OPINIóN
OPINION

Acerca del Estado, la ciencia e internet

“No hay ningún invento moderno en el mundo, no existe nada digital, tecnológico o cuántico que en su desarrollo no haya participado el Estado”.

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CONICET | Cedoc

El actual gobierno argentino no muestra virtudes en lo que a tecnología se refiere. Enmascaran esa carencia de conocimientos técnicos y científicos detrás de redes trolls de “buscas digitales” que se dedican a presionar, apretar, denunciar y perseguir. E insultar.

Pero la tecnología y la ciencia son otra cosa. El Gobierno golpea con un palo un tambor de hojalata, mientras cree ser Martha Argerich o Lang Lang tocando el piano.

Pueden disfrazarse de lo que no son durante un tiempo, pero no mucho. En general, hay una hora (social, histórica) en que como en las grandes fiestas renacentistas, las máscaras se caen y cada rostro se muestra como es.

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Han detenido la fabricación del reactor nuclear Carem (pequeño porte) mientras Milei anuncia que desarrollarán la producción de reactores nucleares de pequeño porte para abastecer las demandas de energía de la inteligencia artificial (entre otras cosas, ayudar al negocio de su amigo Elon Musk), o sea, no harán nada, pues no tienen idea de lo que es el uso pacífico de la energía nuclear, han desamparado las inversiones en los institutos de formación académica de físicos nucleares, han sometido a la humillación a cientos de técnicos y tecnólogos que deben abandonar el país en función de la imposibilidad de tener un empleo que les dignifique la profesión que tienen y que tanto puede servir a la Argentina.

Este gobierno nacional es humo. Es una inmensa masa de humo. Están destruyendo los buenos niveles alcanzados en el país por científicos y técnicos, y hacen retroceder logros importantes.

El afán de destruir el Estado, idea confesa y reiterada del Presidente, conlleva el riesgo de perder todos los avances científicos alcanzados. ¿Por qué? Muy simple, no hay ningún invento moderno en el mundo, no existe nada digital, tecnológico o cuántico que en su desarrollo no haya participado el Estado.

Es más, no hay ningún Premio Nobel de Ciencias en el último siglo que no fuere avalado por aportes públicos. Desde internet hasta las vacunas Salk, Sabin, HIV, covid, etc., desde la industria espacial, radarista y nuclear hasta el universo computacional y comunicaciones cuánticas, nada fue producto en soledad de espacios privados.

¿Esto quiere decir que hay que ser fanáticamente estatista? ¡No! Solo en las pequeñas neuronas cazadoras de comunistas, que poseen algunos funcionarios, se puede pensar de esa manera.

Si existiera la decisión política de financiar la ciencia, se puede discutir cómo se financia, pero el Gobierno arranca de la decisión política de no financiarla.

El famoso Sistema Científico Tecnológico es el nodo central que hace al conocimiento de un país, y debe tener como horizonte dar respuesta a problemas nacionales y mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Esto permite, en un camino virtuoso dar buenas respuestas a la producción tanto del agro como de la industria, a la salud como a las comunicaciones, y otras áreas que tienen importante impacto en nuestra cotidianidad.

Para tener una idea sepamos que el Conicet, hoy desfinanciado por Milei y Caputo y desguazado por Sturzenegger, es el organismo de investigación más ponderado en toda Latinoamérica y ocupa la 22ª posición en el mundo. ¡Entre más de 200 países!

Y todo esto se relaciona con lo que hoy el mundo debate y es el eje principal del ecosistema de comunicación y vinculación humana, global, interestatal, privada y pública: internet.

Hace unos días se reunió en Riad (Arabia Saudita) el 19º Foro de Gobernanza de Internet, evento seguido por miles de interesados. No hay noticias de participación pública argentina. Es, de alguna manera, la continuidad de aquel gran avance que significó la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información, en sus dos presencias, 2003 en Ginebra y 2005 en Túnez.

Si bien se debaten temas conocidos como el cuidado de la seguridad en las redes, la privacidad de usuarios, los marcos regulatorios, la coordinación global de internet y otros que podríamos llamar “tacticismo digital”, no están ajenos a estas reuniones los temas estratégicos como son aquellos que relacionan el avance tecnológico con importantes variaciones en las sociedades y ponen de manifiesto una original fenomenología de acontecimientos nuevos y desconocidos, que pasan por el mundo productivo, la sociología, la psicología, el derecho y fundamentalmente, la política y la forma de entenderla a la luz de la presencia de internet.

Hoy, a diferencia de lo que vimos en Túnez 2005, existe internet desde la realidad de terminales móviles como los celulares y otros hardware de similar utilidad y aquellos cableados (Ethernet) y las conexiones LAN (Local Área Network) y las WAN (Wide Área Network) son unos tantos recuerdos del pasado reciente. No porque no se usen, sino porque pueden no usarse. Y ni hablemos del viejo y querido DSL con su alta velocidad de hasta 7.1 Mbps por medio de una línea telefónica y que superaba al módem Dial Up de solo 28.8 Kbps.

Entonces, la capacidad de cada país de adaptarse a los mejores y más modernos avances digitales no puede quedar librada, en exclusiva, a las necesidades de mercado y al interés privado en cuanto al lucro que permiten estas conexiones.

El Estado, tampoco solo, pero sí sinérgicamente con el sector privado, la academia, las universidades y las empresas de capital social, debe estar presente en el impulso al desarrollo, la necesidad legislativa y regulatoria y el aporte del más alto nivel para los requerimientos de internacionalización que requiere esta tecnología.

Y para eso se precisan científicos, tecnólogos y técnicos. Y políticos preparados y capacitados.

Los inmensos aforos de almacenamiento de datos que obligaron a la existencia de la nube y los nuevos y fenomenales niveles de capacidad de cómputo no pueden ni deben ser solo una parte del mercado. Son mercado, desde ya, pero también hacen al interés soberano de los Estados.

Con la importancia que tiene el manejo delictivo de internet (y lo dice el autor de esta nota, que en 2006 siendo diputado nacional impulsó la primera ley de delitos informáticos en la Argentina) no debe quedar solo para el Estado la persecución penal de conductas de ilicitud como el malware (programa malicioso), el phishing (suplantación de identidad), el ransomware (programa dañino que restringe el acceso a determinadas partes o archivos del sistema operativo infectado y pide un rescate a cambio de quitar esta restricción) o el uso de botnet (conjunto de ordenadores/bots, infectados y que controla un atacante), entre otras posibilidades de agravio al derecho, sino que debe estar en el manejo “estratégico” de la red de redes.

Si los Estados no se ponen en un pie de igualdad, acordado y cordial con las empresas algorítmicas/digitales, estas terminan perturbando los pactos democráticos de las sociedades. Ejemplos como Cambridge Analytica y varios hechos electorales afectados hacen necesario que las luces de alerta las manejen los Estados nacionales.

Y el otro tema pasa por la conectividad, donde la brecha digital muestra claramente que es una brecha social e incluso entre países. Así como el promedio argentino de conexiones en banda ancha duplica desde la pampa húmeda y el AMBA a la Patagonia y el Norte, en el mundo el hemisferio norte presenta una superior conexión que el hemisferio sur.

Por eso destruir el Estado, en Argentina, es un deseo patibulario.

* Diputado nacional MC – Río Negro.