OPINIóN
ECONOMISTA DE LA SEMANA

Ajustar, ajusta cualquiera

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¿Estabilización? Milei sorprendió al reducir la brecha y desplomar la demanda efectiva. | AFP

El pasado 23 de agosto y ante el US-Argentina Business Council, el vicepresidente del Banco Central,  Vladimir Werning, terminó de darle forma al enfoque secuencial con el que esperan pasar de un programa de estabilización a otro de crecimiento económico: pasada la “terapia de shock” fiscal y migrada toda la deuda por pasivos remunerados al Tesoro nacional, la economía argentina habría entrado ya a un sendero de transición en el que la recuperación de la demanda de pesos permitiría una sana competencia de monedas. ¿Cuándo? Entre finales de 2026 y principios de 2027. ¿Quién financia? Los dólares del “colchón”, un mayor endeudamiento externo privado y los mayores valores exportados por la minería y la energía, de magnitud suficiente para consolidar un cambio estructural en la dinámica del balance de pagos.

El enfoque no sorprende si se lo piensa en términos de la postura del propio gobierno sobre el origen interno (esencialmente fiscal) de los desequilibrios macroeconómicos en Argentina, aunque dispara una serie de alarmas en lo que hace a la dinámica que tales ajustes pueden generar sobre todo el sistema, dado que: (1) no se trata simplemente de desvíos de los valores “que debieran ser”, hablamos de desajustes que responden en buena medida a fuertes desbalances estructurales; y (2) no pueden obviarse sin más los efectos acumulativos que la magnitud, duración y recurrencia de tales fenómenos tiene sobre la conducta de quienes toman decisiones de todo tipo y tamaño, y que han derivado históricamente en fuertes redistribuciones de ingresos y riqueza, suficientes para hacer volar por los aires cualquier intento de equilibrio como el planteado. Pero vayamos de a poco.

De Milei a Román, gestión, ¿estabilización? Todos recordamos el diciembre último. Del Presidente votando en las elecciones de Boca por el candidato de un Macri que estaba afuera, hasta la corrección de precios relativos que amagó con ser novedosa pero terminó con las armas de siempre, afectando a los mismos de siempre. En primer lugar, a través de una fuerte devaluación del tipo de cambio oficial, cuyo alcance sorprendió a propios y extraños, con la que ganó algo de aire, a través de dos canales: redujo la brecha, eliminando parte de los incentivos perversos que alteraban la oferta y demanda de dólares; y desplomó la demanda efectiva a niveles bien por debajo de los compatibles con cierta calma en el frente externo. En criollo, compró tiempo. Por otro lado, tanto el Tesoro nacional como el Banco Central convalidaron tasas de interés fuertemente negativas en términos reales, que apoyadas por el cepo le permitieron al BCRA no solo eliminar el financiamiento al fisco, sino también reducir de forma significativa el peso de los pasivos remunerados respecto al PBI. Miradas en conjunto, con tipo de cambio real alto (y anclado desde entonces, al moverse un 2% mensual promedio), fuerte ajuste recesivo, menor brecha cambiaria, y menos tensión sobre el mercado de cambios, se sentaron las bases como para que la autoridad monetaria lograra acumular reservas. Esto contribuyó a asentar las expectativas en el corto plazo y evitar que la transición derive en una dinámica caótica.

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Pero lo que empezó como un ajuste de cuentas casi sin precedentes terminó virando hacia un esquema más ecléctico, conforme un objetivo hasta entonces secundario (la inflación) fuera ganando espacio en la agenda del Gobierno, dando lugar a una serie de marchas y contramarchas que lo terminaron por atar de pies y manos a la hora de soltar dos mochilas cada vez más pesadas: el cepo (al menos en su versión actual, ya volveremos sobre esto) y la recesión.

Tal es así que habiendo dado varios pasos de los que marcó como necesarios para ir hacia un nuevo régimen monetario (superávit fiscal primario y financiero, ley bases, pacto de mayo, y el cierre de la brecha entre base monetaria y base monetaria amplia), pasar a una siguiente fase requiere ahora de una relación entre demanda de pesos y oferta de dólares tal que nos dejaría en los niveles reales de base previos al cepo durante el gobierno de Mauricio Macri. Cerca de 30 billones de pesos (a precios de abril de 2024) que, habiendo cerrado una a una las canillas de la emisión, dependerán de la remonetización de una economía que logre un sendero de crecimiento, para lo cual se necesita –además de mayor demanda de bienes y servicios– los dólares que lo hagan viable. Hablemos de estabilización, pero en estos términos y con viento a favor, en 2027. Por ahora, con un tipo de cambio que se aprecia de forma acelerada, la factura por pagos por importaciones postergadas sobre la mesa y un blend de liquidación por exportaciones (el famoso 80-20) que no termina, la autoridad monetaria se vio de frente con el invierno cambiario con menos reservas internacionales de las que hubiese querido. Todos atrás y el RIGI de 9.

De aquellos flujos, estos stocks. Los desequilibrios en Argentina responden a fuertes desajustes estructurales, tienen elementos divergentes y generan efectos reales. Máxime luego de una nueva crisis por sobreendeudamiento externo, el que genera desbalances entre el stock de deuda y los flujos de ingreso, alterando a la postre las corrientes de inversión y ahorro y las capacidades financieras del sector público. A esto cabe sumarle los reiterados intentos de cerrar las brechas (fiscal y externa) por la vía de la devaluación o los reajustes tarifarios, ignorando muchas veces el impacto que esto tiene a la hora de dar persistencia al régimen inflacionario. Ni siquiera hay que desempolvar los textos sobre inflación estructural (sobre lo que existen aportes únicos de este lado, de la mano del profe Olivera, Fanelli o Roberto Frenkel): el mundo entero viene de debatir los efectos de segunda ronda en la inflación cuando las expectativas no están bien ancladas. Puja distributiva, sobre un fino colchón de hierbas.

El Gobierno habla de los stocks en pesos: si bajan, el poder de fuego ante una eventual salida (siempre parcial) del cepo se reduce y mucho, pero las tensiones que genera la historia monetaria responden más a los dólares que faltan. Son los stocks financieros en moneda extranjera los que plantean un serio desafío para el crecimiento sostenido de largo plazo. Por lo que podrán seguir tirándoles a los desequilibrios con mayores ajustes en los flujos de gasto, pero más temprano que tarde se caerá a cuenta de que las estructuras no son estables, y que no hubo ni habrá equilibrios macroeconómicos de largo plazo independientes de la trayectoria que se siga.

En el camino cambian precios pero también cantidades, se alteran los incentivos a invertir, a frenar o empujar proyectos de inversión, habrá más o menos mercados e instituciones, mejores o peores eslabonamientos productivos y se cerrarán o abrirán nuevas brechas tecnológicas. Todas variables claves que hacen al dinamismo del frente externo, consecuencia más que causa de un proceso de desarrollo.

Una vez estabilizada la economía podrán ir alargándose los horizontes de planeamiento, pero cabe aún saber hacia qué tipo de país. Dirán se hará sobre la base de la solvencia fiscal, y está muy bien. Falta sí darle un carácter progresivo (creatividad, pero también audacia). Falta también sea con un manejo más serio de la política fiscal, realzando el rol clave de esta en el nivel de actividad y la redistribución de ingresos. Falta una apuesta más decidida por recuperar y fortalecer la moneda, por medio de tasas de interés consistentes con las expectativas cambiarias, pero también con un manejo inteligente y macroprudencial de la cuenta capital. Y falta un plan que permita transformar la estructura productiva. Hasta acá es todo ajuste y correr. Y como diría Román Riquelme: “Correr, corre cualquiera. Ahora bien, jugar al fútbol es más complicado”.

*Economista CECA, asesor parlamentario y exvicepresidente del Banco Central de la República Argentina.