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Reseña

Los 72 minutos que nos separan del apocalipsis

En Guerra Nuclear, la periodista y finalista del Pulitzer Annie Jacobsen, describe magistralmente, con documentación, entrevistas y registros, qué ocurriría en caso de que Corea del Norte lanzara un misil furtivo con cabeza nuclear a Washington. El holocausto nuclear nunca estuvo tan cerca.

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Bomba detonada en Hiroshima. | cedoc

A finales de enero, una semana después de la toma de posesión en EE.UU. de Donald Trump, el Boletín de Científicos Atómicos informó que el Reloj del Apocalipsis, una herramienta que simboliza a cuánto está la humanidad de su extinción, se adelantó un segundo y se encuentra a 89’’ del fin. Metáfora de la perseverancia de la especie en su autodestrucción, el también llamado Reloj del Juicio Final nunca antes había estado tan cerca de la catástrofe, considerando la escalada de tensiones entre las potencias nucleares, la evolución de la crisis climática o, última de las plagas, la desinformación. El Boletín fue fundado en 1945 por Albert Einstein y Robert Oppenheimer y otros científicos que participaron del Proyecto Manhattan para la producción de las primeras armas nucleares de la historia. En sus inicios, el Reloj del Apocalipsis llegó a estar a 7 minutos del final, en 1947. Retrocedió hasta 17 minutos, en 1991, tras el fin de la Guerra Fría.

Annie Jacobsen es una periodista estadounidense, autora de siete libros sobre temas de seguridad en los Estados Unidos, entre ellos The Pentagon's Brain, finalista del Pulitzer 2016 en la categoría de Historia. Publicó el año pasado en su país Guerra Nuclear. Un escenario, que editó este año en la Argentina Penguin Random House para su sello Debate.

Jacobsen allí también echó a andar un reloj: relata qué pasaría en los 72 minutos siguientes a que el régimen de Corea del Norte lanzara un misil balístico intercontinental con cabeza nuclear (ICBM, en sus siglas en inglés) con destino a Washington DC. En el simulacro que plantea la autora, lo que sigue es una carrera desesperada en el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, en el Departamento de Defensa y en la Casa Blanca hacia lo inevitable: el desencadenamiento de una conflagración nuclear mundial. Se sucede así una cadena escalofriante de horrores -todos llegarán, uno tras otro, inexorables- narrados por Jacobsen con la frialdad de un cirujano y el rigor del periodista de investigación.

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Libro Guerra Nuclear

La tesis de Jacobsen aborda la cuestión de la disuasión, la premisa número uno de la política nuclear en Estados Unidos y el resto de las potencias nucleares, según la cual esos estados se comprometen a no emplear su arsenal nuclear a menos que sean blanco de un ataque de esa naturaleza. Jacobsen somete esta regla a una interpelación sencilla: ¿qué pasaría si fallara la disuasión?

La autora ha hurgado centenares de archivos y documentos desclasificados, realizado y consultado un número inusual de entrevistas y fuentes. Hay mucha información, bien documentada, sobre las características del armamento nuclear de los Estados Unidos, su grado de desarrollo y despliegue en tierra, aire y mar. Sus puntos ciegos y probados fallos. También hay datos sobre el poderío nuclear de Rusia y Corea del Norte. Entre los muchos méritos de la investigación de Jacobsen se cuenta a el de traernos la voz de reconocidos exfuncionarios que han estado en los mismos lugares de los que hoy tienen a su cargo y conocen cada paso de los procedimientos y protocolos que deben aplicarse en caso de un ataque nuclear a los Estados Unidos. Todo está escrito, demuestra como nunca antes Jacobson.

“Una vez que se nos alerta de un ataque nuclear, nos preparamos para proceder a un lanzamiento. Es la política establecida. No esperamos”, explica William Perry, secretario de Defensa (1994-1997) del presidente Bill Clinton. “Cuando las bombas nucleares empiezan a volar, nadie se detiene a pensar en qué demonios se estarán planteando los demás. No en un momento así”, dice León Panetta, jefe de Gabinete de Clinton; director de la Agencia Central de Inteligencia la CIA (2009-2011) y secretario de Defensa (2011-2013) del presidente Barak Obama. “El mundo podría acabarse en un par de horas”, advierte el general Robert Kehler, jefe del Comando Estratégico de Estados Unidos, (2011-2913), también con Obama.

Thriller

Un sensor que orbita la Tierra a 36.000 kilómetros de altura detecta, cuatro décimas de segundo después de su ignición, el lanzamiento de un misil Hwasong-17 desde un campo a tres mil doscientos kilómetros de Pyongyang, la capital norcoreana. Pasados 15 segundos los sensores de los satélites ya han podido establecer cuál es la trayectoria del misil: los Estados Unidos continentales. En el cuartel general del Comando Estratégico, en Nebraska, suena la “ALARMA GENERAL POR LANZAMIENTO DE MISIL BALÍSTICO”.

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Kim Jong-un, el líder norcoreano

En 60 segundos los satélites mostrarán que se dirige a algún punto de la costa este del país. El secretario de Defensa y el Jefe de Estado Mayor ya han sido informados y van a la carrera al Centro de Mando Militar Nacional, en las entrañas del Pentágono, a donde llegan casi en simultáneo. Pasados 2 minutos desde el lanzamiento, ya habrán notificado al asesor de seguridad nacional del presidente. Los datos de seguimiento del Hwansong-17 indican que probablemente se dirija a Nueva York o Washington. El presidente es informado y se procederá a su evacuación de la Casa Blanca. Los cálculos matemáticos arrojan que el misil balístico intercontinental con cabeza nuclear norcoreano demorará 30 minutos en hacer impacto.

Se discute la activación de una política que data de los comienzos de la guerra fría ante la eventualidad de una ataque nuclear: “Lanzamiento ante una alerta”. Esto es, explica Jacobsen, que EE.UU. disponga un ataque nuclear antes de haber sido alcanzado físicamente por otro. Un debate que regresa regularmente a los Estados Unidos. Pero cuando ya han pasado 16 minutos, es detectado el lanzamiento de un segundo misil desde Corea del Norte. El objetivo es en este caso la costa oeste norteamericana, la central nucleoeléctrica de Diablo Canyon, en California.

Las leyes de la guerra, recuerda Jacobsen, prohiben atacar una central nuclear. No serán respetadas. El misil viaja a 6.400 km or hora. Cuando haga impacto, se producirá lo que conoce como “escenario diabólico”: la fusión del reactor principal, “desatando una catástrofe de varios milenios de duración”, lo que a punto estuvo de suceder en la central japonesa de Fukushima, en marzo de 2011. Cuando eso ocurre “toda la central nuclear de Diablo Canyon queda consumida en un destello de luz nuclear. Se produce una bola de fuego gigantesca. Una explosión que destruye edificios. Una nube de hongo y la fusión del núcleo de la central. El escenario diabólico es ya una realidad”.

Jacobsen narra los efectos inmediatos que desencadena el infierno de fuego. La nube del hongo nuclear es de color parduzco. Un ranchero lo filma con su celular desde un cerro a 6,5 kilómetros del estallido. La geografía aún lo protege de la radiación. Sube las imágenes a las redes sociales. En segundos, todos los Estados Unidos se enterará con estupor en tiempo real lo que allí está sucediendo.

Y lo que sucede es esto: “Enormes corrientes ascendentes succionan el polvo radiactivo y los residuos por el creciente tallo y el sombrero de la nube en forma de hongo. Con más de nueve kilómetros de altura, es una aterradora aberración (...) Las montañas circundantes arden. Las llamas de la altura de rascacielos devoran bosques, matan a toda la fauna y la flora y arrasan con lo que encuentran a su paso. Los vientos extremadamente te calientes a causa de los árboles ardiendo generan tornados de fuego que avanzan a centenares de kilómetros por hora, derriban árboles y transportan residuos en llamas del tamaño de coches a los desfiladeros adyacentes, desencadenando nuevos incendios en todas partes. Decenas de miles de californianos sucumben al pánico cuando las sirenas de emergencia de Diablo Canyon, que se oyen a más de veinte kilómetros a la redonda, empiezan a sonar. El caos es generalizado. Unas 143.000 personas viven en un radio de quince kilómetros de las doce zonas de acción protectora de Diablo Canyon, y ahora todas ellas intentan evacuar el lugar a la vez. (...) Las perspectivas son aciagas”.

Washington

Si en el breve lapso de tiempo desde el lanzamiento del primer misil balístico de largo alcance nadie da crédito en Washington a lo que estaba ocurriendo, la información sobre el de un segundo misil despeja toda duda. Se presentan frente al presidente las opciones de respuesta que contiene el famoso Maletín nuclear (Jacobsen intercala entre capítulos una sección llamada Lección de Historia, donde vuelca información que va desde el contenido del maletín que acompaña día y noche al presidente de EE.UU. con las claves de control del arsenal nuclear; el cuestionado programa de intercepción de misiles EE.UU., hasta los devastadores efectos del envenenamiento por radiación aguda, aprendidos tras un accidente en un laboratorio secreto de los Alamos). El presidente, cómo todos los que han pasado por la Casa Blanca, ignora qué debe hacer en caso de una guerra nuclear. “Dispone solo de seis minutos para evaluar la situación, tomar una decisión acerca de qué armas nucleares usar e informar al Comando Estratégico qué objetivos enemigos atacar”, dice Jacobsen. “¡Seis minutos para decidir cómo responder a un pitido en un radar y desencadenar el apocalipsis! ¿Cómo puede alguien hacer uso de la razón en un momento así?”, cita a Ronald Reagan en sus memorias.

El empleo del tiempo como ordenador del relato no es una ocurrencia de Jacobsen. En una conflagración nuclear, los acontecimientos se suceden en una ventana de tiempo muy estrecha y escapan a todo control y racionalidad. Se toman decisiones que pueden acabar con la vida de decenas de millones de personas en apenas minutos. “La velocidad a la que una guerra nuclear se desarrollaría,y después escalaría, prácticamente garantiza que se saldará con un holocausto nuclear”, dice Jacobsen.

Tal escalada y holocausto ocurren. 23 minutos después de iniciada la crisis, poco antes de que el presidente abandonara en helicóptero la Casa Blanca hacia un sitio seguro, el segundo de los misiles norcoreanos impacta en California.

Kim Jong-un con si hija Kim ju-ae

—Señor, estamos esperando sus órdenes —le dice el comandante del Stratcom al presidente. El presidente elige la “Opción Charlie”, un contraataque nuclear en respuesta a un ataque nuclear a los Estados Unidos: ordena el lanzamiento de cincuenta ICBM Minuteman III y ocho SLBM Trident, con un total de ochenta y dos ojivas nucleares, contra la misma cantidad de objetivos predeterminados en Corea del Norte. Tal acción, le informa el meteorólogo nuclear, provocará entre cuatrocientos mil y cuatro millones de ciudadanos chinos muertos como efecto colateral.

Con el acceso al presidente de los Estados Unidos vedado accidentalmente, el presidente ruso observa en los canales de noticias que EE.UU. está siendo blanco de un ataque nuclear. Interpreta mal la información de sus radares y asume que la lluvia de misiles norteamericanos con destino a la península de Corea tiene como objetivo la Federación Rusa. Este tipo de errores ya han ocurrido: La Nación publicó el domingo pasado la historia del teniente coronel ruso Stanilslav Petrov, quien el 26 de septiembre de 1983, a cargo de la Mando Central de Sistemas de Alerta Temprana Antimisiles de la base Serpujov, al sur de Moscú, recibió un alerta sobre el ataque cinco misiles estadounidenses. Petrov comunicó la novedad con sus superiores, pero evaluó que se trataba de una falsa alarma. Dimitri Iustinov, ministro de Defensa soviético, confió en la experiencia de Petrov. En efecto, los satélites confundieron el reflejo de la luz de la luz solar en las nubes con el de la activación de misiles balísticos en Norteamérica. Jacobsen relata este episodio: el error podría haber disparado una tercera guerra mundial.

A principios de 2024, Rusia tenía 1.674 armas nucleares desplegadas, la mayoría de ellas listas para ser lanzadas, según recogió Jacobsen. En tanto, en su simulacro más de mil ojivas nucleares rusas se dirigen a Estados Unidos y las bases de la OTAN en Europa ...

Guerra nuclear tiene tres capítulos que relatan cada uno 24 minutos correlativos posteriores al estallido de una conflagración, 72 minutos en total. El último de ellos es el apocalipsis. Un capítulo final describe un planeta ardiendo, que paulatinamente se irá convirtiendo en un lugar frío y oscuro, sin luz solar ni alimentos. La cifra de víctimas que maneja Jacobsen, documentada, supera los 5 mil millones.

Desde su asunción, Donald Trump ha hecho esfuerzos, a su modo, por detener la guerra en Ucrania. En los últimos días Washington anunció un acuerdo con Moscú para una tregua parcial. Hay, como es usual en estos casos, acusaciones mutuas -entre Rusia y Ucrania- del violación del acuerdo.

El acercamiento de Trump a Vladimir Putin y los permanentes elogios de los funcionarios de su gobierno destinados al líder ruso deberían estar indicando un retroceso, más que una aceleración, de Reloj del Juicio Final, al fin y al acabo, un instrumento simbólico.

Sin embargo, episodios como el de los chats sobre los planes de guerra Yemen, un intercambio al que accedió un periodista de The Atlantic desde su celular en tiempo real, revelan la banalidad con la que se conduce el gobierno de Estados Unidos en materia de seguridad global. El desprecio con que Trump se dirige a otros líderes mundiales muestra la ignorancia y arrogancia que dominan su política exterior. La brutalidad de su política migratoria, en su concepción y en los hechos, y las más recientes redadas en las calles de todo el país, desnudan la lenta construcción de un autócrata en la Casa Blanca. Del hombre que maneja el poder nuclear de la principal potencia mundial.

LT

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