Francisco transformó un mensaje cristiano y simple en una referencia mundial en tiempos en los que el mundo parecía haber perdido la brújula: abrazar al otro, amar al prójimo, al distinto. Francisco fue un papa fuera de serie, pero porque volvió a lo más clásico del cristianismo, aquella frase que reza que Dios en realidad es amor.
Antes de reparar en el enorme impacto internacional del papado de Francisco, vamos a comenzar la columna de hoy con Oración del remanso interpretado por la Trova Rosarina.
Primer papa latinoamericano, primer jesuita en la silla de San Pedro, y sobre todo, el primer Pontífice del siglo XXI que comprendió que el poder de Roma ya no estaba en los palacios sino en el gesto.
Su papado, iniciado en 2013, representó una reconfiguración geopolítica del catolicismo. Al elegir el nombre de Francisco –en honor al santo de los pobres– y al declinar los ornamentos vaticanos más ostentosos, marcó un giro simbólico desde la pompa europea hacia las periferias.
Francisco convirtió la palabra “periferia” en una categoría teológica. No fue sólo una idea: fue una praxis. Visitó los márgenes del mundo –del Congo a Lampedusa, de Myanmar a Irak– y desde allí habló.
No para confirmar dogmas de la Iglesia, no para contener a los católicos en cada lugar. Francisco le hablaba a todos los credos, a los agnósticos y a los ateos.
Su mensaje de amor, paz, encuentro y compromiso con el sufrimiento humano trascendió las fronteras religiosas. Fue en ese sentido, un líder espiritual y mundial muy amplio.
En una entrevista que le hice hace dos años y medio él habló sobre su preocupación por los múltiples conflictos bélicos que existían en el planeta, en este caso con una visión bastante anticipada.
En ese momento dijo: “Estamos viviendo la tercera guerra mundial a pedacitos”. Y agregó: “Hay guerras por todos lados, nunca se dejó de pelear desde que terminó la Segunda Guerra Mundial”.
“La industria que más produce es la de las armas. Con un año que no se produzcan armas se acaba el hambre en el mundo”, señaló.
Valdría también, salvando las gigantescas distancias, con la frase que él dijo respecto del gas pimienta que se le tiraba a los abuelos. Hay un policía que gaseó a una nena de diez años que además fue ascendido por Patricia Bullrich para conducir los operativos.
Yo le vengo pidiendo a la revista Noticias que quiero identificar a ese policía, pero también le pido a todos los periodistas, sería muy interesante confirmar si este policía fue ascendido por Patricia Bullrich para ser quien conduce los operativos de represión, por ejemplo a los jubilados.
Y ahí fue cuando el papa Francisco cuestionó que se gastara dinero en el más costoso de los gases pimienta, ya que solamente uno de esos cartuchos que se tiran con gas lacrimógeno cuesta 200 mil pesos.
Francisco comprendió mejor que nadie el lenguaje de la época: no era un doctrinario, sino un hábil comunicador global. En un mundo saturado de discursos, optó por el gesto: lavar los pies a migrantes, recibir a la comunidad LGBT, abrazar a víctimas de abuso.
Volviendo a los conflictos bélicos, los gestos y lo simbólico en Francisco no era un fin en sí mismo. Buscó siempre utilizarlos para generar encuentros y fomentar la paz.
En 2013, apenas unos meses después de su elección, Francisco encabezó una jornada mundial de ayuno y oración por la paz en Siria. Aunque pueda sonar meramente litúrgico, ese gesto tuvo consecuencias diplomáticas: coincidió con un momento en que Estados Unidos evaluaba una intervención militar tras el uso de armas químicas por parte del régimen de Assad.
El llamado del papa, junto con la presión de otros actores internacionales, ayudó a enfriar la escalada. Fue la primera gran prueba de su diplomacia espiritual: sin ejércitos, pero con una autoridad moral global.
Yo recuerdo que Stalin preguntaba cuántos regimientos tenía el papa en la Segunda Guerra Mundial con esa mirada miope del materialismo.
En 2017, Francisco viajó a Myanmar en plena crisis humanitaria por la persecución de la minoría musulmana rohinyá. En un gesto calculado, evitó nombrar directamente a los rohinyás mientras estaba en suelo birmano, para no poner en riesgo a los católicos locales, pero sí lo hizo con firmeza días después, en Bangladesh, donde se reunió con víctimas del genocidio.
Su presencia, la condena diplomática y la presión sobre la comunidad internacional sirvieron para visibilizar un drama que hasta entonces se debatía exclusivamente en sordina.
Francisco se obsesionó con este conflicto olvidado. En 2019, convocó a los líderes enfrentados del país africano a un retiro espiritual en el Vaticano. En un gesto inesperado —y profundamente político— les besó los pies suplicándoles que no llevaran a su pueblo a la guerra.
Una escena bíblica y brutal que detuvo, al menos momentáneamente, la reanudación del conflicto. Fue una de las pocas veces en la historia moderna donde un jefe de Estado religioso intervino directamente en un proceso de reconciliación sin el amparo de ningún organismo multilateral.
Desde 2022, Francisco mantuvo una línea diplomática activa frente a la invasión rusa. Evitó tácticamente nombrar a Putin en sus primeras declaraciones, lo que le valió críticas en Occidente, pero abrió canales de negociación paralelos para facilitar intercambios de prisioneros, corredores humanitarios y gestos de distensión.
La diplomacia vaticana, bajo su conducción, mantuvo interlocución tanto con Moscú como con Kiev, cuando casi ningún actor global podía hablar con ambos.
Durante el Covid-19, Francisco fue una de las voces más firmes contra las tendencias egoístas de ciertos países. Denunció el acaparamiento por parte de los países ricos, impulsó el alivio de patentes y llamó a una distribución equitativa.
Además, movilizó recursos del Vaticano para la asistencia directa en zonas pobres, con ayuda médica y alimentaria. En un momento donde las instituciones internacionales estaban paralizadas, el papa habló en nombre de los que no tenían voz en Davos.
El papa a su vez tenía su propia visión de lo que debía ser un mundo multipolar, pacífico e integrado. En el reportaje que mencionamos previamente también dió interesante una definición sobre este punto: “Me lo imagino, no como una uniformidad, sino como la riqueza de cada país, de cada pueblo y cada continente intercambiandose”.
Puertas adentro, sacudió la curia romana como pocos se atrevieron. Avanzó con reformas en las finanzas del Vaticano, tocó intereses históricos del IOR –el banco vaticano–, e intentó limpiar una estructura corroída por décadas de escándalos.
Su apuesta por una Iglesia “en salida”, más horizontal y menos burocrática, no siempre fue bien recibida. La resistencia interna –especialmente en sectores conservadores de Estados Unidos y Europa– fue feroz.
En estos momentos, se está viralizando por internet, una respuesta que Francisco me dio en el mismo reportaje sobre su posición con respecto a la homosexualidad, algo que significó una importante apertura en el catolicismo.
En la entrevista habló contra la criminalización de la homosexualidad y dijo: “Si una persona es homsexual y busca a Dios, ¿quién quien soy yo para juzgarla?“
Además agregó: “Todos son hijos de Dios y cada uno busca a Dios y lo encuentra por el camino que puede”.
Por otro lado, tenía una visión crítica del capitalismo financiero contemporáneo, en el que las máximas ganancias del sistema financiero y la sideral concentración de riqueza son una constante.
“Se puede dialogar muy bien con la economía y lograr pasos de entendimiento y fórmulas que van bien. En cambio, no se puede dialogar bien con las finanzas”, afirmó en la entrevista.
“Una cosa es moverse en el mundo de la economía y otra cosa es moverse en el mundo de las finanzas, que tiene otras reglas y hay que ir con otro tipo de cautelas”, dijo.
Bueno, quizás ahí encontremos parte de la explicación de por qué Milei y Santiago Caputo, sin decirlo, consideraban al papa como el representante del diablo en la Tierra. O sea, del diablo para las finanzas, obviamente.
En clave internacional, fue un papa multipolar. Promovió una diplomacia del encuentro, apostó por el multilateralismo cuando el mundo giraba hacia los nacionalismos de extrema derecha, y tejió puentes con el islam moderado y el judaísmo, pero también con China, en una jugada de muy largo alcance.
Su último visitante, curiosamente, fue el vicepresidente estadounidense J.D Vance, toda una paradoja de la historia. El papa hasta el último momento de su vida, abrazó al diferente, a quien no pensaba como él. Sin embargo, no dejó de hacerle señalamientos a la hostilidad de la política migratoria de la administración Trump.
Hay quienes lo señalaron como un papa peronista o progresista. El papa fue cristiano, profundamente cristiano. Del Cristo del perdón, del Cristo del amor al prójimo y del Cristo preocupado por los que sufren y están excluidos, pero que se puede sentar con los poderosos y encontrar del otro lado unos y otros.
El papa también fue un paraguas, un contrapeso a los líderes de extrema derecha que proliferan y a su tendencia deshumanizante. Un humanista en un mundo que se vuelve cada vez más cruel con las personas y la naturaleza.
Los miles de millones que lo seguimos, deberemos intentar aprender de su mensaje y anteponer el amor y la comprensión al creciente desencuentro y polarización que están en auge en el mundo. Ojalá el nuevo papa, pueda encontrar la manera de continuar su tarea de paz y encuentro.
MC/ff