El ataque cibernético en el Líbano, en principio atribuido a Israel –responsabilidad que ese Estado ya reconoció hace unos días-, ha dejado en evidencia una nueva realidad en los conflictos modernos: la ciberseguridad ya no es solo una cuestión técnica, sino una poderosa herramienta de influencia política.
Este incidente, que involucró la explosión de dispositivos como beepers y radios portátiles utilizados por Hezbollah, tuvo lugar el 17 y 18 de septiembre de 2024 y dejó un saldo trágico de al menos 30 muertos y más de 4.500 heridos, entre ellos tanto civiles como miembros del grupo. Lo más impactante de este ataque fue su complejidad.
Se cree que los dispositivos fueron alterados con explosivos mucho antes de ser distribuidos, tal vez durante su fabricación o en algún punto de la cadena de suministro. Fue una maniobra calculada para debilitar a Hezbollah no solo militarmente, sino también psicológicamente, creando caos entre sus filas y generando desconfianza entre la población.
Este tipo de acción es parte de una estrategia más amplia de Israel en su defensa contra Hezbollah, donde las operaciones cibernéticas juegan un rol crucial en cambiar el equilibrio de poder sin recurrir a enfrentamientos convencionales. En lugar de desplegar tropas o realizar ataques aéreos, se optó por la guerra cibernética: silenciosa, precisa y devastadora.
El uso de estos dispositivos, considerados obsoletos por muchos, fue la clave del ataque. Hezbollah, en su intento de evitar la vulnerabilidad de los smartphones a la infiltración israelí, había vuelto a tecnologías más simples como los beepers y radios portátiles. Sin embargo, esta medida no fue suficiente para detener a los atacantes, quienes aprovecharon la aparente seguridad de estos aparatos para ocultar explosivos en ellos.
Las detonaciones, coordinadas de forma simultánea en varias zonas del Líbano, no sólo causaron un impacto físico devastador, sino que también minaron la moral del grupo al demostrar que no podían confiar ni en sus propios sistemas de comunicación.
Este ataque marca una evolución en la manera en que se libran las guerras. La combinación de sabotaje físico y guerra cibernética permite a los países, como Israel proyectar poder de una manera más sutil, evitando los costos políticos y humanos de una intervención militar directa.
Y es aquí donde entra en juego el soft power. Así como las armas nucleares han servido durante décadas como una herramienta de disuasión más que de uso activo, los ciberataques pueden desestabilizar economías y sembrar el caos en la sociedad sin disparar una sola bala propia.
El concepto de soft power se refiere a la capacidad de un país para influir en otros sin emplear la fuerza. La diplomacia, la cultura y, ahora, la tecnología, se han convertido en medios efectivos para proyectar ese poder. En este caso, Israel no sólo debilitó militarmente a Hezbollah, sino que también envió un mensaje claro a todos los actores de la región: pueden infligir daño sin necesidad de disparar un solo tiro. Este tipo de operación no solo logra su objetivo militar, sino que refuerza la posición geopolítica de Israel.
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De forma similar a como las armas nucleares han disuadido conflictos directos entre potencias, los ciberataques permiten a los países influir en sus enemigos a través de la amenaza latente de un ataque devastador. Incluso sin causar destrucción física de gran escala, un ciberataque puede paralizar infraestructuras críticas, desestabilizar economías y sembrar el caos en la sociedad.
El ataque en el Líbano es un recordatorio de lo vulnerables que somos en este mundo cada vez más interconectado. La capacidad de un país para llevar a cabo operaciones cibernéticas complejas, como esta, es una demostración de poder que trasciende las fronteras físicas y redefine las reglas del conflicto. La guerra moderna ya no se limita al campo de batalla; ahora también se libra en el ciberespacio, donde el control de la información y la tecnología puede ser igual o más efectivo que cualquier arma convencional.
A medida que los países desarrollan cada vez más capacidades cibernéticas avanzadas, se está desatando una nueva carrera armamentista. Las alianzas internacionales para mejorar la defensa cibernética se han vuelto tan esenciales como las alianzas militares tradicionales, y aquellos estados que dominan este terreno pueden ejercer una influencia considerable sobre el resto.
La ciberseguridad, por lo tanto, se ha convertido en un pilar fundamental de la seguridad nacional, no solo para proteger la infraestructura crítica, sino también como una herramienta para proyectar poder y mantener el control en un mundo cada vez más digitalizado.
El ataque en Líbano demuestra cómo la ciberseguridad está transformando la manera en que los países proyectan su poder en el escenario global. Al igual que las armas nucleares, los ciberataques son una forma moderna de disuasión, capaces de cambiar el curso de un conflicto sin necesidad de recurrir a la guerra tradicional.
Estamos entrando en una nueva era de conflicto, donde el poder ya no se mide solo en tanques y aviones, sino en líneas de código, brechas de seguridad y señales.
*Emprendedor tecnológico, Master en RRII Università di Bologna; CEO de
Whalemate.