En su discurso en Davos, Javier Milei apuntó de lleno contra lo que llama la agenda "woke", que incluye derechos de los feminismos y del colectivo LGTBQ+. La filósofa Diana Maffía cuestionó los planteos del presidente y señaló que se busca romper ciertas formas de cohesión social, de empatía y de solidaridad. “Fue desconcertante”, manifestó en Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3).
Diana Maffia es una de las máximas referentes del feminismo a nivel nacional, doctora en Filosofía, directora del Observatorio de Género de la Justicia y del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires, es la fundadora de la Red Argentina de Género, Ciencia, Tecnología y de la Asociación de Mujeres en Filosofía. Además, se desempeñó como defensora adjunta del pueblo y como diputada de la Coalición Cívica.
¿Qué balance hacés del discurso del presidente en Davos respecto a los temas de género?
Fue desconcertante, aún para quienes tenemos las peores previsiones sobre lo que el presidente puede decir. En parte porque parecía un discurso fuera de foco, un discurso dirigido a atacar identidades de género, atacar el feminismo, atacar las políticas de derechos humanos. Pero en realidad es un discurso profundamente político y económico, ambas cosas.
La agenda de derecha de Milei y Trump en este momento necesita que tengamos una visión de la sociedad muy estructurada, que rompa con determinados puntos de vista, intuiciones, maneras de conducirnos, de cohesión social, de empatía, de solidaridad, de hacer visibles las las injusticias y las diferencias estructurales y poder tomar medidas para resolver esas diferencias.
Si borramos esas diferencias y vemos solamente individuos como si fueran equivalentes unos a otros, y lo único que hay son transacciones de tipo económico donde todo es mercancía, incluso las personas, y todo es cuantificable, ese punto de vista facilita el plan económico que tienen.
Lo que hacemos desde el feminismo, evidentemente, es una amenaza. Por eso la violencia, la virulencia, la violencia brutal que ejercen colectivos como el movimiento de mujeres y el colectivo LGBTQ+. Contra estos movimientos que han planteado otra forma de vivir en sociedad, otra forma de convivir, otras solidaridades.
Atacan una salud mental, no de internación y droga, atacan una salud mental comunitaria, solidaria, con extensión a la comunidad. Atacan las vejeces como no productivas, atacan las niñeces como no productivas y mercantilizables. Es algo aterrador: la imposición de un modo de ver el mundo y la amenaza que han elegido para ese modo de ver el mundo, lo que llaman agenda "woke".
Pero, en realidad, no es solamente la agenda progresista. Es una agenda que propone otra manera de vernos como sociedad, una sociedad donde no somos individuos aislados, sino que estamos vinculados por montones de aspectos en común, por una historia que también se pretende borrar, por una lengua que también está amenazada, por una violencia sobre las formas de comunicarnos, por la presencialidad del encuentro, el abrazo.
Todo esto está censurado. Las enormes represiones que ha habido al comienzo del gobierno de Milei el año pasado, enormes represiones a las manifestaciones sociales, han sido eficaces. Las personas tienen miedo de ir al espacio público.
Y cuando vemos, por ejemplo, la persistencia de las vejeces en las marchas de los miércoles, que han vuelto a tener esa presencia en Congreso, esa presencia en la calle para hacer un reclamo que va más allá de su interés dual. Es un tipo de reclamo que tiene que ver con la manera de ver la integración de las vejeces en la sociedad, la dignidad, el modo de mantenerse activas, el modo de seguir viviendo, el acceso a la medicación, el acceso a la salud, mucho más allá de lo biológico.
Esta visión exclusivamente biológica de la salud también conspira contra una manera de cumplir aquello que se piensa en una definición más integral de salud. Cuando hablamos de salud como un bienestar, implica que el sujeto define, en parte, qué es la salud: si se siente bien o mal.
Todas las encuestas y estudios de opinión muestran que Milei tiene mucho más votos en los hombres que en las mujeres. Entonces, el problema central electoral que tiene es que es de género. ¿Creés que hay algo especialmente negativo con las mujeres, como respuesta a la falta de respaldo de las mujeres?
Sí, con toda seguridad. Hay que leer ese dato porque es un dato muy elocuente, no solamente con Milei, sino con las posiciones de derecha en general internacionalmente. Cuando pensamos el corte electoral de Milei, es un corte por género y por edad, las dos cosas. La mayoría de sus votantes son varones jóvenes. Y son masculinidades que tienen, seguramente, una posición de resentimiento frente a un discurso muy afirmativo del feminismo.
Los discursos afirmativos, y esto es algo que está en el lenguaje del Gobierno, no están recibidos como una necesidad de reconocer las desigualdades para propender a la igualdad, es decir entender que no hay libertad posible si no hay igualdad. Estos son conceptos básicos de la filosofía política. Es una libertad depredadora, que es lo que está ocurriendo. Es la libertad de quienes más tienen sobre las posibilidades de dominio de los que menos tienen.
Entonces, pensar que el feminismo quiere arrasar con la masculinidad, antagonizar, ocupar su lugar como si fuera un espacio material, pensar que si las mujeres avanzan, los varones tienen que retroceder…
Esto es una vivencia que se ha exaltado, se ha puesto de manifiesto como: "Las mujeres lo que quieren son privilegios". Es decir, las medidas de acción afirmativa están presentadas, redefinidas, como privilegios frente a los varones.
Cuando decimos: "Queremos una mujer en la Corte", nos dicen: "Tienen que llegar por capacidad y no por sexo". Bueno, si estamos en un debate acerca de propuestas en la Corte debatamos también si estamos evaluando por capacidad y no por sexo.
Cuando las mujeres dicen: "Queremos acceder a la representación legislativa" o en su momento, la Ley de Cupo y más recientemente, la paridad. Se dice: “No. Esto es un privilegio, no deberían llegar por el solo hecho de ser mujeres". Entonces, no se reconocen las desigualdades reales, no se reconocen datos, cifras.
Esta mentira descriptiva, esta omisión descriptiva de las desigualdades hace que se redefinan las posiciones del feminismo como de exigencia privilegiada.
Y ahora estamos ante una medida que es siniestra, porque el ministro de Justicia considera que no hay violencia de género. Plantea que el género no tiene nada que ver con la violencia. Que las víctimas de las violencias pueden ser varones, mujeres, trans, de cualquier edad, de cualquier sexo, cualquier condición.
Entonces el 144, que era el número de teléfono para denunciar violencia de género, fue reducido casi a la mitad y además ahora funciona para denunciar cualquier tipo de violencia. Si usted quiere denunciar un caso de violencia en el tránsito, vecinal, o lo que fuere, puede utilizar el mismo número.
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Quiere decir que el personal que estaba especializado en interpretar y en dirigir a las personas a los servicios apropiados ha sido despreciado. Porque, en realidad, lo único que tienen que hacer es considerar la violencia como algo neutral. Y eso va en contra de los datos.
Ahora quieren eliminar la figura de femicidio. En su momento, fue muy debatido hacer ese cambio en el Código Penal para generar una especial penalización por la diferencia de género, por la violencia de género. Pero fue discutido en términos simbólicos, una sociedad que decide considerar que cierto tipo de conductas son inaceptables.
Cuando se define una figura penal, lo que se está definiendo es que esta sociedad no acepta este tipo de conducta y por eso la penaliza. Lo que están sugiriendo es que el femicidio no existe, no hay una especial orientación de la violencia hacia las mujeres.
La misma negativa tienen con el abuso sexual infantil. Esto significa que los niños tengan que volver a depender exclusivamente de la familia, al impedir que se enseñe Educación Sexual Integral. Esto borra el hecho de que el 80% de las denuncias de abuso sexual infantil fueron posibles porque los niños y las niñas recibieron una instrucción en relación con la defensa de su cuerpo, con la posibilidad de negarse a prácticas que los dañaran y que les permitió denunciar.
Y la enorme mayoría de esas denuncias son hacia el ámbito familiar, que es donde ocurren los abusos. Entonces, están entregando esas niñeces a situaciones de abuso con el argumento de que, en realidad, quien abusa es quien educa en Educación Sexual Integral.
Toda esta reversión, esta redefinición es la batalla cultural. Esto es lo que llaman "batalla cultural". Aquellas intuiciones que habíamos logrado, de pensar que ciertos tratamientos son injustos, que hay violencias más allá de la violencia física, que tienen que ver con la violencia institucional, las violencias laborales.
Por ejemplo, el Convenio con la Organización Internacional del Trabajo, el Convenio 190 para eliminar la violencia laboral, está pensado desde una perspectiva de género. Es decir, contempla cómo esas violencias, muchas veces, tienen que ver con un arrasamiento, un acoso, una violencia verbal, un desprecio, una minorización de las mujeres para el desarrollo de su trabajo y de sus profesiones.
Bueno, todos estos datos están siendo borrados, omitidos, no enunciados, no publicados, con el objeto de producir un cambio en la mirada sobre la sociedad. Y ese cambio es hacia una mirada muy cruel de la sociedad, muy violenta, de antagonismos, de competencias. Es decir, “la persona que tengo al lado no es una persona con la que puedo establecer alianzas por mis afinidades, sino que es una persona que compite por los escasos bienes que tenemos disponibles”.
Y luego hay que ver quiénes van a ser beneficiados por este tipo de política, por esta revisión de cómo se define la sociedad y cómo se definen nuestros roles dentro de la sociedad. Quienes son beneficiados no tienen moral alguna. No hay más que ver la asunción de Trump y los empresarios en primera fila, que habían sido sus enemigos y ahora son sus incondicionales socios. Porque el único argumento es la acumulación de riqueza.
Una acumulación que ya resulta obscena e irracional, realmente. En esta primera fila, tenemos el equivalente a las deudas externas de países. Las fortunas de estos cuatro empresarios podrían saldar la deuda externa de varios países. Es decir, emanciparlos de la dependencia económica. Eso es obsceno.
Es dinero que ya no pueden gastar en su vida. Es un tipo de competencia que es difícil de entender. Hay algo allí…sentidos que tendríamos que buscar mucho más allá de la descripción económica. Sentidos subjetivos, como muchas veces en tus análisis invitás a que veamos, esas raíces de subjetividad, esas raíces de emocionalidad que demandan conductas que son conductas lesivas para el resto.
Me interesa hacer una reflexión sobre el impacto que puede tener la “discriminación positiva. En Estados Unidos, se llevaron adelante una serie de políticas como, por ejemplo, obligar a los colegios a tener un porcentaje de estudiantes afroamericanos. Es decir, que la discriminación positiva ayudó a la integración.
¿Cómo pensás esta cuestión en relación al tema de que haya una cierta cantidad de mujeres en la Corte o respecto del cupo femenino en el Congreso? Estas medidas cumplen un papel de puente, para que en determinado momento ya no sean más necesarias…
Efectivamente, son políticas humanistas. Y el ejemplo que mencionás es el más elocuente. En ese caso tenía que ver con el apartheid, con la división racial, con las diferencias en el tratamiento y en el acceso a los bienes públicos de la población afroamericana.
Entonces, es la poibilidad de generar una medida de acción afirmativa, una medida de discriminación positiva que, como dice nuestra Constitución, no se considera discriminación en un sentido lesivo.
El concepto de discriminación tiene que ver, en primer lugar, con distinguir. Discriminamos, es decir, distinguimos cómo están en la sociedad varones y mujeres, afrodescendientes y personas blancas o personas indígenas. Distinguimos.
Y un segundo movimiento de discriminar tiene que ver con jerarquizar eso que se distinguió. Una cosa es distinguir el color de piel y otra cosa es decir que hay uno superior al otro. Una cosa es distinguir cuántos varones y cuántas mujeres hay en la justicia y otra cosa es decir: “Los varones son superiores y por eso tienen acceso”.
Las medidas de acción afirmativa, en primer lugar, nunca se piensan como definitivas. Se piensan como medidas para alcanzar la igualdad. Ahora, el problema es que, en general, como el sistema es un sistema con diferencias estructurales muy marcadas, tiende a su estado anterior, tiende a la reafirmación de la desigualdad.
Por ejemplo, cuando se promulgó la Ley de Cupo en la década del 90, todos los partidos políticos presentaron sus listas poniendo el 30% de mujeres al final de la lista. Lo que se pensó fue cómo minimizar el acceso de las mujeres.
Bueno, ¿tenemos la obligación de poner mujeres? Todos van a decir que sí y lo van a votar, como se votan muchas cosas en el Congreso. Por ejemplo, las leyes que ahora están en riesgo. Como la Ley de Diversidad de Género, que están pensando en derogarla. Todos aquellos que la votaron, muchos de los cuales siguen estando en sus bancas, ¿van a decir algo o van a votar calladamente, como le han votado tantas cosas a este gobierno?
Estas medidas de acción afirmativa, como por ejemplo los cupos en el acceso al trabajo, el cupo para discapacidad o el cupo pensado para la integración de personas LGBT en el ámbito laboral están destinadas a que haya una primera movida de integración. Hasta que luego eso se naturalice y no se considere relevante que alguien sea varón o mujer, blanco, negro o que tenga una discapacidad o no la tenga, cuando tiene las condiciones para realizar un trabajo.
Cuando esa sensibilidad social, ese habitus, haya cambiado, ya no tendrá sentido esa ley de acción afirmativa. Pero estamos en una sociedad que se propone negar la desigualdad, no porque haya desaparecido, las cifras son muy elocuentes. Hay estadísticas de todos lados, nacionales e internacionales.
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El Gobierno se queja de las intervenciones de los organismos de derechos humanos, que justamente están para controlar. Por ejemplo, Naciones Unidas o la OEA están para controlar que aquellos pactos que el país firmó se cumplan.
Negar esos derechos, negarlos desde el propio Gobierno, es un retroceso. En la cultura de los derechos humanos hay un principio que es el de no regresividad. Vos podés decir: “Estamos en una condición económica en la que no vamos a avanzar, por ejemplo, en los subsidios sociales”. Pero no puede haber regresividad. No podés retroceder y sacarle subsidio a un montón de gente. Y es lo que están haciendo.
Entonces, cuando estamos en una negación de aquello que ya se había acordado y convenido, viene la acusación de que son todos organismos comunistas, socialistas, que es un desborde que el presidente hizo en su primer discurso en Davos el año pasado.
Se plantea que todo aquello que busca la promoción de los grupos más desaventajados en la sociedad, en realidad, le está sacando a aquellos que son proactivos para generar riqueza para darle a quienes no lo son. Parte de la idea de que la riqueza se genera de manera individual, y que si te va mal y fracasás también es una responsabilidad individual.
Entonces el Estado desaparece y no hay políticas sociales para restaurar esas desigualdades que son muy elocuentes, ya certificadas, y sin embargo son negadas en el discurso para generar este cambio, esta batalla cultural.
Lo que dicen es: “Miremos la sociedad de otra manera. Miremosla como fuertes contra débiles, donde los fuertes tienen que ganar”. Un darwinismo social que es propio de mediados del siglo pasado, de la década del 50. Un darwinismo social que vuelve, en parte por este resentimiento, esta manera de no adecuarse.
Y ahí creo que hay reflexiones que hacer, sobre cambios necesarios en la masculinidad, en el acompañamiento a esos varones jóvenes tan frustrados por no encajar en el tipo de medidas que se estaban promoviendo.
Y porque, en situaciones donde hay desocupación —yo escuchaba el reporte anterior: casi un 20% de retroceso en la industria de la construcción—, implica que el eslabón más bajo de la cadena, que son los albañiles, se quedan sin trabajo.
Un varón sin trabajo, con el mandato patriarcal de ser el sostén económico del hogar, es un varón violento. Es un varón que restaura su masculinidad a través de la violencia. Son varones que no encuentran sus espacios sociales porque no se les han construido y no se les van a construir. Lo único que se les da son espacios de violencia verbal, que se va a expresar en violencia física.
Claramente, la invitación del presidente es una invitación obscena. Obscena en el sentido etimológico: obscena, en el sentido de lo que no debería ser expresado y no debería ser mostrado. Ese resentimiento, esa violencia, y ese señalamiento de cuáles son los sujetos a destruir, a perseguir dentro de la sociedad.
Y quiero decir que, ante el discurso homofóbico tan profundo que tiene el presidente, ese discurso contra la comunidad LGBTI+, la clase política ha quedado silenciada. Solamente Esteban Paulón, un diputado socialista, hizo una denuncia de lo que implicaba esto como violencia, como retroceso en los derechos humanos y como amenaza. Es claramente amenazante.
Entonces, si antes había una actitud de integración, una actitud de reconocimiento, ahora lo que hay es un señalamiento de quiénes van a ser perseguidos y quiénes van a ser eliminados de las oportunidades sociales.
Yo creo que es un proyecto, un programa de crueldad. ¿Qué le podemos oponer a un programa de crueldad? Hay que oponerle un programa constructivo, esperanzado. No veo a los partidos políticos en condiciones de hacer eso porque sus liderazgos están cuestionados.
No hay dónde volver. Yo creo que esta es la sensación de perplejidad, de incertidumbre y de orfandad más grande que tiene la sociedad. No hay una fuerza política contrastando con esta propuesta de tanta crueldad a la cual volver para reunirse, para juntarse.
Entonces, me parece que son momentos de crear ese piso mínimo, de volver a crear comunidad. Volver a crear comunidad y crearla con los valores que creemos que la sociedad tiene que tener. Porque estar atajando todo el tiempo estas violencias nos pone en una incapacidad sistemática de reunirnos, organizarnos, planear, reflexionar.
No hay tiempos reflexivos. Y la verdad es que sin tiempos reflexivos no hay construcción política posible.
MC