El ex vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, consideró que “las derechas enfurecidas” emergen en momentos de crisis política y social. Surgen “cuando algo que funcionaba ya no funciona y cuando la gente pierde esperanzas en un porvenir venturoso”, sostuvo en Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3).
Álvaro García Linera es referente del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia. Fue ex vicepresidente de Bolivia entre 2006 y 2019. Esencialmente, es el intelectual que acompañó a Evo Morales viviendo la experiencia guerrillera, aportando ideas a uno de los procesos más exitosos de la llamada “ola populista en Latinoamérica”. Es autor de libros como La potencia plebeya, socialismo comunitario o la comunidad ilusoria, y su voz se tornó fundamental para comprender la situación de su país.
Decíamos en la introducción que el proceso que usted acompañó durante las dos presidencias de Evo Morales como vicepresidente es el más exitoso de los procesos de principios de este siglo en Sudamérica. Y ahora, paradójicamente, pareciera estar en las antípodas: es el que más fracasa, el que más peleas genera, el que más tensión genera, hay déficit, los logros económicos se esfuman, la unidad política se fragmenta. ¿Qué pasó?
Bolivia, como usted mencionaba, tuvo un proceso político exitoso que cumplió tres cosas que por lo general en la historia de los países no se juntan de manera simultánea. Desarrollo económico: tuvimos un periodo de casi 14 años de una tasa de crecimiento del 4.5% en promedio, de las tasas más altas de crecimiento en los últimos 100 años. Crecimiento económico, distribución de la riqueza, sacamos al 30% los bolivianos de la extrema pobreza y el salario mínimo se incrementó de 40 dólares al mes a 310 dólares al mes. Y por supuesto la inclusión, es decir, sectores indígenas anteriormente discriminados, marginados, ingresaron a la ciudadanía plena, con poder político, con capacidad de mando social.
Esto fue lo más exitoso del proceso boliviano, pero como todo proceso histórico y social y político tiene límites luego, y los límites comenzaron a manifestarse más o menos en los años 2016, 2017 y 2018. Y la manera de expresarse esos límites fue a través de la transición, el tránsito de un líder carismático a un líder rutinario, siempre dificultoso en el continente y en el mundo entero. Lo segundo, una economía mundial ya modificada, en crisis, y el modelo económico que fue exitoso durante 14 años, comenzó a mostrar dificultades para enfrentar el nuevo momento, y también una modificación de la estructura social.
Al fin y al cabo sacar al 30% de la población de la pobreza y convertirla en sector de ingresos medios modifica la percepción de las personas, sus aspiraciones, en fin. Y entonces esos tres límites temporales superables requerían una actitud muy audaz, muy creativa, para abordar los tres temas, la sustitución del líder carismático, reformas económicas de segunda generación y nuevas transformaciones sociales. Pero creo que el problema radicó, estimado Jorge, en que como fuerza política no tuvimos la capacidad para entender eso. Y en vez de abordar estos límites con nuevas reformas, lo que hicimos es aferrarnos a las viejas reformas, aferrarnos a los éxitos antiguos, y eso ha llevado al descalabro que usted está comentando y que la opinión pública se entera a través de los medios.
Max Weber planteaba los dos tipos de liderazgo y esto viene a cuento del liderazgo carismático. La pregunta es si todas esas modificaciones y ventajas y crecimientos que tuvo Bolivia, independientemente de las condiciones de posibilidad, también tuvieron que ver con un hombre como Evo Morales, que encarnaba en ese momento el cuerpo que necesitaba la Historia para recorrer ese camino. Y la pregunta es, ¿cuánto es que el líder carismático no envejeció bien? Y el contraste podría ser con Lula en Brasil, por ejemplo, o con los líderes uruguayos más modestos que se retiran. ¿En qué medida ese crecimiento de Bolivia es obra de Evo Morales y al mismo tiempo, cuánto de la actual situación es culpa de Evo Morales?
Las grandes transformaciones de una sociedad, tan radicales como sucedió en Bolivia, indígenas teniendo poder después de 500 años, después de haber sido la mayoría marginada de Bolivia, ahora tomando poder, esos resultados y el éxito económico son un producto social. Son un producto social emergente de una disponibilidad colectiva a cambios, de un cansancio con las antiguas recetas de privatización que prevalecieron en el mundo, América Latina y Bolivia hasta los años 2000.
Y una voluntad de participar, de ser protagonista de los cambios. Y ciertamente en esos momentos de disponibilidad colectiva surgen líderes carismáticos. Entonces, los grandes cambios no dependen de los líderes carismáticos, dependen de una disponibilidad social al cambio. Y los líderes carismáticos lo que hacen es condensar, visibilizar, corporalizar, ponerle un nombre palpable a esa fuerza social. Entonces, ahí hubo una interacción virtuosa entre acción colectiva y liderazgo fuerte, campesino, indígena, que permitieron las reformas. Pero cuando ya la movilización social se repliega, porque la sociedad no puede estar movilizada permanentemente, los líderes carismáticos o no se vuelven importantes.
Cuando la sociedad está activa, los líderes son casi irrelevantes. Son como una pequeña espuma en medio de una ebullición de protagonismo social. Pero cuando la sociedad se repliega a la vida cotidiana, que es lo que pasó en Bolivia, los líderes se vuelven muy importantes. Sus actitudes, sus decisiones, sus virtudes o sus limitaciones se vuelven decisivas. Y eso es lo que está pasando ahora en Bolivia. En un tiempo en que la sociedad popular está replegada a la vida cotidiana, al diario vivir, los líderes no se están comportando a la altura de las circunstancias y eso está empeorando las cosas de tal manera que hoy tenemos un panorama de un movimiento social dividido, de unos sectores populares fragmentados, también ya cansados de tanta pelea interna y sentirse un poco abandonados porque ven que sus líderes, que anteriormente eran carne de su carne, hoy sus líderes como que no se preocuparan por el diario vivir de las personas. Hay una especie de separación y de distanciamiento entre la sociedad popular humilde, laboriosa y unos líderes mucho más enfrascados en peleas personales y en intereses personales.
Siguiendo esa mirada hegeliana suya, respecto de que los líderes son el resultado también de las condiciones de posibilidad que crea la sociedad. Le pido que, desde Bolivia, y con su experiencia, mire un poquito Argentina y el mundo. Milei es parte de esa “espuma", es al mismo tiempo reflejo de condiciones de posibilidad de una sociedad argentina que cambió, que se conecta con este movimiento hacia partidos de derecha y más extrema derecha, donde Donald Trump también vuelve a la presidencia. Háganos un análisis de las condiciones de posibilidad de la emergencia, opuesto a lo que sucedió en Bolivia durante esos 14 años, que está pasando en distintos países del mundo y en su vecino Argentina.
Sucede algo paradójico que lo podemos aplicar para cualquier país del mundo. Las derechas extremas enfurecidas, cargadas de resentimiento, emergen en momentos de crisis política y social. No emergen en cualquier momento. Un Milei o un Trump no podrían haber emergido en los años 90. No pueden, no existen condiciones para esos líderes. Surgen en momentos de crisis en cuando algo que funcionaba ya no funciona y cuando la gente pierde esperanzas en un porvenir venturoso. En esos momentos surgen este tipo de líderes. Las derechas extremas van a surgir en momentos de crisis. Ahora, cuando las crisis las provocan las centros de derechas, surgen extremas derechas y gobiernos nacionales populares, que es lo que pasó en América Latina entre los años 2003, 2004 y hasta el 2015.
Pero, si la crisis económica y política la encabezan, la conducen gobiernos progresistas, también surgen con más fuerza las extremas derechas. Y eso es lo que yo creo que está pasando ahorita en Estados Unidos, en Alemania o en Argentina y puede pasar en Bolivia. Ha habido gobiernos en Estados Unidos y en Alemania centro progresistas socialdemócratas que no resuelven la crisis.
Biden no pudo enfrentar de buena manera la inflación, aunque hizo el último esfuerzo este año, pero no resolvió el tema de la inflación y del de la caída de los ingresos de los sectores populares norteamericanos. En Alemania, el gobierno semáforo de la socialdemocracia, los verdes, no pudo resolver también los problemas del agotamiento de su industria, del envejecimiento de sus sistemas de servicios públicos, del problema de la migración.
Y en Argentina, un gobierno progresista a la cabeza del peronismo no pudo resolver el tema de la inflación, una inflación de cerca del 160% que es cuando acaba el presidente Fernández su gestión. Son detonadores de la emergencia de fuerzas ultraconservadoras. Entonces, lo paradójico es lo siguiente. Si le va bien al progresismo, también surge la extrema derecha. Si le va mal al progresismo, también surge la extrema derecha. En el primer caso, si le va bien al progresismo, surge la extrema derecha como una especie de revancha de los igualados, de los sectores medios que ven cómo lo popular asciende y le va quitando privilegios. Y si el gobierno progresista falla en la resolución de los problemas de la gente, con más razón surge también la extrema derecha. La diferencia con uno del otro es que en el primero usted tiene la iniciativa, en el segundo no, usted está la defensiva, el progresismo está la defensiva, en el segundo el progresismo está sin respuestas y con una gestión mala. Entonces, es el momento para que emerja una fuerza muy conservadora como el caso de Milei en Argentina.
Sería Bush y después Trump y en Argentina Macri y después Milei…
Sí, con la diferencia de que Trump y Mileu se dan cuenta de que las salidas pactadas y a medias no funcionan. La propuesta de Macri, que era ya de derecha, era una derecha más moderada, que buscaba algún tipo de concesiones y acuerdos. Y Milei sabe que eso no funciona, que tiene que ir por el corte radical, por el ajuste radical, y eso es lo que está intentando hacer ahora.
Claudio Mardones (CM) Para la izquierda, entonces, ¿qué queda? ¿Más radicalidad? ¿Qué lugar hay para la radicalidad? He leído algunas entrevistas en donde usted sostiene que, ante la ultraderecha, la única forma para la izquierda es recuperar una tradición de radicalidad. ¿Es así?
Sí. Sí, definitivamente, si no está perdida. Porque si haces reformas a medias intentando contentar a todos, resulta que usted ya no contenta su base popular, que se siente decepcionada. Y tampoco está cumpliendo lo que los sectores más enriquecidos requieren o necesitan. Usted es meramente un inquilino temporal, indeseable. Y entonces, por un lado o por otro, los de arriba y los de abajo lo van a abandonar. Van a quedar decepcionados de usted. Entonces, un gobierno de izquierda, un gobierno progresista, tiene que apuntalar, afianzar su base popular, jugársela por la base popular.
De hecho, es así como surgió. El progresismo en América Latina y en cualquier parte del mundo: emerge siempre respondiendo en primer lugar a su base popular. Y una vez que consolida eso, puede trazar algún tipo de puentes con sectores más acomodados, pero sin afectar nunca la base popular. Y ojo, el apoyarse en la base popular no significa creer que lo que se hizo antes es suficiente. Lo que hicimos hace 15 años fue bueno, pero ya es insuficiente. Ya han pasado 15 años, ha pasado más de una década, ya no funciona. Se requieren otras reformas, se requieren otras acciones.
Yo creo que el problema del progresismo hoy, el que está a la defensiva, es que no ha podido crear un nuevo horizonte, más allá del que logró crear en los años 2000, 2005, 2010. Se le han agotado las ideas, se le han agotado las propuestas, y frente a eso, la única opción que tendría la izquierda es renovar. Vengo propugnando desde hace más de 5 años la idea de reformas de segunda generación del progresismo, reformas de segunda generación que mejoren los derechos, que amplíen igualdad, que transformen el aparato productivo.
Mire usted el debate que se está dando en el mundo. El mundo entero, a excepción de Argentina, está dejando de lado el libre comercio y está avanzando en políticas proteccionistas. Pero no están avanzando hacia un proteccionismo de los años 50 o 60, están avanzando hacia un tipo de proteccionismo productivista, es decir, debatiendo temas de políticas industriales. Es Trump o es Biden, porque al fin y al cabo los dos han hecho lo mismo: están intentando potenciar su industria de software, su industria ligada a la inteligencia artificial, a la farmacéutica, en fin. Macron está proponiendo a Europa que se proteja la industria estratégica de Europa frente a China y frente a Estados Unidos.
Ese debate de cómo dar un paso más allá, no simplemente distribuir riqueza, que lo hicimos bien en los años 2000-2015, sino distribuir riqueza y producir más riqueza. Es lo que nos falta en el horizonte progresista: nos hemos quedado con la primera tarea: distribuir riqueza. Y hemos sido muy débiles en trabajar, en proyectar, y en consensuar con la sociedad, y en convencer e ilusionar a la sociedad con un proyecto productivista. Estas serían para mí las reformas de segunda generación más radicales que permitirían darle al progresismo o a las izquierdas una proyección de otros 10 o 20 años por delante. Pero si el progresismo simplemente se queda con la añoranza de las buenas cosas que hicimos hace 10 o 15 años, estamos a la defensiva, e históricamente, sin posibilidades de remontar la adversidad.
MC