El periodista y politólogo Claudio Fantini se refirió a la importancia del legado del Papa Francisco en el marco del ascenso de líderes de ultraderecha. “La calma que transmitía la voz de Francisco, su forma pausada de hablar, su rostro, sus gestos fue importantísimo, crucial, precisamente por la hegemonía de quienes vociferan”, dijo en Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3).
Claudio Fantini es periodista y politólogo. Produce columnas de análisis político internacional en publicaciones de todo tipo, en medios audiovisuales tanto en la Argentina como en otros países. Es, además, columnista internacional de la revista Noticias, editorial Perfil. Es profesor y mentor de Ciencias Políticas de la Universidad Siglo XXI. Algunos de sus libros son Crónicas del fin de siglo, Dioses de la guerra, Infalibles y absolutos, La sombra del fanatismo, El componente monárquico y La gravedad del silencio.
Los títulos de los libros me producen tanto, tanto interés ¿Cuánto de La sombra del fanatismo es el resultado de líderes como Trump o como tenemos en la Argentina, Milei? ¿Cuánto de esta idea de lo infalible y lo absoluto, con ese elemento de la única verdad, también es hijo de lo mismo? Y el componente monárquico, de la idea de que hay solo una idea, que es lo monárquico, como lo “mono”, lo único, lo absoluto. Me gustaría una reflexión suya sobre eso: la emergencia de estos líderes que consideran lo absoluto, que son infalibles, y si el Papa Francisco representa exactamente lo opuesto.
Usted sabe que en Infalibles y absolutos, hago una suerte de comparación, aunque le pongo comillas a la palabra “comparación”, porque no es exactamente eso, pero de algún modo es un contraste entre el papado de Karol Wojtyla, Juan Pablo II, y su antecesor. El anterior también, a Pablo VI, que fue Juan XXIII, Angelo Giuseppe Roncalli.
Y ahí hago una reflexión política, pero también en cuanto a la posición filosófica respecto a la Iglesia, que fue tan diferente entre Juan XXIII y Juan Pablo II. Bueno, yo veo en Francisco, y lo veo a partir de que se sienta en el trono de Pedro, una suerte de alineamiento o de acercamiento de la Iglesia hacia Juan XXIII. La Iglesia que se acercó a la gente, que fue más cercana, la Iglesia de la humildad.
Porque si algo caracterizó a Juan XXIII, era su bondad y su humildad. A mí me parece que el legado de Francisco tiene que ver con lo que irradió su imagen. En estos días, intelectuales y líderes religiosos, y líderes políticos, han estado tratando de encontrar el legado de Francisco, y buscaron en sus encíclicas, que son reconfortantes y profundas, Fratelli tutti rescato yo por sobre todo.
Pero no es en sus encíclicas, ni en sus cartas pastorales, ni en sus posiciones políticas o su posición ideológica, ni sobre la vertiente teológica en la que cabalgó. No está ahí el principal legado desde mi punto de vista.
Porque lo que el grueso de la humanidad, a esta altura hipercomunicada de la evolución de las sociedades,
lo que me atrevería a decir por lo menos el 92 % de la sociedad global de la gente la gente común, las personas comunes perciben, de un líder religioso de semejante visibilidad mundial, no lo que escribió en sus encíclicas, ni lo que representa su posición política o ideológica, o su posición frente a la tradición litúrgica o a la teología.
La hija de quien le enseño a Francisco ideas de izquierda y terminó desaparecida
Lo que percibe la gente es su carisma, Eso que emana de su imagen, palabra que tiene origen en la antigua Grecia y que estaba referida al encanto de los dioses del Olimpo, o al encanto de ciertos dioses del Olimpo, es cristianizada por el apóstol Pablo, y ahí ya redefinida más específicamente como el don divino que reside en algunas personas, en cuanto a la percepción que la comunidad tiene de esa persona.
Acá, el carisma de Francisco estuvo dado por la conjunción de sus gestos, su forma de hablar, su tono de voz. Ese rostro amable, que lo que irradiaba, junto con sus gestos, con su personalidad, lo que irradiaba era bondad, humildad, comprensión, compasión, cercanía con los otros, con todos los otros, incluidos los distintos.
Yo creo que ahí creció Francisco en el trono de Pedro, porque vio que los débiles no son solo los pobres en términos socioeconómicos. Los débiles son todos los que sufren marginación por distintas razones, incluidas las sexuales. Ese cambio a mí me pareció maravilloso y creo que ahí está el mayor de sus legados, sobre todo porque en este tiempo lo que se está dando, lo que estamos viendo muchas veces con estupefacción, es el ascenso de lo que yo llamo “liderazgos brutales”.
Este es un tiempo de liderazgos brutales. Es un tiempo en el que todo lo que antes hubiera desacreditado a una persona, impidiéndole el éxito electoral, hoy es al revés: hoy cotiza electoralmente en alza. Y en eso, figuras como Donald Trump, como fue Jair Bolsonaro en Brasil, el caso de Javier Milei en la Argentina, son los liderazgos que expresan convicciones absolutas.
Y plantean una forma arrolladora de imponerlas, despreciando la crítica, despreciando la mirada diferente, despreciando totalmente todo lo que no encaje en esa convicción absoluta. Además, se manejan con arrogancia, que es la contracara de la humildad, y se manejan con una insensibilidad que es la contracara total de lo que es la compasión, la comprensión y el acompañamiento.
Ahí creo yo que está el mayor legado, porque eso volvió a Francisco, en estos tiempos, alguien imprescindible. Para contrarrestar esa imagen dominante.
Siempre nos preguntamos si los papas son hijos de su tiempo o los papas hacen el tiempo futuro. Y mi conclusión es que Juan Pablo II, de alguna manera, representó lo que luego terminó siendo el corrimiento a la derecha del mundo. Eso no se produce inmediatamente, se produce luego, a posteriori.
Y que los papas tienen una influencia, un legado, que tiene que ver con las ideas que tardan un tiempo en decantar. De la misma forma que la doctrina social de la Iglesia, iniciada en la Rerum Novarum a fines del siglo XIX, tardó tres décadas, o dos, en empezar a ser implementada políticamente.
¿Usted cree que la disonancia que hay entre el mensaje del Papa Francisco y el de la política triunfante del mundo, que es exactamente opuesto, indica que lo que vamos a ver es que el mundo político va a girar hacia la idea de Francisco en los próximos años? ¿Y que lo que fue, es un anticipador de la tendencia que vendrá?
Yo creo que es posible que eso ocurra, pero no tanto por el legado de Francisco. Yo creo que fue muy útil, muy útil, imprescindible en un tiempo monopolizado, hegemónicamente, por los liderazgos brutales, los que vociferan. Escuchar la calma que transmitía la voz de Francisco, su forma pausada de hablar, su rostro, sus gestos fue importantísimo, crucial, precisamente por la hegemonía de quienes vociferan, desde esta ola ultraconservadora que está recorriendo el mundo.
Pero no sé si la presencia de Francisco va a generar los próximos liderazgos. Personalmente pienso que los liderazgos actualmente en alza, los liderazgos brutales que está produciendo el ultraconservadurismo a nivel global, se van a agotar solos. Se van a autofagocitar.
Claudio... ¿Usted cree en Dios?
Yo no soy religioso. No soy religioso. Me definiría, no como ateo, en todo caso como agnóstico. Pero a las religiones las miro como politólogo, las analizo.
Claudio, ¿es hegeliano?
En gran medida me podría considerar de ese modo. Pero le digo que...
O sea, ¿usted es creyente finalmente, Claudio?
Bueno, finalmente todos somos. Yo creo que, y esto está en el centro del libro Infalibles y absolutos, la diferencia entre Karol Wojtyła y Roncalli, Juan XXIII, es que Juan XXIII pertenecía a esa excepcionalidad en la especie humana que son las personas absolutamente buenas, aquellas que no tienen una dosis de maldad como componente de su personalidad.
Yo creo que el normal de las personas tenemos un equilibrio entre maldad y bondad. Si somos optimistas roussonianos, pensamos que es mayor la dosis de bondad, pero la de maldad nos equilibra, porque nos hace concebir la maldad en los otros, y la podemos concebir porque la contenemos.
Del mismo modo están los que son absolutamente malos. No tienen una dosis de bondad, por lo tanto no pueden concebir lo que no contienen y, por ende, no pueden concebir la existencia de la bondad en un otro. Para Hitler, por poner un supuesto ejemplo de eso, matar a una persona y matar una cucaracha es lo mismo, porque no ve un valor en esa persona.
Papa Francisco: se conoció el video del día que Juan Pablo II nombró cardenal a Jorge Bergoglio
Bueno, la contracara, los absolutamente buenos, que creo que tiene en Juan XXIII a un ejemplo maravilloso, son ingenuos, para decirlo de algún modo. Entonces, cuando él tuvo el poder de decidir cómo debía ser la Iglesia, no concibió que él tenía que decirla y dibujarla y escribirla en una encíclica. Convocó al Concilio Vaticano II, que fue uno de los pocos verdaderos concilios.
O sea, fueron obispos de todos los rincones del planeta, confrontaron todas las vertientes teológicas, debatieron abiertamente. Estaban las miradas teológicas más oscurantistas, representadas por Marcel Lefebvre. Estaban las miradas del conservadurismo inteligente, que fue enriquecedor para la Iglesia, que tenía como gran figura a Joseph Ratzinger. Estaban los teólogos vanguardistas también, con lucidísimos exponentes como el austríaco Karl Rahner, de la Universidad de Innsbruck, el alemán Michael Schmaus, Henri de Lubac, el jesuita francés...
En fin, toda esa efervescencia que fue una Iglesia debatiendo verdaderamente, y debatiendo desde sus bases, no desde la alta jerarquía representada en el colegio cardenalicio y en la curia romana. No, no. Acá fue Angelelli, de la Argentina, al Concilio Vaticano II.
Angelelli. Casualmente, Angelelli. Casualmente, el que terminaron asesinando en la dictadura.
Y permítame una cosita para señalar el contraste: Juan Pablo II, Karol Wojtyła, yo no lo definiría como conservador o de derecha, y a Juan XXIII, de izquierda. Yo creo que la diferencia está en ese rasgo genético si se quiere, de su humanidad.
Juan XXIII era absolutamente bueno, y se manejaba con ingenuidad. Juan Pablo II no. Era un hombre normal, que se manejó con desconfianza hacia los otros. Nunca le hubiera confiado el definir cómo debe ser la Iglesia a las bases más amplias de la Iglesia.
Lo resolvía en un círculo cerrado y aristocrático, en la cumbre de la Iglesia. No lo hacía porque fuese enemigo de la Iglesia, o fuese ultraconservador. Lo hacía porque desconfiaba. Y eso es lo que los vuelve, teológicamente, conservadores y más cerrados.
Pero, volviendo a los liderazgos brutales, yo creo que van a entrar y lo estamos empezando a ver claramente en Trump, cómo se devora por sus propias incompetencias.
MC