OPINIóN
Conflicto en Medio Oriente

A once meses del 7 de octubre: el sueño del Tercer Templo de Jerusalén

El autor advierte sobre las ambiciones de sectores del gobierno de Israel de sustituir la matriz de sentido que ha definido a la nación desde su fundación, basada en una tradición secular, liberal y pluralista, por una nueva identidad constitucional marcada por el autoritarismo y el ultranacionalismo bajo un régimen teocrático.

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Netanyahu | El primer ministro de Israel, que ya estaba en el ojo de la tormenta por su proyecto de reforma judicial, quedó ahora al frente de un país en economía de guerra | Avi Ohayon / Gpo

Un cuento ruso narra la historia de un humilde soldado que ayudó a un mendigo y éste, en agradecimiento, le regaló una baraja con la cual nunca perdería un juego y una alforja mágica. Con sólo conjurarlo, podía guardarse en ella todo cuanto a uno se le antojara. Con estas armas el soldado desalojó una mansión embrujada de demonios tras una partida de cartas, pero retuvo a uno en su alforja, que le enseñó a distinguir la posición de La Muerte en el lecho de un enfermo, y así conocer su suerte. 

El ejercicio de este arte le valió fama de curandero. Un día, al soldado le tocó atender al zar y reconoció la señal de la fatalidad. Impotente, imploró a La Muerte que lo tomara en su lugar. Ella aceptó, pero él usó su alforja y la aprisionó, evitando tanto la muerte del zar como la suya. Los años pasaban, mas nadie moría. El soldado había detenido el tiempo para sí, pero no para el resto, cuya agonía se prolongaba indeterminadamente.

Benjamin Netanyahu recuerda al soldado. Para evitar comparecer ante la Justicia y enfrentar cargos que seguramente conduzcan a su encarcelamiento, promovió un golpe judicial al reasumir como primer ministro en 2022. Lo hizo en sociedad con sus aliados ultra-ortodoxos de siempre, pero sumó además a Otzmá Yehudit (OY) y al Partido Sionista Religioso (PSR), quienes hoy ostentan la representación de los sectores más ultra-nacionalistas y religiosos de extrema derecha, referenciados en los ministros Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich. 

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Ellos encabezan la exigencia de extender la guerra contra Hamas hasta las últimas consecuencias. Esta prerrogativa pesa sobre la demanda de un acuerdo de intercambios de rehenes por prisioneros cada vez más multitudinario, que encuentra eco en la presión internacional. También, en la lectura del ministro de defensa, Yoav Gallant, quien rechaza la intransigencia de Netanyahu de priorizar la presencia militar israelí en el corredor Philadelphi, la frontera entre Gaza y Egipto, sobre un acuerdo.

¿Pero quiénes son estos aliados tan imprescindibles para Netanyahu? ¿Qué condiciones imponen para que él ejerza este gesto de detener el tiempo, mientras algo que difícilmente pueda llamarse vida, continúa para rehenes, soldados, familias que no pueden cerrar un duelo, y un país expuesto a bombardeos constantes de Hezbolá y a una guerra regional sin precedentes? ¿Qué tipo de proyecto político tienen en mente, y cómo entra en tensión con la arquitectura institucional del Estado de Israel?

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Los antecesores de estas fuerzas, los seguidores del rabino Meir Kahane, se referenciaron en el partido Kach. Abiertamente violento, anti-árabe, homofóbico y hostil al judaísmo secular, el partido fue declarado terrorista en 1994 cuando un militante suyo, Baruj Goldstein, concejal en Kiryat Arba, cometió un atentado en la Tumba de los Patriarcas. 

Diez años antes, en las elecciones de 1984, la Junta Electoral Central había prohibido a Kach competir, sin embargo, en ausencia de los principios jurídicos necesarios para apoyar esta decisión, la Corte Suprema terminó autorizándolos. Este resultado motivó al parlamento a discutir y aprobar el año siguiente una Ley Básica (es decir, con jerarquía constitucional) y a enmendar la legislación electoral para descalificar a cualquier lista que incitara al racismo y negara el carácter democrático del Estado. 

La coalición responsable de este gesto en defensa de los valores democráticos estuvo compuesta por dos fuerzas competidoras que decidieron establecer un gobierno de unidad nacional: el centro-izquierdista Alineamiento, liderado por Shimon Peres, y el propio Likud, con Yitzhak Shamir. Hoy, es el Likud el que ha encerrado la perspectiva de elecciones en su alforja amparándose en el contexto de emergencia. 

Llegamos a septiembre y al cumplirse 11 meses del 7/10, el Foro de Familias de Rehenes y Personas Desaparecidas, acompañado de otras agrupaciones civiles, convocó una huelga general y protestas masivas que alcanzaron más de 500 mil personas movilizadas. Esta es una reacción inmediata al descubrimiento de seis rehenes acribillados los últimos días por Hamas. Más aún, es un repudio a la decisión política de prolongar la vía militar causando un desastre humanitario en Gaza del cual el grupo terrorista sólo puede beneficiarse. 


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Netanyahu ha respondido a la huelga general que es preciso retener el corredor Philadelphi: de no hacerlo, se correría el riesgo que Hamas se rearmara y pudiera incluso traficar a los 101 rehenes restantes a Irán. Pero Hamas no aguarda su abatimiento definitivo en un laberinto subterráneo, pues se alimenta de esta situación. Fuera de sus túneles, es popular pese a todo: tanto en Gaza como en Cisjordania, y aún descabezadas sus cúpulas, como la Hidra de Lerna, sigue reclutando combatientes. 

Asimismo, el gesto siniestro de Hamas de producir videos de rehenes torturados, como el de Eden Yerushalmi, y amenazar con devolver a otros en sarcófagos, agudiza el presente estado de imposibilidad de la vida para israelíes y palestinos. Esta realidad se agrava y prolonga mientras el primer ministro intercambia fueros y una longevidad asistida por su visto bueno a la expansión indefinida de los asentamientos en Cisjordania, y aviva el optimismo de retorno a Gaza entre los partidarios de OY y PSR. 

Intoxicado de optimismo, Itamar Ben-Gvir, ministro de seguridad nacional, apoya al primer ministro siempre y cuando la guerra en Gaza continúe, y mientras eso suceda, sus ojos se posan también en Jerusalén, por encima del Muro de los Lamentos, y antes que soñar, hasta proyecta la construcción de un Tercer Templo. Debe decirse construcción, pues la palabra hace a la novedad histórica que supondría que un proyecto con aspiración teocrática carcomiera desde adentro un Estado cuyos cimientos son laicos, liberales y, pese a sus muchos defectos, abierto a la indeterminación democrática de ampliación de reconocimientos de derechos de tipo pluralista.

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Cuando en este contexto el ministro de seguridad nacional arenga a los judíos a rezar en el Monte del Templo y anuncia que querría ver en su cima una sinagoga, más que provocar al statu quo, ofrece un guiño a una masa crítica dispuesta a apoyarlo en una revolución mesiánica: una nucleada en fundaciones que desde hace años recaudan fondos, divulgan materiales y se maravillan con maquetas de dicho Tercer Templo.

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Es difícil comprender la magnitud de este punto de no retorno. El término "afectar" no captura adecuadamente la gravedad de las mutaciones que, más allá de toda reforma concebida en términos de política normal, introduce este tóxico matrimonio de conveniencia: el de un usurpador que sacrifica rehenes y soldados al laberinto del terrorismo de Hamas, y de las entrañas de un Caballo de Troya ansiosas de revolución.  

Efectivamente, los kahanistas son revolucionarios, pues procuran fundar un orden distinto al presente desde 1948. Podrá decirse que pese a la intencionalidad de los fundamentos de la Declaración de Independencia del Estado de Israel, su institucionalidad nunca logró realizar su aspiración de una sociedad plenamente democrática y tempranamente el parlamento optó por permanecer independiente de las limitaciones de una constitución formal. Instituido por movimientos de izquierda, el Estado asumió desde 1948 a 1977 una relación corporativista entre partidos, sindicatos y agrupaciones civiles que comenzó a resquebrajarse con el arribo de Likud al poder y su promoción progresiva de reformas neoliberales.

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La tensión permanente entre la definición democrática del Estado y la particularización del carácter etno-dominante judío llevó a cientistas sociales israelíes a formular nociones tales como “democracia étnica” y “etnocracia” para clasificar la cualidad distintiva de un animal político peculiar. Estos conceptos apuntan a observar cómo los rasgos procedimentales y formales de la democracia, y la aspiración fundacional de instituir una sociedad pluralista, conviven con la asimétrica capacidad del colectivo etno-demográfico mayoritario para proclamar al Estado como su hogar nacional por sobre aquella de las minorías árabes, drusas, beduinas y circasianas.

Y aún así, el activismo cívico y la política parlamentaria resultaron las herramientas indispensables para promover deliberaciones profundas sobre cómo democratizar la relación entre Estado y sociedad. La llamada “revolución constitucional”, promovida durante los años de los Acuerdos de Oslo, abordó esta cuestión con la sanción de las Leyes Básicas y Dignidad Humana y Libertad (1992) y Libertad de Ocupación (1994), usualmente reconocidas por haber introducido una auto-limitación al parlamento en torno al respeto de los Derechos Humanos. Esto empoderó a la Corte Suprema. Sin embargo, suele aducirse que el espíritu de estas reformas mantuvo la pregnancia de la mayoría etno-dominante, sólo que cristalizando su acepción “liberal”.

Por aquellos años, en 1994, el Tratado de Paz entre Israel y Jordania abordó otra situación: en 1967, Israel había arrebatado Jerusalén y Cisjordania a su vecino, y en 1980, el parlamento estableció en una Ley Básica a Jerusalén como capital completa y unificada del Estado, sin haber resuelto el conflicto con los palestinos. Al firmar la paz, se acordó una custodia simbólica compartida entre Israel y Jordania sobre la Explanada de las Mezquitas, donde se alza la Mezquita de Al-Aqsa y el Domo de la Roca. 

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Cuánto socava una proclamación de construcción de un Tercer Templo el Tratado de Paz que permite a Israel y Jordania cooperar para evitar la proliferación del terrorismo en un contexto ya altamente comprometido, importa poco a los kahanistas. En su imaginación, el Estado de Israel no estará presente para responder. En nombre del nuevo Estado que entrevén, desvinculado de toda responsabilidad contraída por su antecesor, se permiten discursos provocadores que tensan la alianza con un país que ayudó a Israel a derribar los drones y misiles enviados por Irán en su contra el pasado abril.

El Estado con el que sueñan los kahanistas es uno donde los sacrificios son precisos, porque de hecho, ni siquiera piensan a los muchos judíos israelíes, seculares como observantes de otras corrientes judaicas, como semejantes a ellos: ni en lo relativo a su identidad como judíos, ni en lo respectivo a la ciudadanía que sustituiría a la identidad nacional israelí actual. Estos son útiles para pelear guerras vistas como necesarias y para aportar la tecnología y capitales requeridos para librarlas, garantizando el derecho al rezo de un colectivo ocioso pero animado en amedrentar a los palestinos cisjordanos. 

Esta articulación de intereses tiene rasgos muy distintos a los que la socióloga Eva Illouz describe en el vínculo entre Likud y el partido ultra-ortodoxo mizrají Shas. Illouz observa que la militancia de Shas supone un desplazamiento de las reglas de pureza religiosas que rigen en los ámbitos privado y comunitario a lo público. La lógica de representación de Shas se instaló entre un sector marginado de los judíos israelíes: no los de ascendencia europea y tradición cosmopolita, laica y progresista que fundaron el Estado, sino los de cultura árabe, más religiosos y conservadores, que emigraron después, en consecuencia de la persecución que sufrieron como represalia, precisamente, por la Guerra de 1948, cuando Israel obtuvo su Independencia. 

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La integración de estos judíos fue más precaria y se evidenció en la estratificación del mercado de trabajo y en una frustración frente a un sistema excluyente. Por ello, muchos mizrajim terminaron apoyando alianzas entre Shas y Likud, viendo este socio como un justiciero frente a males atribuidos a los gobiernos de izquierda de antaño: lo curioso es que la izquierda no gobierna hace décadas pero la situación de los mizrajim sigue siendo mala, pues el modelo económico neoliberal profundizado por Netanyahu, antes que corregir, profundiza dicha desigualdad histórica.

Y estos sectores a la vez son los que se entusiasmaron cuando en 2018 el parlamento aprobó la Ley Básica: Israel, Estado-Nación del Pueblo Judío que degradó el reconocimiento del idioma árabe de oficial a “de estatus especial”. Fue notable entonces el descontento de miles de drusos y circasianos que marcharon en protesta. Y sin embargo, en 2021 se produjo un hiato al longevo mandato de Netanyahu, desde 2009. En ese momento, se formó una coalición ecléctica que incluyó derecha e izquierda, ortodoxos y nacionalistas, laicos y árabes.

Los compromisos entre estos partidos fueron frágiles y la coalición tuvo una corta duración. No deja de ser significativo que los legisladores árabes y musulmanes participaron de aquel gobierno con la esperanza de mejorar las partidas presupuestarias vinculadas con programas de acceso a la vivienda para sus representados. Esto es indicativo de cierta confianza, aún pese a grandes contrariedades, en que la institucionalidad democrática constituye una herramienta primordial para la transformación de una sociedad conforme a un imaginario más justo e igualitario.  En todo caso, esto exhibe que un sistema que habilita la sanción de legislación en direcciones que pueden disputarse y revertirse, tanto como reforzarse.

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Entre la política normal y los poetas kahanistas

¿Qué hay de nuevo en el proyecto del Tercer Templo respecto de lo expuesto sobre las Leyes Básicas de 1980, 1992, 1994 y 2018? Si seguimos a autores como Martín Plot, Bruce Ackerman y Richard Rorty, podríamos decir que las Leyes son relevantes por su impacto inmediato como a largo plazo, pero en el fondo, participan de la estructuración histórica del régimen constitucional de 1948. Pese a que podrían considerarse estos episodios como movimientos constitucionales tendientes a instaurar un nuevo orden institucional, no modificaron la matriz de sentido de dicho régimen y fueron integrados a su normalidad.

En cambio, actualmente, el gobierno no solo está alterando la legalidad formal mediante reformas que debilitan la independencia judicial, sino que, como “poetas vigorosos”, siguiendo la recuperación que Plot hace de Rorty, hablan un lenguaje político novedoso. Así, la relación de Shas con Likud es diferente a la de éste con OY y PSR, pues no buscan reparación desde el conservadorismo, sino una mutación de otro orden. Una que inscribiría la tensión entre la democracia y lo étnico señalada por los conceptos de democracia étnica y etnocracia en un régimen teocrático. 

Estos “poetas” emplean una retórica revolucionaria. No sólo no temen confesar sus ambiciones sobre Gaza, Cisjordania y Jerusalén: propenden sustituir la matriz de sentido que ha definido a Israel desde su fundación, basada en una tradición secular, liberal y pluralista, por una nueva identidad constitucional marcada por el autoritarismo y el ultranacionalismo: un proyecto potencialmente mesiánico, cuyo crecimiento sólo puede complicar una eventual reconciliación con los palestinos. 

¿Cómo sería un régimen constitucional del Tercer Templo? Deberíamos anticipar el desdibujamiento de lo israelí como lo conocemos y un reordenamiento de la relación de sus colectivos judíos y no-judíos para con un Estado donde la autoridad cesaría de ser el demos para situarse en una casta semejante al antiguo Sanedrín, que aduciría la interpretación privilegiada de la ley y voluntad divina. ¿Surgirá de este movimiento acaso alguna figura que procure una relación de representación parecida a la del Líder Supremo iraní con su ciudadanía y con los chiítas del mundo? De ser así, ¿un nuevo Sumo Sacerdote, buscaría devenir en una autoridad moral para la diáspora judía?

El único freno interno ante este movimiento revolucionario es el músculo indispensable de la democracia: el pueblo en acción constituyéndose como tal en el espacio público. Sin líderes ni partido, pero plena de voces emergentes, la sociedad civil conmovida acude al llamado del Foro de Familias, que presenta posturas internas heterogéneas. Para muchos de los manifestantes, la vida persiste desde hace casi un año sin ser vida. La democracia permitió a Netanyahu invocar fuerzas que no puede controlar; en las manos de cientos de miles de israelíes reposa la tarea de construcción democrática para liberar la alforja y empezar a cerrar su duelo.