El conflicto latente que amenazó con radicalizarse desde el seno de los productores rurales argentinos obligó al gobierno de Javier Milei a bajar las retenciones parcialmente. En la soja, pasaron del 33 al 26%. Para analizar esta contradicción que tiene el Gobierno con el sector más competitivo de la economía argentina y su importancia para el desarrollo del país, decidimos abrir esta columna de Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3) con Soy sembrador argentino, de Horacio Guarany.
Un país, independientemente del sistema político y económico al que adhiera, se debería forjar con algún grado de homogeneización de los intereses de la mayoría de la sociedad. Es decir, cada sector y cada individuo, renuncia a una parte de sus beneficios por el interés común para que haya una sociedad. Uno de los padres de la sociología, Emilie Durkheim, llamó a este concepto “solidaridad orgánica”. Es decir, es la noción de que somos todos órganos de un cuerpo social mayor y que, si bien tenemos una vida propia, no tenemos una vida independiente del cuerpo. Si el cuerpo se desintegra, todos morimos. Por esta razón, por la necesidad de la interdependencia, somos solidarios unos con otros, aceptamos relegar algo de nuestro beneficio, como la famosa frase “la libertad de uno comienza donde termina la de otro”, y la comodidad en beneficio del conjunto.
Hay otras formas de entender el mundo que van en contra de esta noción de Durkheim, que es la marxista, particularmente en su versión estalinista, y la liberal libertaria, como la que profesa nuestro Presidente. En la primera, la sociedad está dividida en clases irreconciliables y solo a través de una derrota de una clase sobre otra, puede haber un Estado y una sociedad. La segunda implica que la sociedad está dividida en individuos que compiten entre sí, y en esta libre competencia, la búsqueda egoísta del interés común se armoniza y genera la necesidad de un Estado y armoniosamente se genera una sociedad. Dos utopías.
Estas nociones de fondo, muchas veces, modelan la manera en la que entendemos el mundo y hace que los conflictos políticos puntuales se vuelvan más difíciles de encarar. La relación entre el Gobierno y el campo, es decir, entre quienes producen el alimento sin el cual no se puede vivir, siempre fue tensa. A lo largo de la historia, esta tensión se ha producido en los distintos regímenes y modelos políticos económicos.
Probablemente, uno de los momentos más terribles de esta en la historia de la humanidad fue la colectivización forzosa de Stalin en la Rusia de los años treinta. Con la presentación del primer Plan Quinquenal, Stalin dio comienzo a la construcción del socialismo, dedicado a desarrollar la industria pesada y a colectivizar la agricultura. “Todo para el país, nada para el individuo”.
Así, los agricultores se vieron obligados a formar granjas de explotación colectiva dirigidas por el Estado y denominadas “koljoses”. La colectivización invirtió la política de Lenin que animaba a los agricultores a tomar posesión de las propiedades de los terratenientes. Con la colectivización, Stalin les arrebató las tierras nuevamente. Los agricultores fueron declarados enemigos del pueblo, y muchos de ellos fueron deportados o ejecutados. La guerra contra los campesinos duró varios años y más de 4 millones de personas murieron de hambre.
No solamente Stalin llevó a su pueblo a la hambruna. También lo hizo Mao con la colectivización forzosa del campo. A lo largo de la historia de la humanidad, estas historias de colectivización siempre condujeron a un fin opuesto al buscado.
Cómo quedan las retenciones al campo tras la rebaja temporal anunciada por Caputo
Para analizar las implicancias que puede tener la manera libertaria de ver la sociedad en la discusión que el gobierno de Javier Milei y el actual conflicto con el Campo, vamos a desarrollar algunos conceptos.
En economía existe un concepto llamado la curva de Laffer. Según este concepto, la mayor cantidad de dinero que un gobierno puede recaudar con impuestos se genera a través de un equilibrio, mediante el cual, con un impuesto razonable se recauda más y cuando el impuesto es demasiado alto, se puede generar el efecto contrario y recaudar menos.
Es decir, si a una determinada actividad económica, o a los ciudadanos mismos, se les cobra un impuesto que sea razonable, que puedan pagar y, podemos agregar, del cual haya convencido sobre su importancia para las cuentas públicas y la solidaridad estructural de una sociedad, el gobierno podrá tener una buena recaudación.
Ahora, si me paso con la carga impositiva, hay un momento de la curva en la cual se empiezan a obtener menores ganancias. Cuanto más se aumentan los impuestos, menos se recauda, sea porque los productores se funden o porque simplemente no están de acuerdo y no lo pagan.
Encontrar el punto en el cual recaudar más y que la sociedad esté satisfecha es un arte de la política, no de la economía. Habla de los consensos de una sociedad y de la cohesión que se tenga a la hora de pensar el país. Cuando reina la desconfianza y se construye la idea del otro como enemigo, como oligarca o comunista, y se presupone que los políticos se roban el dinero con la corrupción, estos consensos se vuelven más difíciles y cada sector tira, naturalmente, agua para su molino.
Argentina, efectivamente, tiene una ventaja competitiva: tiene uno de los mejores suelos del mundo. Esto que por momentos es una bendición económica, que por momentos nos volvió un pueblo bien alimentado y que puso en la mesa de los argentinos cortes de carne que en otros lados del mundo son reservados estaban para las elites, en otras circunstancias termina siendo un dolor de cabeza.
El esquema económico kirchnerista se montó sobre los sobreprecios de las materias primas para aplicar retenciones al campo -un eufemismo para decir “impuesto a la exportación”-, y con estas divisas financiar el resto de la economía deficitaria. Se le dieron subvenciones a la industria, se acrecentó el aparato estatal, se pisaron los precios de las tarifas de los servicios y se dieron planes sociales. Cuando bajaron los precios de las materias primas y el campo se hartó de este esquema, el kirchnerismo fue perdiendo fuerza y finalmente fue derrotado electoralmente.
¿Hay otro esquema posible o cada Gobierno tendrá una actitud zigzagueante con el campo que suba y baje las retenciones de manera espasmódica? ¿El campo tiene una forma que no sean los tractorazos, los paros rurales y los cortes de ruta para articular su demanda, es decir, finalmente podría articular una fuerza política propia, como la hacen parte de los diputados del Centrão brasileño? En Brasil, un porcentaje importante de los legisladores representan directamente a los productores agrícolas. ¿Cómo tratan otros países a sus ventajas competitivas? ¿Cuáles colocan impuestos a las exportaciones?
Nuestra producción estuvo hablando con dirigentes rurales antes después del anuncio del Gobierno por la baja de las retenciones, con la ayuda de nuestra columnista de asuntos agrarios del Canal Económico, Gabriel Maidana, para entender cuáles son las demandas del sector y como ven la situación.
Ignacio Kovarsky, presidente de la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa, aseguró que la “efervescencia” se debe a que la política misma está en ese estado, en un año electoral, y todo está en discusión. Además, explicó que los municipios y las provincias aumentaron la presión expositiva, lo que escaló el conflicto.
“Hoy la foto es mala”, sostuvo. “Venimos de una sequía, con bajos precios, insumos que compramos caros y una baja histórica en los commodities que vamos a vender. La perspectiva de la cosecha va a ser muy mala. Si entre medio tenemos la discusión de retenciones, queremos que cumplan”, subrayó.
Por su parte, Marcos Pereda, vicepresidente de la Sociedad Rural, dijo: “La baja de retenciones demuestra que el Gobierno se sensibiliza con la producción y el sector”, expresó, aunque admitió que el Ejecutivo necesita “el robo de las retenciones” para mantener el superávit fiscal. “Si necesitás robarme para sostener tu equilibrio fiscal entonces no tenés equilibrio fiscal, y eso genera efervescencia”, lanzó. Al mismo tiempo, criticó que la quita de retenciones sea temporal.
Estos audios son interesantes porque dan cuenta de la situación actual del campo y de cómo los dirigentes rurales procesan el discurso del Gobierno. Este momento del campo no es el que tuvieron durante el kirchnerismo. El precio de la soja durante el kirchnerismo llegó a los 600 dólares la tonelada, y ahora está en menos de la mitad, en 290. Además, el tipo de cambio actual hace que los insumos les salgan muy caros. Una soja de 290, o de 600, es equivalente a un dólar de la mitad, como si las retenciones fueran del 50%, por ejemplo.
Por otro lado, es interesante lo que dice Pereda en relación con la concepción de Milei acerca de que la retención es un robo. Esta idea extrema del Presidente tiene que ver con lo que decíamos al principio de esta columna, con su concepción filosófica y su cosmovisión. Lo que sucede, que, como decía Lenin, “la teoría es gris y el árbol de la vida es siempre verde”. La realidad siempre es más compleja que la más compleja de las teorías. Cuando se tiene que enfrentar a la realidad argentina, el concepto de las retenciones como un “robo” no termina ayudando a enfrentar los desafíos económicos que el país tiene.
Tan contradictorio es todo que, con Milei, debido al precio de la soja y al tipo cambiario, los productores están pagando más retenciones que con el kirchnerismo. Quien explicó esto fue Felipe Solá, quien estuvo al frente de la cartera de Asuntos Agrarios tanto en provincia de Buenos Aires, como a nivel nacional.
En Modo Fontevecchia, Solá declaró que “con la 125, el campo pagaría hoy menos retenciones”. “Si se aplicara ahora la polémica Resolución 125, que nunca pudo ser ley -contra la que voté yo, y me costó muchísimo, me costó la separación del peronismo oficial en ese momento- igual las retenciones bajarían muchísimo. Las de la soja, por ejemplo, que están en el 33%. Bajarían muchísimo porque la curva se ponía “solidaria” cuando bajaban los precios internacionales”, declaró.
“Si tuviera que hacer una nueva ley, haría una ley que vinculara las retenciones al precio interno. Es decir, que tuviera en cuenta también cuál es el tipo de cambio en la Argentina, no solo el precio internacional. De forma tal de que, si el tipo de cambio es muy bajo, como en este momento, también bajen las retenciones”, explicó el exfuncionario.
Sería interesante que el campo hiciera una revisión de su posición con respecto a la 125. Tal vez sea deseable, mientras sea necesario que haya retenciones en un proceso de censo programado, algo que las hiciera variable. No es lo mismo que la soja valga 600 que 290, como ahora, cuando las retenciones deberían ser aún más bajas, y no es lo mismo si el dólar está muy alto o muy bajo, y los costos internos terminan haciendo poco competitivas nuestras exportaciones. Todo teniendo en cuenta las fluctuaciones del tipo de cambio interno y de los costos de producción.
Por otro lado, las retenciones deberían ser variables porque con el desarrollo de la minería y la producción de gas no convencional, tal vez el Campo deje de ser el sector que más divisas genera, y tal vez Argentina pueda dejar de ser tan campodependiente a la hora de pensar el ingreso de divisas, como el impuesto a las exportaciones, y en un futuro no sean necesarias. Como siempre, la verdad está en un medio, no un medio equilibrado entre un sector y otro, sino como una síntesis de lo que sea mejor en cada uno de los momentos.
¿Cómo manejan otros países las exportaciones de las materias primas, es decir, los impuestos a la exportación? El economista Hernán Letcher hizo un video al respecto y explicó que Rusia, Serbia, Argentina, Turquía, Ucrania, Indica, Kazajistán, China y Pakistán aplica algún tipo de medida de impuesto a las exportaciones para. Incluso, mencionó que la India y Serbia prohibieron las exportaciones de trigo.
Es conocida la orientación kirchnerista de Letcher. Lo que falta en su explicación es la proporción. El país que más recauda en impuestos por exportación es Indonesia, pero una cosa es un impuesto del 7%, y otra es uno del 30%. Omitir esos números termina siendo falaz.
Se suele pensar que el Campo fue siempre un sector que fue próspero y, si bien, obviamente es el sector más competitivo del país, también con los cambios de ciclos económicos, sufrió grandes crisis. En el 2001, directamente hubo remates de campos porque no podían sostenerse en una economía con características similares a las de hoy: un peso muy fuerte, un dólar retrasado y una soja de 200, pero no había retenciones.
El Campo llegó al 2001 con 12 millones de hectáreas hipotecadas en el Banco Nación y 103.000 productores agropecuarios menos. La gran mayoría de ellos tenía sus campos endeudados, para poder producir, con créditos hipotecarios. Durante el año 2000, se había sembrado en pesos, y se cosechó en dólares en el 2001, con una apreciación del 40% de la moneda. A su vez, la incursión de China y la India en los mercados produjo una gran producción del consumo de la soja. De hecho, el campo también le hizo tractorazos y paros al gobierno de De La Rúa. No es cierto que solo se ha enfrentado a gobiernos peronistas o “populares”, como le gusta decir al kirchnerismo.
El conflicto entre el campo y el kirchnerismo fue un parteaguas en la historia reciente argentina. Con un spot lanzado en 2008, el entonces gobierno trataba de convencer a la sociedad de las retenciones. De acuerdo a la campaña, con las retenciones fijas, el productor recibía 258 dólares por tonelada de soja. Con las extensiones móviles, recibiría 271. “Con las retenciones móviles, ningún productor pierde. Los sectores más favorecidos deberían tener mayor responsabilidad con el país”, expresaba el gobierno de Cristina Kirchner.
El dirigente rural Alfredo de Angelis, el más famoso durante el tractorazo y actual senador nacional del PRO por Entre Ríos, se expresó en contra de la medida en 2008. “No bajemos los brazos, vamos a seguir peleando. Lo que quieren es enfrentar al pueblo diciéndole que el hombre de campo está bien, y es mentira. Hay 200.000 familias pobres en el campo”, declaró.
Como se puede observar, todos tienen un pedacito de verdad. Probablemente, en el fondo, haya un problema ideológico que hace que a los Gobiernos les cueste abordar el tema pragmáticamente. Una suerte de anteojera para ver la realidad, que no se termina ajustando a lo complejo del problema.
En relación a la historia misma del concepto de derechos de exportación, los impuestos han pasado de ser instrumentos comunes en las políticas mercantilistas a convertirse en herramientas de uso limitado en la actualidad. Si bien hoy en día se aplica principalmente a ciertos productos minerales, petroleros y agrícolas, su historia revela un papel fundamental en la configuración de las economías de los países ricos en recursos.
Los derechos de exportación, o impuestos, fueron implementados por primera vez en Inglaterra a través de un estatuto de 1275 sobre pieles y lana, fueron diseñados en su origen para proteger los suministros internos de un país, más que para generar ingresos. A medida que avanzaba el tiempo, esta medida se expandió en el siglo XVII a más de 200 productos, reflejando la creciente intervención del Estado en la economía.
Sin embargo, en el auge del libre comercio en el siglo XIX, la tendencia comenzó a cambiar. Países como Inglaterra, Francia y Prusia abolieron estos derechos, así como otros muchos que vieron su atractivo en disminuir ante la creciente globalización. Para principios del siglo XX, solo unos pocos países, como España y Bolivia, mantenían estos derechos, evidenciando un cambio hacia economías más abiertas.
El resurgimiento del neomercantilismo en las décadas de 1920 y 1930 trajo consigo un retorno limitado de los derechos de exportación, aunque en Estados Unidos, la Constitución prohibió su aplicación, en parte por las presiones de los estados del Sur, que defendían su libertad para exportar. productos sin restricciones agrícolas.
Hoy, los derechos de exportación resuenan principalmente en las naciones productoras de materias primas, que los utilizan para generar ingresos a través de gravámenes en productos como el café, el caucho, aceites vegetales o minerales. Estos derechos se han convertido en una herramienta de protección para las industrias nacionales, como se evidencia en los casos de Noruega y Suecia, donde se aplican a productos forestales para fomentar la producción interna. Generalmente, los países colocan impuestos a la exportación de la materia prima, para así beneficiar sin impuestos a los productos a la elaboración de productos terminados con esa materia prima para desarrollar el mercado interno. En el caso de los países escandinavos, la ventaja era sobre la madera por la cantidad de bosques en esa región.
Sin embargo, la implementación de los derechos de exportación no está exenta de desafíos. Si un país representa sólo una pequeña parte del mercado global, como es el caso de Argentina, el costo del derecho recaerá sobre el productor nacional, lo que podría llevar a una disminución de la producción y un aumento en los precios. De hecho, la gran discusión es qué hubiera pasado si Argentina no hubiera colocado impuestos a las exportaciones agrarias, es decir, las retenciones al Campo. ¿Argentina hubiera duplicado o triplicado la cantidad de hectáreas sembradas, como en Brasil? Volviendo a la curva de Laffer, ¿hubiera recaudado más con impuestos más pequeños? No es lo mismo el 5% o el 7%, como es el caso de los países que mantienen impuestos a determinados productos que tienen una ventaja competitiva en ese país.
Por otro lado, si un país tiene una posición dominante en el suministro de ciertas materias primas, puede aprovechar su monopolio, aunque esto dependerá de la capacidad de otros países para encontrar sustitutos o nuevas fuentes de suministro. El ejemplo es el caso de la OPEP.
Como se ve, no hay una sola receta para cada uno de los países, cada uno de los momentos de la economía mundial y cada ventaja competitiva, como cuando el carbón fue sustituido por el petróleo, o como podría ser sustituido en el futuro por energías limpias.
Evidentemente, cómo lograr que el conjunto del país aproveche la ventaja competitiva que tenemos con uno de los mejores suelos del mundo, y con la minería y la energía en un futuro cercano, es un arte de la política y no una cuestión matemática de la economía. Tal vez, pueda intentarse miradas más pragmáticas y menos ideologizadas de ver la realidad. Ni los del campo son todos oligarcas, ni las retenciones son un robo.
Producción de texto e imágenes: Daniel Capalbo, Pablo Helman y Matías Rodríguez Ghrimoldi.
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