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"Cierre" del gobierno y la democracia rota de Estados Unidos

El Congreso de Estados Unidos enfrenta su vigésimo noveno estancamiento presupuestario consecutivo, reflejo de una democracia debilitada y un sistema roto. Mientras tanto, los ciudadanos quedan atrapados en un juego político sin rendición de cuentas ni soluciones reales.

Congreso Estados Unidos
Congreso Estados Unidos | AFP

WASHINGTON, DC – Es septiembre en Washington, y todos saben lo que eso significa: el Congreso de Estados Unidos se apresura a llegar a un acuerdo sobre el presupuesto antes de que termine el año fiscal, el 30 de septiembre, para evitar un cierre del gobierno. No siempre fue así. Históricamente, el Congreso dedicaba este mes a cerrar los últimos detalles, después de pasar el año revisando las solicitudes presupuestarias de la Casa Blanca, escuchando a los lobbistas e incorporando los proyectos de gasto necesarios para garantizar la aprobación oportuna de la legislación presupuestaria nacional. Pero en las últimas tres décadas, han reinado la disfunción y el estancamiento.

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Se trata de un fracaso bipartidista. La última vez que el Congreso aprobó a tiempo el conjunto completo de proyectos de ley de asignaciones (12 en total) fue en 1996. Independientemente de qué partido haya tenido la mayoría en cada cámara del Congreso –e incluso cuando un solo partido controló ambas, como los republicanos hoy–, el proceso presupuestario se caracterizó por el desorden, la ineptitud y la parálisis. Mientras tanto, la deuda del gobierno estadounidense se ha disparado, pasando de unos 5,2 billones de dólares (64,9% del PIB) en 1996 a 37 billones (más del 120% del PIB) este año. Como recuerda el “reloj de la deuda nacional” cerca de Times Square en Nueva York, esta cifra representa más de 109.000 dólares (y en aumento) por cada persona del país.

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Aunque ambos partidos comparten la culpa, cada uno contribuye a la actual disfunción a su manera. Los republicanos controlan ahora plenamente no solo el Congreso, sino también el Ejecutivo (y con él toda la burocracia federal), pero necesitan el apoyo de al menos siete senadores demócratas para romper un "filibuster" y evitar un cierre del gobierno. En lugar de comprometerse, sin embargo, parecen apostar a que los demócratas cederán ante sus demandas, que incluyen fuertes reducciones en el gasto sanitario. Después de todo, eso fue lo que ocurrió en marzo: el líder de la minoría del Senado, Chuck Schumer, convenció a suficientes demócratas para votar a favor de un proyecto de gasto provisional, que incluía unos 13.000 millones de dólares en recortes a fondos no destinados a defensa, en nombre de mantener al gobierno en funcionamiento.

Los demócratas bien podrían demostrar que el Partido Republicano se equivoca. Tras recibir duras –y merecidas– críticas de sus colegas y de sus electores, Schumer y el líder de la minoría en la Cámara de Representantes, Hakeem Jeffries, parecen estar adoptando una postura más firme, con la eliminación de los subsidios de salud para los estadounidenses de bajos ingresos como su “línea roja”. Los líderes demócratas del Congreso también enviaron una carta al presidente Donald Trump exigiendo una reunión sobre el estancamiento presupuestario, aunque es poco probable que Trump atienda esa demanda.

Pero una y otra vez desde el regreso de Trump a la Casa Blanca, los demócratas han demostrado ser incapaces –o no estar dispuestos– a montar una oposición efectiva a su agenda. En los últimos ocho meses, la administración Trump ha recortado los fondos de programas, agencias e instituciones críticas de EE.UU. –desde la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) hasta los Institutos Nacionales de Salud–, incluso rescindiendo fondos ya asignados por el Congreso. También ha llevado a cabo despidos masivos de empleados gubernamentales, sin una evaluación real –ni, en muchos casos, comprensión– de sus responsabilidades o desempeño.

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En respuesta, los demócratas se han quejado en voz alta, han escrito cartas severas y han ofrecido conferencias de prensa olvidables. En lugar de utilizar las (limitadas, aunque existentes) herramientas a su disposición para contener a Trump y a sus facilitadores republicanos, continúan fingiendo que pueden entablar negociaciones de buena fe con un partido que no ha hecho más que rechazar el bipartidismo en los últimos años. Al comportarse como si las instituciones estadounidenses siguieran funcionando, figuras como Schumer y Jeffries alienan a sus propios votantes y envalentonan al Partido Republicano para intensificar su intransigencia y extremismo.

El pueblo estadounidense tiene poco papel que desempeñar en todo esto, porque la gran mayoría de los distritos congresuales han sido manipulados mediante gerrymandering hasta quedar fuera de competencia. En las elecciones presidenciales de 2024, solo 37 de los 435 escaños de la Cámara de Representantes se decidieron por un margen de cinco puntos porcentuales o menos. Largamente libres de consecuencias electorales, los legisladores estadounidenses buscan complacer a sus donantes adinerados, no a sus electores. Esto es tan cierto en el caso de los demócratas como en el de los republicanos, aunque en este último, congraciarse con Trump también resulta esencial.

Con los estadounidenses atados a una clase política que no se preocupa por ellos ni por sus necesidades, no debería sorprender que los salarios reales se hayan mantenido prácticamente estancados durante décadas. Esto no pasa desapercibido para los votantes: alrededor del 43% ya no se identifica con ninguno de los dos grandes partidos. Con pocas opciones para impulsar un cambio, la frustración a menudo da paso a la apatía. En las elecciones de medio término de 2022, los votantes jóvenes, mujeres y afroamericanos –bases clave de los demócratas– tuvieron menor participación. A medida que los líderes electos eligen cada vez más a sus votantes, en lugar de que los votantes los elijan a ellos, la rendición de cuentas disminuye, y el remolino de disfunción se convierte en un torbellino de inestabilidad.

Al enfrentar el Congreso su vigésimo noveno estancamiento presupuestario consecutivo, debería quedar claro que el proceso presupuestario federal de EE.UU. está roto. El país no enfrenta la amenaza de un cierre del gobierno cada septiembre por desacuerdos de política o limitaciones financieras, sino porque la rendición de cuentas democrática se ha erosionado tanto que los funcionarios electos no tienen incentivos para comprometerse –para hacer el arduo trabajo de la política– y elaborar soluciones reales. Simplemente avanzan en el desvencijado carro del Estado, sin importarles los estadounidenses comunes, seguros de que ellos y los intereses adinerados a los que sirven seguirán acumulando beneficios.

*Trabajó anteriormente bajo la presidencia de George W. Bush y con el senador John McCain, es cofundador de The Lincoln Project, presidente de JoinTheUnion.us –una coalición prodemocracia dedicada a defender la democracia estadounidense y derrotar a candidatos autoritarios–, y conductor de The Home Front Podcast. Escribe en Substack en The Home Front.

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