La inminencia de un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional se ha convertido en el eje de un fuerte debate económico y político entre el presidente Javier Milei, y la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, quienes reflejan visiones opuestas desde el punto de vista de la teoría económica.
Mientras el Presidente defiende el acuerdo como parte de su estrategia para combatir la inflación y sanear el balance del Banco Central, la ex mandataria lo acusa de seguir los pasos de Mauricio Macri, comprometiendo al país con una deuda externa más costosa que la actual e hipotecando la soberanía del país.
Argentina parece por momentos atrapada en un eterno péndulo que va de un extremo a otro, donde políticas económicas opuestas se suceden una a otra sin permitir un desarrollo estratégico que permita superar los problemas estructurales. Un eterno retorno, como decía Friedrich Nietzsche, de crisis generadas por modelos antagónicos. Por eso, abrimos esta columna de Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3) con “El eterno retorno”, de BBS Paranoicos.
Javier Milei defendió su plan económico y apuntó a los polítcos por "el saqueo vía el Banco Central"
Veamos primero cómo el ministro de Economía, Luis Caputo, anunciaba el acuerdo el pasado 6 de marzo en el sexto Foro de Inversiones y Negocios. “Va a haber un acuerdo para el primer cuatrimestre. Jamás el Fondo pidió una devaluación, va a haber fondos frescos para recapiltalizar los activos del Banco Central”, aseguró el ministro, y agregó: “No va a implicar un aumento de la deuda bruta porque el Tesoro va a recomprar deuda con esos fondos”.
Desde una columna de opinión publicada el pasado sábado en La Nación, el presidente Javier Milei justificó el acuerdo como un mecanismo para recomponer el patrimonio del Banco Central sin aumentar la deuda bruta del país, porque con la nueva deuda internacional saldará deuda del Tesoro con el Banco Central.
Además, el Presidente defendió su política económica asegurando que ha logrado frenar la emisión monetaria y cortar el déficit fiscal, factores que, según su visión, fueron los causantes del deterioro inflacionario en las últimas décadas.
Pero quienes critican el nuevo acuerdo advierten la enorme diferencia que representa una deuda interna sin valor de mercado del Tesoro con el Banco Central y una deuda con un organismo internacional, en dólares y a una tasa mayor. Y cuestionan que la estabilidad económica lograda por el Presidente pueda ser sostenida a largo plazo dependiendo de determinadas circunstancias.
También sostienen que el Gobierno enfrenta un panorama económico turbulento y que, lejos de tomar deuda para solidificar un plan estructural, busca en realidad controlar el tipo de cambio para ganar tiempo hasta las elecciones de medio término.
El arranque de 2025 ha estado marcado por incertidumbre en los mercados argentinos. Por ejemplo, el Merval cayó un 15% en dólares en los primeros dos meses del año, mientras que el riesgo país subió de 610 a 692 puntos básicos, alcanzando un pico de 780. Mucho de esto también tiene que ver con la llegada de Donald Trump al gobierno de Estados Unidos y las irrupciones en el comercio internacional que está produciendo.
Además, por octavo mes consecutivo ingresaron menos dólares de los que salieron debido a pagos de intereses, balanza comercial y turismo en el exterior. El Banco Central viene vendiendo reservas para "controlar" la cotización de los dólares alternativos como el MEP, y el contado con liquidación.
Incluso economistas muy cercanos al Gobierno, como el ex ministro de Economía, Domingo Cavallo, han alertado por el atraso cambiario. Pero sin dudas la voz más resonante contra este nuevo acuerdo ha sido la de la ex presidenta, Cristina Kirchner, que representa una visión económica opuesta a la del líder libertario.


Es llamativo que hace dos años Milei hacía una crítica a Alberto Fernández muy similar a la que Cristina Kirchner le hace a él ahora, cuando el gobierno anterior llevó al Congreso la propuesta de renegociación de la deuda. Como dato curioso, en aquella ocasión, Milei estaba en contra del acuerdo al igual que Máximo Kirchner.
Vamos a analizar lo qué decía Milei hace dos años cuando era diputado, entrevistado en LN+. “El FMI es una institución perversa porque cuando un país está a punto de explotar, pone la guita y permite tirar el ajuste para adelante”, declaró en ese momento.
Es francamente vergonzoso escuchar esto en el contexto actual. Es la idea de que el pasado se construye en el futuro porque es el futuro el que le da sentido. Aquello que él decía podía parecer honesto en la medida en la que se mantuviese con el paso del tiempo. Al ver una posición tan opuesta en la actualidad, deja de manera clara una inconsistencia.
La declaración además es interesante porque Milei en ese momento se opuso a la existencia del FMI como una cuestión de principios para los libertarios, pero desde un extremo opuesto lo hizo junto al kirchnerismo.
Milei no critica la pérdida de soberanía, al contrario, critica al FMI por ser una institución que interviene alterando las leyes del libre mercado entre naciones, “salvando” a los gobiernos de sus crisis económicas. Pero este enfoque no parece ser muy liberal desde el punto de vista económico. El financiamiento es un mecanismo básico en el capitalismo moderno, ya que permite la utilización de capital pasivo para el desarrollo de proyectos que generarán riqueza a largo o mediano plazo, es decir que trae el futuro al presente.
Cuando entrevisté en mi programa de entrevistas de los domingos, Periodismo Puro, al prestigioso economista y premio nobel de Economía Joseph Stiglitz sobre esta cuestión, defendió una visión opuesta a la del actual presidente. Vale mencionar que Stiglitz fue el más crítico del Fondo Monetario Internacional.
“El mundo necesita una institución como el FMI. Si no existiera, lo reinventaríamos. La pregunta es si puede reformar la institución. Permítanme compartir mi optimismo de que puede deberse, en parte, a que ese optimismo se basa en el hecho de que ha cambiado drásticamente en la última década”, expresó el economista.
“Obviamente, hay mucho más espacio, muchos más cambios que me gustaría ver. Me preocupa si se conservarán los cambios que ya he visto. Hay lo que podrían llamarse fuerzas reincidentes a las que les gustaría que el FMI volviera al viejo FMI para restablecer la austeridad. Esto es parte del debate político global, tengo esperanzas”, agregó en Periodismo Puro.
La rockstar que destrabó el acuerdo del FMI y Argentina
Finalmente, el problema no es la deuda externa en sí, ni la existencia del Fondo Monetario como tal, sino cómo y para qué se toma esa deuda y los términos del acuerdo entre el acreedor y el deudor. Nuestro país tiene la tradición de rebotar de un extremo a otro entre políticas económicas opuestas.
El economista Marcelo Diamand describió esta dinámica en un célebre ensayo de 1983, “El péndulo argentino: ¿Hasta cuándo?”. En él, analizó la recurrencia de crisis económicas en Argentina debido a la alternancia entre dos modelos. El primero, “expansionista” o “popular”, promueve el desarrollo industrial mediante subsidios, el consumo interno y la distribución del ingreso, pero enfrenta escasez de divisas, inflación y crisis externas por falta de dólares. Esto genera un agotamiento y desprestigio que da paso luego a un segundo modelo, “ortodoxo-liberal”, que prioriza reducir el déficit y la apertura hacia los mercados, pero genera endeudamiento, pérdida de poder adquisitivo y desempleo, lo que provoca descontento social y protestas.
Según Diamand, al estar la sociedad más o menos dividida en mitades, ningún modelo logra ser suficientemente fuerte. Los opuestos se bloquean en una suerte de empate hegemónico, y este ciclo se repite, con cada alternativa colapsando y dando paso a la otra, perpetuando la inestabilidad económica y política del país. Lo mismo era el empate hegemónico de Portantiero desde una perspectiva de la sociología.
Veamos algunos de estos movimientos pendulares en lo que respecta a la deuda externa argentina, y fundamentalmente la relacionada con el FMI para darle sustento a esta idea del eterno retorno de lo mismo.
La última dictadura militar, además de cercenar los derechos civiles y políticos de la población, aumentó sideralmente la deuda externa. Alfonsín, con el retorno de la democracia, criticó las imposiciones del FMI sobre la política económica de la Argentina. En 1984, en su primer año completo como presidente tras asumir el 10 de diciembre de 1983, dijo: “No vamos a aceptar el ajuste que propone el FMI”. “Nos habíamos endeudado para destruirnos. Importábamos productos que fabricábamos, cerramos las fábricas y nos endeudamos”, sostuvo. Impecable Alfonsín, como siempre.
Mientras que, en los noventa, el menemismo aplicó una política liberal de apertura al mercado y un plan de convertibilidad que generó estabilidad cambiaria durante un primer período, pero que fue sostenida por un enorme endeudamiento y, en menor medida, por los ingresos que vinieron por la privatización de empresas públicas en lo llamado “vender las joyas de la abuela”.
En 1991, Carlos Menem anunció un nuevo acuerdo con el FMI, el Plan Brady, dos años después de que el presidente Alfonsín dejara el gobierno. “Hemos decidido ofrecer a los bancos comerciales el inicio de las negociaciones de un Plan Brady para nuestra deuda externa en la última semana de enero de 1992”, informó Menem.
En ese momento, el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, se refirió al presidente del organismo y dijo: “Estamos muy satisfechos por esta decisión del Sr. (Michel) Camdessus de proponer al directorio del FMI una cifra global de desembolsos que era la que Argentina venía solicitando”. “Supone un desembolso total de 3.609 millones de dólares”, especificó Cavallo. También queda clara la inflación en dólares, de 3.000 a 30.000. Que lejos quedan esos 3.000 millones de dólares de hace más de 30 años.

El plan de convertibilidad se mantuvo más de lo que la economía argentina podía aguantar con su escasez de divisas, y junto con las políticas de austeridad impuestas por los organismos externos y los gobiernos de La Alianza, los que vinieron después, tuvieron que atravesar la crisis que condujo a la salida de la convertibilidad entre 2001 y 2002.
Tras el estallido popular, el Estado llegó al extremo de suspender completamente el pago de la deuda externa. Eso fue anunciado en esa fatídica semana en la que la Argentina tuvo varios presidentes. Uno de ellos, Adolfo Rodríguez Saá, lo anunció durante su fugaz paso por el sillón de Rivadavia. “El Estado argentino suspenderá el pago de la deuda externa. Vamos a tomar el toro por las astas”, dijo, y fue aplaudido como si fuera una heroicidad. Es interesante en un sentido y en el otro lo de Menem y Rodríguez Saá. Lo que hubo en aquella época fue un tono cuyano.
Tras el estallido de la convertibilidad y la devaluación, la economía comenzó a recuperarse poco a poco. El gobierno de Néstor Kirchner, favorecido por los superávits gemelos (fiscal y comercial) que le dejó Duhalde y la eficaz conducción económica de Lavagna, producto de precios extraordinarios de las materias primas a nivel internacional, aprovechó para saldar completamente la deuda con el FMI e impulsar una política de subsidios. Cristina Kirchner diría luego que fueron “pagadores seriales” de la deuda externa.
Sin embargo, como anticipó Diamand en su ensayo sobre el péndulo argentino, el modelo kirchnerista mostró signos de agotamiento luego de un periodo al no generar transformaciones estructurales que aumenten la productividad y multipliquen la generación de divisas.
Juntos por el Cambio representó un nuevo impulso del péndulo en el sentido opuesto hacia la ortodoxia, comenzando con una apertura hacia los mercados, la liberación del cepo y el avance de algunas reformas estatales y comerciales. Pero también encontró límites a su programa con fuertes movilizaciones contra la reforma jubilatoria, y tuvo que acudir al FMI para financiarse, multiplicando nuevamente la deuda externa del país.
En 2018, cuando comienza el ciclo de caída de Macri, Javier Milei criticó muy duramente este nuevo endeudamiento que llevó a la salida de Luis Toto Caputo -el actual ministro de economía y por entonces presidente del Banco Central- del gobierno de Mauricio Macri. “Caputo se fumó 15 mil millones de dólares de las reservas irresponsablemente”, dijo Milei sobre su actual funcionario.
Si bien es correcto que hay que colocar las opiniones dentro de un contexto y que, a lo largo del tiempo, todo el mundo tiene contradicciones si son sacadas de contexto, las opiniones de Javier Milei no resisten ningún análisis: son de un extremo al otro.
Endeudarse puede ser una herramienta útil para el crecimiento económico si los fondos se utilizan estratégicamente. Por ejemplo, para la construcción de la industria. Como decía Alfonsín, así México creó su industria petrolera y Brasil construyó su industria en 10 años, algo que a la Argentina le llevó 80. También se puede utilizar para la inversión en infraestructura, desarrollo productivo o incluso para el saneamiento de pasivos que generan distorsiones en la economía.
El problema surge cuando la deuda se destina a financiar déficits estructurales sin una estrategia clara de desarrollo que permita un crecimiento económico sostenible que luego permita pagar esa deuda. O peor aún: cuando se quema ese dinero a corto plazo simplemente por una especulación electoral, porque las elecciones pasan, pero la deuda cae sobre las espaldas de las futuras generaciones.
Deuda con el FMI para cancelar deuda con el BCRA
El filósofo alemán, Friedrich Nietzsche, habló sobre el eterno retorno de lo mismo en “Así habló Zaratustra”, un concepto complejo. Probablemente, una de las explicaciones más simples y contundentes sobre este punto nodal de la filosofía moderna fue en la película “El día que Nietzsche lloró”, una adaptación de la novela homónima del psiquiatra y escritor estadounidense Irvin D. Yalom.
“Todos los dolores, las alegrías, las cosas grandes y pequeñas que haya en su vida se repetirán en la misma sucesión, una y otra vez”, dice uno de los personajes en una escena sobre el eterno retorno.
O sea, somos un hámster en una rueda o lo que Nietzsche le hizo decir a Zaratustra -”Lo que fue, eso será. Y lo que se hizo, eso se hará. No hay nada nuevo bajo el sol”- o esa frase que se dice sobre que si uno se va de Argentina una semana parece que ha cambiado todo, pero si se va diez años y vuelve, parece que no ha cambiado nada. Otra vez, el Fondo Monetario Internacional es un tema crucial de la agenda argentina, como repetidas veces desde hace 50 años.
Argentina está atrapada en una suerte de eterno retorno de lo mismo en el que todo cambia para que nada cambie, como el famoso gatopardo. Los modelos antagónicos se suceden unos a otros, pero el problema estructural sigue intacto. Se sobreactuan las acusaciones de unos a otros, se construyen caricaturas del adversario político en la que se llevan al paroxismo sus posiciones, pero esto solo alcanza para ganar elecciones, no para transformar la matriz productiva del país que hace que tengamos menos dólares de los que necesita el país para que funcione.
Según Milei el problema del país es la inflación y según Cristina Kirchner, es el endeudamiento y la economía bimonetaria. En realidad, ambos son consecuencias y no causas. La causa es que el entramado productivo del país es insuficiente para sostener la sociedad argentina, en cuanto a sus puestos de trabajo y a la generación de divisas para financiar la salud, educación y las infraestructuras necesarias.
El verdadero desafío sigue siendo romper para siempre con esta dinámica pendular que, como señaló Marcelo Diamand hace más de 40 años, impide la consolidación de un modelo económico sostenible. Sin reformas estructurales que promuevan el desarrollo productivo y la generación de divisas, Argentina continuará dependiendo del crédito externo para tapar déficits, de la aparición de la soja o el litio -elementos que pueden tener momentos de precios altos y luego caídas- o repitiendo ciclos de endeudamiento y ajuste que terminan afectando a la sociedad en su conjunto.
La clave no radica en rechazar o aceptar la deuda per se, sino en evaluar cómo y para qué se contrae. Si se recurre a ella solo para mantener una estabilidad ficticia o ganar tiempo político, el país se encontrará nuevamente en una encrucijada económica en poco tiempo.
El caso argentino demuestra que no basta con tomar medidas coyunturales para salir de una crisis; es imprescindible construir consensos sobre un modelo de desarrollo que trascienda los gobiernos de turno. Sin una hoja de ruta clara y sostenida en el tiempo, cualquier nuevo acuerdo con el FMI será solo un capítulo más en la historia de un país atrapado en su propio péndulo. Esa es la única manera de salir del hechizo del demonio que utilizó Nietzsche para su metáfora del eterno retorno.
Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi y Facundo Maceira.
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