad.
- Pensar preguntas para hacer. La entrevista es un encuentro entre dos personas. El reclutador también nos necesita: quiere cubrir vacantes. Por eso, cuanto más interesantes logremos ser, más llamaremos la atención. Si la única pregunta que se nos ocurre es “¿Hay máquina de café?”, probablemente le estemos dando la oportunidad a otra persona. “¿Cómo se generó la vacante?”, “¿Están en una etapa de crecimiento?”, “¿Tienen un plan de desarrollo para colaboradores?” o “¿Cuántas horas de formación tienen previstas para los nuevos ingresantes?” son algunos disparadores que pueden llevar la conversación por el camino adecuado.
- Simular las entrevistas. Existen dos posibilidades en este sentido. La primera, apelar a un amigo, familiar o conocido que haga el role playing del entrevistador. La segunda, utilizar alguna de las apps virtuales con IA que existen. En este último caso, puede servir también para practicar idiomas que no utilizamos con la frecuencia que queríamos, solicitándole a la herramienta seguir la entrevista, por ejemplo, en inglés.
- Presentarse con una actitud positiva. Eliminar los prejuicios y preconceptos (“seguro me van a pagar poco porque recién empiezo”) y encarar la entrevista esperando el mejor resultado posible.
Cuando salgamos de la entrevista, aparecerá de nuevo el vértigo: alegría por la promesa de un próximo llamado, enojo por algo que nos faltó decir, ansiedad porque no nos especificaron cuándo nos iban a llamar… Una vez más, habrá que gestionar todas esas emociones y buscar la manera de sentirnos satisfechos por haber dado lo mejor de nosotros.
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