El pasado 6 de noviembre el canciller Olaf Scholz anunciaba el cese del ministro de Finanzas, Christian Lindner, provocando por extensión la ruptura con los liberales y poniendo fin a la peculiar coalición de gobierno que estuvo al frente de la principal economía europea durante los últimos tres años.
Un desenlace en absoluto sorpresivo. La coalición que lideraba el canciller del SPD junto a Los Verdes y a los liberales del FDP, que fuera bautizada como una “coalición semáforo” por el color representativo de sus integrantes y su diversidad ideológica, estuvo constantemente atravesada por disputas que a menudo se ventilaban públicamente y generaban serios inconvenientes para la gobernabilidad.
Este experimento que muchos vaticinaron como “imposible” en razón de las profundas diferencias que separaban a sus socios fue, en gran medida, logro del experimentado y veterano líder originario de la Baja Sajonia.
Scholz, ex ministro y vicecanciller durante la “Gran Coalición” liderada por Angela Merkel, denostado por “pragmático” por los pretendidos guardianes de la ortodoxia del SPD, no solo hizo posible este acuerdo que tenía como único antecedente el de la coalición socialdemócrata-liberal de 1982 (gabinete de Schmidt), sino que lo mantuvo a fuerza de altas dosis de paciencia, una templanza poco frecuente para un líder global, y notables habilidades para la moderación y el consenso.
La coalición del semáforo logró avances importantes en materia de derechos, como la ley de modernización del derecho a la nacionalidad, la legalización del consumo y cultivo personal de cannabis, o la autodeterminación de género. Sin embargo, en política económica las diferencias eran demasiado grandes y, en el contexto de una economía en recesión por dos años consecutivos, las visiones contrapuestas sobre cómo financiar el gasto público fueron irreconciliables.
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Más aún, de cara a la discusión de las proyecciones presupuestarias para 2025, que incluyen un déficit fiscal de 12 mil millones de euros, y requiere de una emergencia para poder esquivar el freno de deuda que impide al Estado endeudarse anualmente por encima del 0,35 % del PBI.
Durante casi tres años, la experiencia pareció funcionar, en base a liderazgos que entendieron que lo más rupturista que podían ofrecer a los ciudadanos alemanes en ese contexto, era dejar de lado programas maximalistas y vocaciones totalizantes para avanzar en consensos básicos que contemplaran objetivos de los tres socios de coalición.
Del lado de los liberales, la baja de impuestos y el estímulo a la inversión privada, del lado socialdemócrata, la defensa de los principales resortes del Estado social, y del lado de los verdes, la descarbonización de la economía.
Lo cierto es que la ruptura disparará los mecanismos institucionales propios del parlamentarismo alemán, y conducirá inevitablemente a un proceso electoral cuyos contornos ya comienzan a definirse, aunque aún con varias incógnitas con respecto a los candidatos y posibles alianzas de cara a la conformación del futuro gobierno.
Un proceso que comenzará el 16 de diciembre, cuando Scholz se someta a una moción de confianza en el Bundestag (Cámara Baja), ante cuya previsible derrota, el presidente, Frank-Walter Steinmeier, convocará a elecciones anticipadas a celebrarse el 23 de febrero de 2025.
Pese a los altos niveles de insatisfacción ciudadana con su gestión, Scholz ha mostrado siempre su voluntad de volver a competir. Y con la declinación de Pistorius, ministro de Defensa, y no solo uno de los políticos alemanes mejor valorados sino también el preferido entre las bases del SPD, buscará crecer en las encuestas y mostrarse como el único líder capaz de formar gobierno, aprovechando los días que quedan antes de la disolución del Parlamento para proponer la reducción de los impuestos sobre el salario, aumentar las prestaciones por hijo, y extender las ayudas en el abono al transporte público.
Es que si bien los sondeos apuntan a que la oposición conservadora, representada por la CDU, y su hermana bávara, la CSU, aparece como la favorita de la mano del hoy líder de la oposición y cuarto dirigente mejor valorado de Alemania, Friedrich Merz, su intención de voto le permitiría ser la opción más votada, aunque no sería suficiente para formar una mayoría en el Bundestag. Más aun teniendo en cuenta que sus aliados “naturales”, los liberales, no lograrían superar el umbral del 5% para conseguir representación parlamentaria.
En este contexto, habrá que seguir de cerca la performance de los partidos minoritarios, que pueden ser claves no solo para la formación de una mayoría parlamentaria sino también para definir los contornos ideológicos que tendrá el gobierno del país más poderoso de Europa.
Y aquí aparecen no solo los Verdes, más proclives a coalicionar con el SPD, sino fundamentalmente dos partidos que han venido creciendo en los extremos del sistema político alemán: por izquierda, la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW) y, por derecha, los ultra de Alternativa para Alemania (AfD), que se ilusiona con una votación histórica que podría incluso dejarlos en segundo lugar, como ha quedado claro en las elecciones regionales de Turingia y Sajonia
Esa amenaza es, precisamente, la que podría dar lugar a la conformación de una nueva “Gran Coalición”, como la que en tres ocasiones desde 2005 liderara Angela Merkel.