Toda vez que tiene ocasión, el gobierno argentino no se cansa de repetir, ante la opinión pública, que Argentina ha vuelto a ser centro de atención para la comunidad internacional. Este asunto es, por cierto, indiscutible. Para sus defensores internos y externos, sea por la personalidad del presidente o por sus ideas más o menos libertarias, Argentina ya puede considerarse un modelo a seguir.
Para sus críticos domésticos e internacionales, en cambio, resulta algo que hay que evitar. Frente a este escenario polarizado conviene preguntarse: ¿qué es lo que más llama la atención? En términos periodísticos: ¿qué es lo noticiable por excelencia? En el plano filosófico o especulativo, sería: ¿cuál es el acontecimiento?
Si bien no hay convergencia entre partidarios y críticos, emergieron dos cruciales asuntos a través de los cuales Argentina acaparó la atención. Aunque no son excluyentes, conviene presentarlos por separado.
El primer asunto tiene una vieja historia y se puede presentar mediante una interrogación: si las ideas de los economistas son correctas, entonces, ¿por qué no son votadas? En esta vena, textos como The economist as preacher (George Stigler, 1982) o, más recientemente, The myth of the rational voter (Bryan Caplan, 2006) provocan el enojo, cuando no la ira, de muchos teóricos políticos, ya que desnudan o ponen al descubierto las tensiones (insalvables) entre la democracia y lo económico en general. Así, lo primero que llama la atención es que una mayoría de ciudadanos argentinos haya votado a un libertario, es decir, a ideas económicas “correctas”.
El país libertario de Javier Milei: ¿qué sucederá cuando desaparezca el Estado?
Más allá del desconcierto entre politólogos, este asunto hace temblar a más de un economista y provoca escalofríos entre los políticos profesionales.
El segundo fenómeno se puede exponer de la siguiente manera: dado que hay un presidente que se autoproclama libertario y anarcocapitalista, llama la atención que implementara un puñado de políticas más o menos liberales y, a juicio de algunos, otras tantas menos liberales de lo esperado.
Lo que sorprende, al parecer, es que el político Milei ha resultado un hábil jinete para la cabalgadura económica. Tres políticas sirven para ilustrar este punto.
En primer lugar, lo que llama la atención no es la vocación política del presidente por el superávit fiscal (la forma positiva de eliminar el déficit). Esa retórica no sorprende ni dentro del país ni en la esfera internacional. Lo que sí despierta interés es su caja de herramientas: el llamado Plan (Luis) Caputo. Para decirlo con una metáfora antigua: el presidente parece haber diseñado el traje, pero el Ministerio de Economía lo hilvana, zurce, cose y abrocha. Esta metáfora no parece estar muy desacertada, ya que el presidente, por ahora, se desvive en elogios hacia su ministro.
Pero lo que muchos se preguntan, me incluyo, es si este conjunto instrumental es algo que Milei buscó en su momento o, por el contrario, es una política que le ofrecieron en tiempos adecuados. Esta no solo es una intriga centrada en las preferencias del presidente, ni siquiera en la distribución de sus atenciones, sino que es, fundamentalmente, una curiosidad sobre su olfato político. La historia nos ayudará a entender este fenómeno.
Otro aspecto que llama la atención tiene que ver con el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI). Al respecto, nadie puede hacerse el tonto. Este paquete de instrumentos ya había sido pensado a finales del gobierno de Macri y se ofreció como una potencial política para el entonces nuevo gobierno de los Fernández. El RIGI tiene, para usar la frase de Wittgenstein, un “aire de familia” muy cercano a lo que se propuso en aquellos años (2018-2020).
Ahora, esta idea se ha presentado bajo un ropaje estrictamente liberal, pero no es otra cosa que una especie de oasis market-friendly para salir del paso, es decir, construir un puente entre lo que el gobierno heredó con el futuro que quiere construir. Sin embargo, el RIGI es “algo” que el gobierno encontró en el cesto de las políticas, como se suele decir en el argot de las políticas públicas. Si hay algo nuevo tiene que ver con que el jinete político decidió implementarlo.
Finalmente, tras idas y vueltas, está el Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado, cuya actividad se destaca casi diariamente. Al respecto, no hay lugar para equívocos ni distracciones: el plan de desregulación ha encontrado, tras variados intentos, un presidente atento o diligente (dependiendo de las preferencias de la persona lectora).
Lo cierto es que tras la creación de este Ministerio, el presidente ha encontrado “algo” que no tenía. Esta también es una historia cuyos detalles serán de sumo interés para los diferentes públicos ciudadanos y no únicamente por sus implicancias en la vida cotidiana que seguro serán variadas.
En conclusión, lo que asombra, tanto a nivel interno como externo, puede presentarse como una pregunta: ¿qué hay de nuevo? A esta pregunta puede responderse: ¡Muchas cosas! Aunque todavía nada consolidado. Todo parece estar en el terreno de la promesa o la palabra empeñada, y así lo reflejan las encuestas: esperanza.